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Los pobladores de Masaya levantaron barricadas y tranques para proteger la ciudad y el barrio Monimbó de los ataques de la Policía y las turbas orteguistas. LA PRENSA/ AFP / INTI OCÓN

Masaya, la ciudad abatida, pero no vencida por la represión de Daniel Ortega

Desde el 19 de abril, las noches y los días no saben igual, la ciudad colorida y alegre de Masaya ha dejado de serlo y ahora se concentra en la lucha cívica

Como una réplica, pero no tan fiel, a las dos Alemanias; la Federal y la Democrática, antes de 1990, los masayas conviven entre dos realidades distintas; una, plagada de antimotines y hombres con rostros cubiertos bajo gruesos pasamontañas, y la otra, llena de muros de más de un metro de alto, construidos a base de adoquines, que fungen como escudos ante los “escuadrones de la muerte”, desatados por el gobierno de Daniel Ortega en contra de la población que demanda su salida del poder.

El 19 de junio, justamente cuando se cumplían dos meses de la primera represión en Masaya contra un grupo de ancianos que reclamaban por la fallida reforma a la Seguridad Social, la ciudad revivió el horror.

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Al amanecer, un ejército de hombres armados “barrían” las barricadas dispuestas por el pueblo desde hacía dieciocho días. Los jóvenes resistían hasta donde la valentía y los morteros o “caramelos”, como también los llaman, les permitían.

La entrada no fue fácil para los encapuchados y antimotines, que ocuparon toda una mañana para despejar la calle que va de la rotonda San Jerónimo hacia la delegación policial. Esta había permanecido sitiada por barricadas, en cuyo interior se encontraba, el subdirector de la Policía Nacional, Comisionado General, Ramón Avellán.

Desde esa fecha, los huestes de Ortega se quedaron en la ciudad para imponerse ante la voluntad del pueblo. Masaya, ubicada al oriente del país, separada por 28 kilómetros de la capital de Nicaragua, Managua, ahora permanece vigilada por hombres encapuchados que exhiben sus armas, como si de trofeos se tratasen.

Vestidos de civil, esconden sus rostros, pero se muestran amenazantes. Se han adueñado de la rotonda de Ticuantepe, en el kilómetro 14, carretera Managua- Masaya, más adelante, en la circunvalación de Nindirí, otro grupo se mueve con total libertad; casi a un kilómetro, al pie de la Fortaleza El Coyotepe, tres o dos vigilan, y otros cuantos están en la delegación de la Seguridad Social de esa ciudad.

Ticuantepe
Paramilitares en Ticuantepe. LA PRENSA/ Jader Flores

Contrario a la Masaya amurallada por sus cuatro puntos cardinales que provocó la curiosidad de la prensa nacional e internacional, el norte de la ciudad ha cambiado: las entradas principales y el centro fueron despejados; ya no hay barricadas, ni frondosas ramas de árboles sobre las vías, tampoco trozos de vidrios dispersos sobre la calle. Los encapuchados, antimotines y trabajadores de la Alcaldía de Masaya se han encargado de limpiar ese sector.

Aunque la excusa del Gobierno es que las barricadas impiden la circulación, la misma Policía se resguarda detrás de trincheras, ellos también tienen sus propias murallas; claro, a esas nadie las toca. El porqué mantenerse detrás de adoquines puede estar ligado a que la represión provocada por la Policía desarrolló el rechazo de la población hacia esa institución, a tales niveles, que antes que la ciudad se amurallara, ninguna patrulla podía entrar a Monimbó.

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La “limpieza” no se ha detenido en la capital del folklore nicaragüense, donde el estallido del cohete y el mortero dejaron de ser sonidos que evocaban procesiones o fiestas familiares o patronales para convertirse en señales de alerta ante posibles ataques, dirigidos por paramilitares y policías.

Desde esta semana los microbuses pequeños y los grandes armatostes amarillos que parten del mercado Ernesto Fernández retomaron sus rutas de transporte, la actividad comercial en ese centro de compras también se ha dinamizado, se ve circular algunos taxis, pocas delegaciones bancarias volvieron a abrir sus puertas; sin embargo, Masaya no es la misma de antes del 19 de abril.

No es verdad que la capital del folklore “volvió a la normalidad”, más bien, el temor se percibe en la población, que apura el paso cuando transita por el parque central o la delegación policial, y aumenta, cuando mira a los encapuchados y antimotines.

Algunas avenidas y calles aledañas a la estación policial han sido bloqueadas con barricadas. LA PRENSA/MANUEL ESQUIVEL

Las heridas de la represión no sólo son evidentes en la infraestructura desvencijada de las casas y edificios públicos quemados, también se cala en los negocios que fueron saqueados, sus puertas siguen cerradas y quién sabe cuando reabrirán; otros, aprovecharon el despeje de vías, para trasladar sus equipos, señal que se despiden de la ciudad, y para los más fiesteros, los bares y restaurantes se mantienen en resguardo.

