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Serie | ¿Ha logrado Ortega silenciar a la Iglesia nicaragüense en su tercer intento?

Este primer artículo de la serie Una iglesia bajo asedio, explica cómo Daniel Ortega y el Frente Sandinista han tratado desde hace 44 años controlar a la Iglesia católica en el país, y de no poder controlarla, entonces destruirla

LA PRENSA inicia con este reportaje una serie de artículos que irán retratando a fondo la persecución de la dictadura contra la Iglesia. Los artículos no se publicarán consecutivamente, pero aspiramos que recojan para la posteridad este negro período de nuestra historia. Este primer artículo explica cómo Daniel Ortega y el Frente Sandinista han tratado desde hace 44 años de controlar a la Iglesia católica en el país, y de no poder controlarla, entonces destruirla.

En el inicio, el dictador salió de Nicaragua. El pueblo celebró en las calles. Si se logró derrocar a Anastasio Somoza, cualquier otro reto sería posible. En Latinoamérica muchos celebraron el triunfo de la revolución sandinista como si fuera propia. La música de Carlos Mejía Godoy resonaba en impensables rincones del mundo como fondo musical para los sueños de libertad de pueblos variopintos.

En el país todo era optimismo. Después de todo, el amanecer había dejado “de ser una tentación”, como dice la letra del himno del Frente Sandinista. El mismo himno que en otra estrofa dice “luchamos contra el yanqui, enemigo de la humanidad”, sin embargo, hasta los “enemigos”, lejos de combatirlos, se preparaban para ayudarlos. En el Congreso de Estados Unidos se discutía un proyecto de Ley que incluía ayuda humanitaria para la joven revolución.

Al menos en ese momento, los sandinistas no tenían enemigos que les atacaran. La Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) saludaba el triunfo de “los muchachos”, como se les llamaba en la Nicaragua de los años 70. En un documento publicado en junio de 1979, a días del triunfo de la revolución, la Conferencia Episcopal la legitimaba.

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“A todos nos duelen y afectan los extremos de las insurrecciones revolucionarias, pero no puede negarse su legitimación moral y jurídica en el caso de tiranía evidente y prolongada, que atente gravemente a los derechos fundamentales de la persona o damnifique el bien común del país”, se leía en la declaración de los obispos nicaragüenses.

La CEN parecía haber abordado el barco de la revolución. ¿Se haría realidad la consigna “entre cristianismo y revolución no hay contradicción”? Eso era importante para el Frente Sandinista, si quería consolidar su plan de control total y perpetuo de un país cuya población, al iniciar la década de 1980, se consideraba católica en un 90 por ciento. Pero en la realidad, las relaciones entre la Iglesia católica y los sandinistas estuvieron llenas de contradicciones entonces y ahora.

El Frente Sandinista y monseñor Obando

Al entrar a Managua, los sandinistas tenían razón en estar esperanzados de tener una buena relación con la Iglesia, después de todo, el entonces arzobispo de Managua, monseñor Miguel Obando y Bravo, quien era la figura hegemónica de la Conferencia Episcopal, había servido como el intermediario por excelencia para las crisis políticas.

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Su primera intermediación ocurrió en diciembre de 1974, cuando un comando sandinista tomó por asalto una fiesta navideña que se realizaba en la residencia del ministro de Somoza, José María “Chema” Castillo. Entre los invitados había altos funcionarios del Gobierno. El embajador estadounidense había abandonado la fiesta minutos antes del asalto.

El comando sandinista exigió que Obando sirviera como mediador entre ellos y la dictadura de Somoza. Una de las exigencias del comando fue la liberación de presos miembros del Frente Sandinista, entre ellos Daniel Ortega.

Luego vinieron otras mediaciones: la toma del Palacio Nacional en 1978; el final de la guerra de la Contra, en 1989; incluso durante las crisis que provocó Daniel Ortega al gobierno de Violeta Chamorro, luego de su derrota electoral, cuando Ortega “gobernaba desde abajo”.

Sin embargo, de acuerdo con la comandante Dora María Téllez, ellos nunca sintieron que Obando fuese un aliado.

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“Obando siempre estuvo en contra, completamente en contra, aunque él estuvo anuente a jugar un papel de intermediario para la transición del poder a la Junta de Gobierno” en julio de 1979, relató la comandante guerrillera Dora María Téllez, quien conoció a Obando durante la toma del Palacio Nacional.

