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El gobierno de Daniel Ortega emprendió una cacería en contra de los universitarios que participaron en las protestas de 2018. LA PRENSA/ARCHIVO

El largo camino de los universitarios nicaragüenses que retomaron sus carreras en el exilio

Tres estudiantes que participaron en las protestas en contra de la dictadura y se exiliaron cuentan cómo cumplir su sueño de ser profesionales ha sido un reto

Los estudiantes Ernesto Rizo, Isaac Varela y Gryssmel Baldizón ya llevaban avanzados sus estudios universitarios, pero abril de 2018 les cambió la vida: todos participaron en las protestas contra el régimen de Daniel Ortega y tuvieron que exiliarse.

La represión desatada en Nicaragua los obligó a migrar, abandonando sus estudios por completo, pero se fueron con la idea y el sueño de ser profesionales. Dos migraron a España y una a Costa Rica. Como migrantes debían presentar certificados de notas emitidos en Nicaragua, un proceso que no todos lograron hacer. Después de meses y años intentando entrar a una universidad lo lograron.

Ernesto Rizo: “De las 36 clases que tenía aprobadas, solo 4 me lograron convalidar”

Ernesto Rizo, de 25 años, estaba a meses de graduarse como diseñador gráfico en la Universidad Nacional Politécnica de Nicaragua (Upoli) cuando empezaron las protestas en contra de la dictadura de Daniel Ortega. Su alma mater se convirtió en uno de los bastiones de las protestas y él decidió unirse.

“Yo crecí solo, crecí sin mi madre, pero enfocado en los estudios. Y en ese momento veo que está jodida la situación, veo que mi madre se está matando para poder darnos una mejor vida y que el país esté hecho mierda. Inclusive, aunque yo lograse terminar mi carrera no veía cómo iba a poder ejercer dignamente mi carrera, el poder tener incluso una pensión digna”, dice Rizo. Su mamá había migrado a España cuando él tenía 12 años.

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Rizo permaneció una semana recluido en la Upoli, estaba convencido de la lucha. Sin embargo, cuando la Upoli ya no era controlada por los estudiantes le dio miedo. “Ya no me sentía seguro, ya no éramos solo nosotros, habían personas que no conocíamos”, dice Rizo, quien salió del recinto y permaneció en silencio hasta el 7 de julio, día en el que salió hacia España por el aeropuerto de Managua.

Llevaba “cuatro trapos”, iba rumbo a Bilbao, donde vive ahora con su mamá. “Fue una decisión bastante apresurada, porque mi madre en ese momento estaba muy desesperada, mi madre perdió a su hermano en la misma guerra de los años 80 y ella tenía mucho miedo del pensamiento salvaje de los sandinistas”, cuenta.

Cuando llegó a España buscó ayuda para continuar estudiando Diseño Gráfico, se acercó a una organización que lo asesoró legalmente para pedir asilo político, mismo que consiguió en 2020. Con el carnet de solicitante de asilo logró entrar a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco y estudiar Diseño.

La matrícula asegura que no la pagó gracias a sus excelentes calificaciones en Nicaragua y porque existe en esa universidad los matriculados que tienen un estatus legal de refugiado no les cobran.

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Allí le convalidaron cuatro de las 36 clases que tenía aprobadas en Nicaragua. “La Upoli no me la puso fácil, llamé varias veces para que me ayudaran y me emitieran mi certificado de notas y el pénsum, pero no me dieron respuesta”, dice el joven. Al final, su hermana quien había quedado en Nicaragua viajó a España y logró llevarle los documentos.

“Llevo casi 10 años en la universidad, lo más deseable es terminar y trabajar en mi carrera, pero estoy muy agradecido con lo que he conseguido hasta ahora, el haber podido continuar mis estudios cuando yo ya lo había dado todo por perdido”, dice.

Rizo trabaja veinte horas a la semana en una tienda despachando productos. Está a punto de graduarse, en septiembre de este año, ahora está haciendo su tesis para defender su carrera y espera ejercerla en un país que le dio la oportunidad.

Isaac Varela, el joven que tuvo que empezar de cero

Isaac Varela emigró de Nicaragua a España en septiembre de 2018. Su participación en las protestas en Chinandega motivó su familia a sacarlo del país por seguridad.  En ese momento, cursaba tercer año de la carrera de Ingeniería Mecatrónica y Robótica en una universidad de León. Tuvo que dejarla.

Tras su llegada al norte de España, en Zaragoza, creyó que su viaje solo sería por tres meses para “despejarse”, sin embargo, decidió quedarse al ver una oportunidad de mejora para él y su familia. Además, tenía la esperanza de poder retomar sus estudios universitarios en ese país.  

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A casi cinco años de residir en España, Varela, de 25 años, se ha enfrentado a las dificultades para retomar sus estudios siendo migrante. En 2019 hizo una prueba de admisión en una universidad, pero no fue admitido. Varela asegura que se prometió estudiar más para volver a aplicar, sin embargo, desistió de sus intenciones de estudiar por el tema económico, y durante su primer año en España se dispuso a trabajar.  

Después se mudó a Sevilla, donde encontró mejores oportunidades de trabajo y empezó a ahorrar para tramitar su documentación en Nicaragua, mandarla a traer y tenerla lista cuando pudiera ingresar a la universidad.  