En el parque, los niños no llegan a jugar, los columpios están solos, vacíos, son mecidos por el leve viento que se percibe. En ese mismo parque, un grupo de tres adolescentes caminan rápido, las intercepto y les explico que escribo sobre Masaya, acceden a hablar conmigo, pero me advierten que no quieren que se conozcan sus nombres; de hecho, casi nadie brinda entrevistas con su nombre real por miedo a represalias.

Una de las jóvenes, su cabello en moño, ojos vivaces y piel canela, se expresa así: “a nadie le gusta vivir en la zozobra que un día se arma el turqueo, el otro día no. Es feo estar así, porque no podemos ni salir a las calles porque nuestros padres nos dicen no, no vayas, porque en cualquier momento comienza-el ataque- y se arma y les pueden hacer algo a ustedes, a nadie le gusta ir por las calles y ver un montón de policías así, con armas…”.

Otra, reclama que la Policía se haya llevado los adoquines de las barricadas que protegían a los chavalos, por eso, en su barrio, la misma población quitó la trinchera y puso los adoquines sobre la calle; así evitan que la Policía entre al lugar, aclaró.

Las jóvenes de 19, 16 y 17 años viven en la incertidumbre de cuándo retomaran sus clases, cuándo volverán a transitar por ese mismo parque con la libertad de antes, cuándo dejarán de ver antimotines armados en las calles; aún no hay respuestas.

Del otro lado, en el sur de Masaya, en Monimbó y barrios aledaños, la gente camina y anda en moto. No se puede transitar en vehículo por las barricadas que están en el norte, sur, este y oeste. La población se siente segura. No obstante, la mayoría del pueblo de Masaya, con o sin barricada, mantiene su posición: que Ortega se vaya.

Anibal, de 38 años, también nos solicita que omitamos su nombre. Teme represalias, y no es para menos, ya que la misma noche que los paramilitares entraron a la ciudad, prendieron fuego al Hotel Masaya, propiedad de Cristhian Fajardo, integrante del Movimiento 19 de Abril de la ciudad, al mismo que él pertenece.

La percepción de Anibal es que la ciudad está inmersa en dos mundos totalmente diferentes; pese a que en la zona central no hay barricadas, la población circula con temor, “no se sienten libre”, asegura. En Monimbó, las personas se movilizan con mayor tranquilidad; ahí ni los paramilitares, ni los antimotines han entrado, pero persiste la zozobra que lo hagan, esto considerando los intentos que han hecho durante esta semana.

“Es como una organización de mafiosos”

El último recuento de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH) ubicó a Masaya en un nefasto segundo lugar, después de Managua. Una fría cifra de 35 muertos, doce solo en la primera semana de junio, revela la brutal represión contra la Ciudad de Las Flores.

Quizás Ortega se ensañó con Masaya porque su población se rebeló. Si fuera una persona la consideraría como traidora, ya que según Anibal, un hombre de estatura baja, ojos pequeños y un poco relleno, considerado asimismo como un sandinista “radical”, el partido “es como una organización criminal”.

LA PRENSA/Manuel Esquivel

“(…) El Frente Sandinista es como una organización de mafiosos, que es peor para los que traicionaron, como en mi caso que fui sandinista toda mi vida. Para ellos ahora yo soy un traidor; entonces, para ellos eso es peor que alguien que ha sido siempre de la derecha”, explicó.

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Anibal ahora esta del lado del pueblo, un pueblo, que en su mayoría no quiere saber nada de Ortega. No solo Anibal lo dice, sino los que están en las barricadas, otro señor que estaba en el parque, una joven que me topé en la calle principal del comercio; ninguno tiene un vínculo más allá del mismo sentimiento en contra del Gobierno. En menor cantidad están los que aún creen en Ortega, y de esos cuantos, son pocos los que siguen fieles por convicción y no por defender un puesto, considera Anibal.

“Yo me siento culpable de eso, de que este hombre-Daniel Ortega- todavía esté en el poder. Entonces, de una forma moral, necesito también sentirme parte de los que lo van a quitar”, asiente.

Íconos: La Placita de Monimbó y las barricadas

Mientras la vida en la zona del parque, al norte de la ciudad, se acaba acercándose las 6:00 de la tarde, dando tiempo a que los trabajadores regresen a sus casas y se resguarden con sus familias, algunas comerciantes empiezan a llegar a la Placita de Monimbó para ofrecer sus productos: queso, tamales rellenos, tortillas, atol y elotes cocidos; un delicia gastronómica nicaragüense.