Primer embate, la Teología de la Liberación y los ataques

Téllez recuerda que los obispos en la CEN de entonces, y la mayoría del clero veía al menos con recelo a la revolución, pero si la jerarquía les iba a fallar, los sandinistas todavía tenían una carta para jugar: la Teología de la Liberación, que había alcanzado su apogeo en la década de los 70 y un pequeño grupo de sacerdotes en Nicaragua la había abrazado completamente y estaban interesados en mezclar su vocación cristiana con la revolucionaria.

Entre ellos, el más famoso internacionalmente, el sacerdote trapense y poeta Ernesto Cardenal, su hermano Fernando Cardenal, Uriel Molina y Antonio Castro, para mencionar algunos.

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La presencia de sacerdotes católicos en el gabinete de gobierno revolucionario no solo incomodaba a la Iglesia nicaragüense, sino al Vaticano mismo. De tal manera que cuando el papa Juan Pablo II llegó a Nicaragua en su primera visita en 1983, no esperó a hablar en privado con el poeta Cardenal, a quien amonestó con el dedo índice y le advirtió en la pista de aterrizaje frente a las cámaras: “Usted tiene que arreglar su situación con la Iglesia”.

Ni Cardenal ni ningún otro de los sacerdotes seguidores de la Teología de la Liberación hicieron caso al papa y siguieron al lado de la revolución. Muchos de estos sacerdotes se involucraron en un proyecto de formar una iglesia que la jerarquía católica consideraba un esfuerzo por suplantar a la verdadera Iglesia. La llamada Iglesia Popular fue un proyecto que no logró su propósito y entonces el Gobierno tomó otras medidas para reducir la influencia de la Iglesia católica.

Los ataques del sandinismo contra la Iglesia en la década de los 80

La visita de Juan Pablo II a Nicaragua en 1983 creó las condiciones para que el gobierno sandinista cometiera el mayor irrespeto contra un papa. El aparato estatal sandinista puso manos a la obra para intentar manipular la visita. Frente a la tarima desde donde el papa oficiaría una misa, colocaron a madres de jóvenes del Servicio Militar muertos en la guerra. Les pusieron micrófonos y una turba de respaldo que insistía: “Queremos la paz”.

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El papa, visiblemente ofuscado, pidió en repetidas veces silencio a las madres que respaldadas por una bulliciosa turba interrumpían sus palabras. “Silencio… silencio… silencio…”, insistió el santo padre, para estallar minutos después con su terminante respuesta: “La primera que quiere la paz… es la Iglesia”.

Durante los años 80, Ortega expulsó a varios sacerdotes, incluyendo al obispo de Juigalpa, Pablo Vega, entonces vicepresidente de la CEN, acusándolo de tener una “actitud antipatriótica y criminal”, al supuestamente apoyar a la guerrilla antisandinista mejor conocida como la Contra.

El sacerdote Bismarck Carballo también fue víctima del primer gobierno de Ortega. A Carballo le montaron un operativo en el que lo hicieron aparecer supuestamente involucrado en un triángulo amoroso. Carballo explicó posteriormente que Maritza Castillo Mendieta lo contactó y le pidió que llegara a su casa para almorzar, pues le urgía hablar sobre un problema personal de ella. Al llegar, Carballo se sentó a la mesa, cuando en eso entró un hombre identificado como Alberto Téllez Medrano, quien lo golpeó y a punta de pistola lo obligó a desnudarse y lo sacó a empujones a la calle.

Lenín Cerna se saluda con el padre Bismarck Carballo en misa de celebración del 25 aniversario de la revolución. LA PRENSA/Archivo

En ese “preciso” instante, una manifestación de simpatizantes sandinistas pasaba por el lugar pidiendo el fin de la guerra de la Contra. Las cámaras de televisión oficialistas filmaron al sacerdote desnudo e informaron sobre el supuesto “triángulo amoroso”.

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“La Policía, en vez de protegerme y vestirme me sacó arrastrándome hacia el vehículo frente a las cámaras; como yo trabajaba con los medios, conocía a los periodistas que estaban ahí”, relató Carballo en una entrevista a LA PRENSA en 2001.

Lo que hoy muchos no entienden es cómo Carballo, al igual que Obando y Bravo, se convirtieron en allegados al gobierno de Ortega.