Frente a la placita, está una casa esquinera, de dos pisos, con algunos vidrios rotos, pintada toda de blanco y llena de mensajes que expresan el repudio en contra del Gobierno, funciona como un puesto médico. En otro sector, otros jóvenes y dos médicos están a cargo de otro sitio igual.

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Dichos lugares nacieron de forma espontánea, como una respuesta ante el temor de la población de que la Policía capturara a los jóvenes heridos que llevaban al hospital, y ante la negativa del sistema de Salud Público en no atender a las víctimas de la represión.

Esa misma placita es un punto de reunión, donde la gente llega corriendo, con lanzamorteros y lista para soportar el embate policial y paramilitar cuando escuchan las campanas de la Iglesia. La amenaza es un peligro inminente.

Eso bien lo saben “Los invencibles del empalme de Monimbó”, todos son jóvenes, no pasan de 30 años. Esta mañana de miércoles, reposan bajo la sombra de un frondoso árbol; uno de ellos, de tez morena y barriga imponente, cuenta que el martes hubo un ataque por parte de la Policía, querían entrar por el sector de El Rinconcito, casi a un kilómetro de donde conversamos; los otros jóvenes de la barricada lograron repelerlos, asegura. Hubo un herido de bala y fue trasladado al hospital, mencionó.

Era difícil saber cuántos eran, estaba oscuro y solo se escuchaban las balas, relata. La alerta provocó que hasta el mismo Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, Silvio Báez, escribiera en su cuenta de Twitter: “ha habido un nuevo intento de ataque de parapoliciales a Monimbó. El pueblo logró replegarlos. Hubo un herido (…)”.

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Ese grupo de chavalos tienen una gran responsabilidad sobre sus hombros. Ellos vigilan una barricada que de ser violada por los antimotines y paramilitares, llegarían derechito a la placita de Monimbó, aunque antes tendrían que derribar varias imponentes trincheras, que también cuentan con sus propios centinelas.

LA PRENSA/M.ESQUIVEL

Ellos saben al riesgo que se enfrentan desde que decidieron protestar contra el régimen Orteguista. “Estamos conscientes que estamos arriesgando nuestras vidas y estamos propenso a todo, pero por ver una Nicaragua libre (…) nosotros si ellos entran-la Policía, ahí sería la voluntad del Señor, a ver hasta dónde se puede luchar en contra de ellos”, indicó uno de los jóvenes.

Son más de diez, permanecen en el lugar día y noche, aunque a veces, algunos aprovechan el día para descansar, cambiarse y visitar sus casas. Ahí comen los tres tiempos; sus alimentos van desde arroz con frijoles hasta culebras, de hecho, ese fue el menú de una noche reciente, me dicen sonriendo.

A escasos pasos de Los Invencibles, la bandera de Nicaragua luce altiva, en lo alto de sacos de arena, más alla, varios árboles impiden el paso hasta Catarina y Niquinohomo, donde los tranques se mantienen, y no se levantarán hasta que el presidente ya no esté.

Desde el empalme de Monimbó la Placita parece impenetrable; como un videojuego, donde se deben superar varias murallas con sus respectivos retos para llegar a la salida.

La marimba llora sus muertos

Los chicheros o filarmónicos junto con la marimba lloraron al comandante “Fafo”, Darwin Potosme José. Su familia logró velarlo y enterrarlo en medio de “vivas”, estallido de cohetes y morteros, con la promesa de sus compañeros que su muerte no será olvidada. Él cayó días antes que los paramilitares entraran, después, los tres fallecidos confirmados por LA PRENSA que dejó el ataque del 19 de junio, no tuvieron la tranquilidad para velarlo a como se debía, y tampoco lograron enterrarlo en paz, debido al asedio. Todos ellos murieron por disparos.

Uno de los más de 30 entierros que han ocurrido en Masaya. LA PRENSA/Manuel Esquivel

Unos cinco minutos antes que Marcelo Mayorga fuera ultimado por un balazo en la cabeza, su esposa, Auxiliadora Cardoze lo llamó para preguntar de su paradero:

Auxiliadora: ¿Dónde estás?

Marcelo: Estoy en fuego cruzado porque están disparando a matar, a todo. No te preocupés, que yo no me expongo, yo me quedo atrás, viendo en qué ayudo porque yo no ando nada, más que chibolitas

Auxiliadora: ¿Y qué les vas a hacer con esas chibolitas?

Marcelo: Algo tengo que hacer, pero yo me corro.

Marcelo le recomendó a su hijo mayor, por teléfono, que le hiciera un té a su mamá, que estaba alterada. Esa fue la última vez que Cardoze escuchó la voz de su esposo, padre de sus dos hijos, y con quien había compartido veinte años de su vida.

Ella se convertiría, más tarde, en la protagonista de un drama humano, al intentar trasladar el cuerpo de su esposo, víctima de la represión, que yacía en el frío asfalto de una calle de Masaya, cerca de sus propios verdugos.