Al no poder controlar a la Iglesia, le temen

Según el comandante guerrillero Moisés Hassan —ahora también forzado al exilio—, sus excompañeros de lucha siempre le han temido a la Iglesia y sufren de paranoia. “Quisieran que no se moviera una hoja de un árbol sin su permiso”, dice.

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La obsesión por el control tiene su explicación. Entre las peores pesadillas de Daniel Ortega y Rosario Murillo están la derrota electoral de 1990. Fue un momento en el que, forzados o por exceso de confianza, cedieron el control y perdieron el poder en las elecciones del 25 de febrero de 1990. Desde el 26 de febrero los guio una sola idea: recuperarlo a como diera lugar.

Ellos esperaban recuperar el poder en las elecciones de 1996, pero vino “el viborazo”. El entonces cardenal Miguel Obando y Bravo celebró una misa el 17 de octubre de 1996, solo tres días antes de las elecciones presidenciales. La misa fue televisada, y Obando en su homilía citó una fábula para advertir a los nicaragüenses “no dar calor a una víbora medio muerta”. Ortega y los sandinistas hoy creen que por esa homilía perdieron las elecciones.

Ortega finalmente logró regresar a la Presidencia en 2007, y desde entonces se ha mantenido en el poder a través de fraudes y violencia, por lo que ha enfrentado fuertes críticas de parte de la Iglesia.

Segundo embate: la conquista de Obando

Obando y Bravo, desde inicios de la década del 2000 había optado por estar cerca de Daniel Ortega, con quien tantas diferencias tuvo a lo largo de los años. Sus razones siguen siendo motivo de especulación.

En abril de 2005, el papa Juan Pablo II le aceptó a Obando la renuncia que los obispos están obligados a presentar al papa al cumplir 75 años. Él tenía 79 años.

A partir de 2007, ya anciano y sin ningún poder real dentro de la Iglesia, Obando y Bravo se plegó aún más a Ortega, pero esto no representó mayor ventaja para el dictador. Obando falleció en 3 de junio de 2018, a los 92 años, cuando las barricadas de protestas aún mantenían obstaculizadas las principales vías del país.

Su relevo, el cardenal Leopoldo Brenes, es un hombre con una personalidad más suave, quien le rehúye a la confrontación. Sus defensores dicen que es “prudente, conciliador”. Sus detractores opinan que es “gallogallina” o ambiguo, mientras otros lo tildan de temeroso.

El campanazo de 2018

Esa percepción se arraigó en los más duros momentos de la represión contra los estudiantes y la población en los tranques de 2018. Fueron el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, y el obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, los que con mayor frecuencia y fortaleza alzaron sus voces en defensa de los manifestantes.

Las protestas se habían originado por una reforma inconsulta a las pensiones del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social que perjudicaba a los jubilados; pero el régimen reaccionó con violencia desmedida. En los primeros tres días hubo 18 manifestantes asesinados y las muertes siguieron escalando, pero así como cada día había más represión, igualmente cada día había más barricadas, más tranques, más universidades tomadas, y más y mayores marchas exigiendo la renuncia de Ortega.

Para Hassan, el temor de la dictadura a la Iglesia aumentó en 2018, cuando se vieron acorralados por las manifestaciones, los tranques y las barricadas, y que muchos sacerdotes se mostraban claramente a favor de los manifestantes.

“Le tienen horror a muchos curas independientes”, entre 2018 y 2021, no eran pocos los sacerdotes que en sus homilías, sus prédicas, criticaban al Gobierno. “A su manera, estaban influyendo sobre la gente y usaban la realidad y el respeto que tienen entre la feligresía, la usaban para volarles pija”, dice Hassan.

Los manifestantes entraban a las iglesias para refugiarse. Allí, estudiantes de Medicina atendían a sus compañeros heridos. Y los sacerdotes hacían sonar las campanas de sus parroquias para alertar a manifestantes del avance de la Policía y los paramilitares. La dictadura los había organizado apuradamente para aplastar la rebelión ante la imposibilidad de la Policía de logarlo sola.

Los obispos Silvio Báez, auxiliar de Managua, y Rolando Álvarez, de Matagalpa, mostraban su apoyo a los manifestantes, “no caigan ante las provocaciones”, les dijo monseñor Báez en un mensaje tras una misa en la Catedral de Managua. “No se dejen llevar nunca por la violencia. Su protesta es justa y la Iglesia los apoya… (aplausos) y no solo los apoya sino que los instamos, los animamos a que no cesen en su protesta”.

“Quisiera solamente recordar dos frases de nuestro amado papa Francisco… la primera… ‘La historia no depende solamente de la voluntad de los poderosos sino sobre todo de la capacidad de los pueblos de organizarse’. No lo olviden. Segunda cosa que el papa les dijo a los jóvenes en Chile… ‘El joven que no ame a su patria no será capaz de amar ni a Jesús ni a Dios’”, les dijo.

Mientras tanto, desde su púlpito en la Catedral San Pedro, en Matagalpa, al norte del país, el obispo Álvarez enmarcó la confrontación entre el pueblo y el Gobierno en el escenario de la eterna disputa entre Dios y Satanás. Y si Dios estaba con el pueblo, no había mucha duda sobre con quién se había aliado la dictadura.

Álvarez pronunció y grabó una oración de exorcismo escrita por el papa León XIII, la cual era repetida durante el día y la noche por los medios de comunicación de su Diócesis. La dictadura de Daniel Ortega y su esposa y copresidenta, Rosario Murillo, no solo es tildada por muchos nicaragüenses de abusiva, represiva, cruel o asesina. Un adjetivo muy común es “diabólica”.

Ortega acorralado llama a un Diálogo Nacional

En medio de las múltiples protestas, tranques y la cruenta represión en contra de estudiantes, campesinos y ciudadanía en general alzados contra el Gobierno, el diálogo inició en mayo. La Conferencia Episcopal hacía un esfuerzo por hacer su papel de mediadora, pero no había con quién dialogar.

Las protestas eran una amorfa amalgama de estudiantes tomando universidades, campesinos levantando tranques en carreteras; ciudadanos levantando barricadas en ciudades como León, Jinotepe, Masaya o Matagalpa, y en Managua multitudinarias marchas. Eran grupos con escasa o ninguna comunicación entre sí. Los obispos incluso tuvieron que organizar a sus representantes para que pudieran ir al Diálogo.

“Esta no es una mesa de diálogo”, dijo a Daniel Ortega el líder estudiantil Lesther Alemán, asaltando la palabra el primer día y ante las cámaras del canal de televisión de la Iglesia, mientras los obispos de la CEN observaban impasibles.

El diálogo no llegó a ninguna parte, pero Ortega lo aprovechó para ganar tiempo y organizar bandas de paramilitares, en su mayoría lideradas por “combatientes históricos” de los años 70, o exmilitares de los 80, que dirigían a miembros de la Juventud Sandinista en apoyo a la Policía en las llamadas “Operación Limpieza”, que para mediados de julio dejaron un saldo de 325 manifestantes asesinados.

De mediadores a “golpistas”

Una vez aplastada la rebelión, Ortega aprovechó la oportunidad para cobrarle a los obispos el “libretazo televisivo” de Lesther Alemán; además, que los obispos le habían propuesto, para resolver la rebelión, un calendario acelerado para adelantar las elecciones que debían celebrarse hasta noviembre de 2021, lo que acabó por convencerle que la Conferencia Episcopal pretendía darle “un golpe de Estado”.

Lesther Alemán, líder estudiantil que sobresalió en el diálogo nacional, en el cara a cara con Daniel Ortega. LA PRENSA

En ese esquema mental, si la Iglesia había estado a punto de derrocarlo, él debía aprovechar para terminarla, una vez aplastada la rebelión en 2018 y después de que preparó y ejecutó la eliminación de toda oposición entre 2019 y 2021 a través de la cárcel y el destierro.

Báez salió del país por órdenes del papa Francisco en abril de 2019. La Embajada de Estados Unidos en Managua le informó al Vaticano que había detectado un plan para asesinar a Báez. El papa ordenó su traslado al Vaticano, pero luego aceptó que estuviera en Miami, cerca de los nicaragüenses allí exiliados.

Luego, en noviembre de 2019 la Policía sitió la iglesiaSan Miguel Arcángel, de Masaya, cuando el padre Edwin Román abrió las puertas a un grupo de madres de presos políticos que inició una huelga de hambre.