Auxiliadora no sabía que sus llantos y gritos de desesperación ante la impotente situación habían sido filmados; el video se volvió viral en segundos y provocó la indignación de una población que se encuentra impávida ante la escalada de violencia dirigida por los huestes de Ortega.

Al ver la foto del hombre caído, su esposa junto a una vecina auxiliadas de un trapo blanco en medio de balas llegaron al lugar del enfrentamiento. Los antimotines las dejaron pasar y al llegar al sitio, la viuda preguntó por el cuerpo de Marcelo, uno de los oficiales, al parecer, el jefe a cargo, le respondió: “ese perro, ese maldito perro que esta ahí, lo hubieras aconsejado a ese perro”, le dijo el hombre.

Antes, el cuerpo había sido arrastrado para darle paso a una camioneta de la Policía, según se observa en otro video. Auxiliadora trata de levantarlo, pero no puede cargarlo por su peso, pide ayuda a los oficiales, cuatro de estos se prestan a hacerlo, pero el jefe los apunta, en señal de reprobación.

Auxiliadora busca alternativas y a lo lejos, divisa un carretón metálico, con todas sus fuerzas lo mueve y vuelve a la escena, otra vez pide ayuda a los oficiales, y cuatro de ellos con la venia del jefe, la socorren y depositan el cuerpo adentro del carretón. Así, logró llevarse a su esposo.

Cuando habla con LA PRENSA, recién acaba de llegar del cementerio. Andaba colocando flores en la tumba de Marcelo junto con sus dos hijos. Auxiliadora nos muestra las chibolas que cargaba la víctima junto con la gorra negra y un gran agujero, prueba fehaciente del impacto que recibió y provocó exposición de masa encefálica. La tiradora u honda que se aprecia en el video no la pudo conservar, la Policía se la quitó. Ella pide justicia, no solo por su esposo, sino por las víctimas de Masaya y del país.

La labor pastoral del Padre Edwin

Es jueves, Día del Santísimo, la iglesia de San Miguel está abierta, una escena extraña en medio del ambiente de zozobra que vive la ciudad. El hecho cobra relevancia porque afuera del templo, se han desarrollado fuertes enfrentamientos, tanto así, que las balas han dejado huecos en las paredes blancas de la iglesia, y otras, han logrado entrar al templo, donde se observan sus huellas.

La iglesia está ubicada en la calle del comercio, una de las primeras que los antimotines limpiaron de las barricadas. Esos muros garantizaban protección a las familias, y también al Padre Edwin. Ahora, la gente se siente amenazada, y la juventud es la más vulnerable, porque pueden ser capturados por el simple hecho de caminar en la calle, explica el sacerdote, quien ha tenido que dar consuelo y fortaleza a muchas madres que lloran por sus hijos apresados injustamente.

“Cualquiera puede decir ya está bien, ya se está componiendo Masaya, pero esta medio actividad la vemos como antes de las 12:00 p.m., ya después de las 12:00 p.m., 1:00 -de la tarde-, ya todo vuelve al encerramiento”, expresó el párroco.

LA PRENSA/MANUEL ESQUIVEL

Desde el 19 de abril, las noches y los días no saben igual, la ciudad colorida y alegre de Masaya ha dejado de serlo y ahora se concentra en la lucha cívica, donde participan gran parte de los mismos pobladores que antes alababan a Ortega. Hoy, como en una especie de realismo mágico, los ciudadanos aseguran que los muros de Berlín en Monimbó y barrios aledaños, no caerán hasta un nuevo triunfo, pero esta vez, sin armas. No queremos guerra, aseguran.

El Repliegue express con paramilitares

El pasado viernes 13 de julio, teniendo como telón el segundo paro nacional convocado por la Alianza Cívica Nicaragüense, el gobierno organizó una rápida versión del repliegue, en el que no hubo caminata.

Este año el repliegue fue una caravana vehicular de empleados públicos, movilizándose rápidamente por carretera a Masaya, hasta llegar a la delegación policial.

El presidente designado Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, se integraron posteriormente a la caravana vehicular. No hubo acto oficial inicial.

La caravana concuyó su recorrido en la delegación policial de Masaya, donde fueron recibidos por el comisionado general Ramón Avellán, quien ha estado a cargo de la represión en Masaya. Por primera vez desde que se realiza la conmemoración del repliegue hace 39 años, este no desembocó en la la histórica placita de Monimbó.

Ortega y Murillo realizaron un corto acto en la delegación policial, rodeado de un pequeño grupo de empleados públicos, policías y paramilitares. En el acto. Ortega hizo a un llamado a “deponer la violencia” en alusión a los manifestaciones en su contra.

Sin embargo, luego del acto, se registraron ataques en los barrios aledaños a Monimbó, sin que lograrán entrar a barrio indígena.

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