A pesar de que el sacerdote se encontraba dentro, la Policía no permitió que nada ni nadie entrara o saliera. Les cortaron la luz, el agua y no permitió que les llevaran agua o medicamentos. Los días pasaban y al padre Román se le agotaban sus medicamentos para tratar su diabetes, lo que le ocasionó descompensarse en al menos tres ocasiones.

Ante la situación, las madres suspendieron la huelga de hambre para poder salir, no sin antes que el arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes y el nuncio apostólico, Waldemar Stanisław Sommertag, tuvieran que interceder ante la dictadura que se mostraba insensible. El sacerdote Román está exiliado en Miami.

Tercer embate, una Iglesia silenciada

Desde entonces, la persecución contra la Iglesia no ha cesado. Esa persecución ha sido documentada por una abogada nicaragüense a quien ha indignado ver en silencio los atropellos cometidos contra la Iglesia católica. Martha Patricia Molina, hoy exiliada en Estados Unidos, ha publicado ya cuatro ediciones de su informe titulado: “Nicaragua: una Iglesia perseguida”.

Molina ha documentado un recrudecimiento de las agresiones contra la Iglesia en el año 2023, con un total de 203 actos de agresión, comparados con 90 del año 2018.

La Diócesis de Matagalpa, una de las nueve en el país y la cual ha estado dirigida por monseñor Rolando Álvarez, ha sido la más golpeada con ataques de todo tipo. Con 28 parroquias, Matagalpa ha sufrido 144 ataques. La Arquidiócesis de Managua, con 114 parroquias, ha sufrido 242 ataques.

Desde 2021 una gran cantidad de sacerdotes, religiosas y religiosos han sido expulsados del país, o no se les ha permitido su regreso una vez que salen, pero en los últimos meses la dictadura ha ido incluso más allá, 10 sacerdotes, dos seminaristas y un diácono, que mantenía bajo arresto, fueron desterrados y desnacionalizados. Otros siete sacerdotes también han sido desterrados sin ser arrestados.

Además, el obispo Álvarez, detenido en agosto de 2022 en el Palacio Episcopal de Matagalpa, permanece preso en una celda de máxima seguridad, con una condena sin previo juicio de 26 años de prisión, tras negarse en dos ocasiones a salir de la cárcel bajo la condición de ser desterrado. Monseñor rehusó tajantemente salir al exilio y dejar atrás a la feligresía.

La Conferencia Episcopal ha sido diezmada

Otros tres, el obispo de Chontales, monseñor Marcial Guzmán y el obispo de Bluefields, monseñor Francisco Tigerino, fueron nombrados por el papa Francisco en 2020; mientras que el obispo de Siuna, monseñor Isidro Mora, fue nombrado en 2021. A los tres los caracteriza el silencio, la prudencia y el bajo perfil del arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes. En tanto, el obispo de León, Sócrates Sándigo, se ha plegado abiertamente a la dictadura.

De la Conferencia Episcopal que plantó cara a Ortega y le exigió adelantar elecciones en 2018 solo quedan monseñor Carlos Herrera, de Jinotega, y monseñor Jorge Solórzano, de Granada.

En los sacerdotes más jóvenes y menos experimentados se anida un sentimiento de abandono. “Nos sentimos como ovejas sin su pastor”, dijo un desmotivado sacerdote católico al medio digital Confidencial. “Estamos decepcionados. Nos puede pasar cualquier cosa a cualquier sacerdote, y la Conferencia, el obispo, no se pronuncian. Nos sentimos como ovejas sin pastor”, expresó.

Los sacerdotes entrevistados por Confidencial hablaron bajo condición de anonimato, como todos los que se atreven a hablar en Nicaragua. Temen represalias del Gobierno o ser reprendidos por la jerarquía católica por hablar sin autorización. El silencio debe respetarse. La dictadura así lo exige. La CEN lo acata. La mayoría de los sacerdotes, religiosos y religiosas también. Los feligreses, igual.

Mientras tanto, la dictadura sigue estrechando el cerco a los católicos pues ha prohibido también todas las actividades públicas de la Iglesia, incluyendo las actividades de la novena a la Virgen de Concepción, conocida en Nicaragua como la Purísima, que solo podrá celebrarse dentro de los templos.

De regreso a los tiempos de las catacumbas. No hay un faro que ilumine. No hay un silbato que guíe. Solo se escucha el silencio de una prudencia extrema. O del miedo.

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