Isaac Varela (tercero de izquierda a derecha) forma parte de una asociación de nicaragüenses en España y durante la pandemia colaboró en la entrega de alimentos. LA PRENSA/CORTESÍA

Una asociación de nicaragüenses en esa ciudad, que cuenta con una casa de acogida, le brindó apoyo al joven con techo y alimentación, y desde hace casi tres años reside ahí. 

Durante su exilio, el joven ha trabajado como jornalero, cuidando a una persona de la tercera edad, y ahora junto a un amigo vende comida en los fines de semana.

El joven se enteró que otros migrantes estaban estudiando. Ingresó a la Universidad de Sevilla, pero se topó con la pandemia, que lo obligó a recibir clases en línea. “Entro con dos meses de retraso, entro con mucho tiempo sin haber estudiado, he olvidado todos los hábitos de estudio, se me hace muy difícil, y terminando el primer año tengo el veinte por ciento de las materias aprobadas y el resto reprobadas”, cuenta y confiesa que a eso se sumaron problemas personales, el no tener privacidad para poder estudiar.  

Varela dejó nuevamente sus estudios y siguió trabajando, “pero siempre con la intención de volver a estudiar”. Tras investigar se encontró con la oportunidad de las formaciones profesionales, que funcionan como técnicos superiores, y empezó un técnico en automatización y robótica industrial.  

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No pudo convalidar las clases, le tocó empezar de cero, pero está contento porque es lo que le gusta, la robótica. “El técnico lo he empezado desde cero y para qué, te digo, me ha ido bastante mejor, mis notas van bastante bien la verdad con un promedio cerca de 8, de 80 lo que sería en Nicaragua”, dice. Está estudiando en un centro público donde no paga nada. Estudia por las tardes, pero cuando encuentra un trabajo de medio tiempo lo aprovecha.  Varela aún no tiene papeles en España, pero espera para cuando finalice sus estudios poder trabajar de manera legal. Este mes, dice, iniciará sus trámites para el arraigo.

“La expectativa de mi carrera pues son bastante altas, es una carrera emergente, bastante relacionada con la tecnología, por lo tanto, tiene un mercado super abierto, así que espero que me vaya bien. Y espero trabajar aquí un par de años y empezar a moverme”, dice el joven al que le gustaría viajar a varios países. Y en futuro regresar a Nicaragua y montar una empresa.  

Gryssmel Baldizón, de Comunicación Social a Antropología

Gryssmel Baldizón, se involucró en las protestas en Nicaragua “sin querer”. El 18 de abril, una de sus profesoras de la UNAN León les asignó salir a la calle a buscar una noticia y ella se topó con una manifestación. Era la protesta de los adultos mayores en contra de las reformas a la Seguridad Social impuestas por la dictadura.

“Estando en el INSS avancé unas cuadras y vi que los jóvenes de la Juventud Sandinista estaban agrediendo a los ancianos y yo estuve en ese momento. Y ahí evidentemente haciendo presencia no iba a hacer caso omiso a lo que estaba pasando. Y no sé, en mi cabeza fue ‘yo no soy periodista, yo soy estudiante. Y ese mismo día me involucré viendo esa injusticia”, cuenta.

Baldizón, de 23 años, cursaba el segundo año de la carrera de Comunicación Social, después de esa fecha, se dedicó a protestar día y noche, siempre a escondidas de sus padres porque no estaban de acuerdo. Ella organizaba a los de su generación, unos 80 estudiantes, dice.

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“Todos los días corríamos peligro, un día estábamos sentados, en forma de protesta y de repente hubo un disparo al aire y todos salimos corriendo, y hubo una avalancha de personas corriendo. Y nos estaban disparando con balas de goma, pero eran balas demasiado cerca, nos tiraron lacrimógenas y nosotros solo nos estábamos defendiendo con bolsas de agua”, recuerda.

Tras dos meses del inicio de las protestas, en junio, la familia de Baldizón se exilió en Costa Rica. A ella, dice, se la llevaron en contra de su voluntad. “Fue una decisión que mi familia tomó por mí y fue, vámonos… Como que yo era muy cabeza dura y la única forma de que realmente me exiliara era que nos fuéramos todos”, explica.

En Costa Rica empezaron de cero y buscaron asesoría legal para solicitar el estatus de refugiado, mismo que ya recibieron. Baldizón también buscó información para continuar su carrera, pero asegura que en Costa Rica debía presentar el plan de estudio y los certificados emitidos en Nicaragua, un proceso que no haría.

“En la universidad ya me habían dicho que yo no podía entrar otra vez a la UNAN. Directamente no me expulsaron, pero si quería reingresar a la universidad yo tenía que hacer una carta de compromiso pidiéndole disculpas a la rectora Flor de María Valle, a Daniel (Ortega) y a Rosario (Murillo) y evidentemente yo no iba a hacer eso”, dice.

En 2020 empezó a estudiar Antropología en la en la Universidad de Costa Rica (UCR). La carrera dura cuatro años. “Yo me sentí frustrada porque evidentemente yo era una persona que tenía muy planificada toda su vida. Yo tenía calculado todo… y eso me llevó a mucha frustración al final, mucho estrés y hasta depresión. Al final de todo, pues yo me siento bastante bien, porque a diferencia de otras personas yo sí he tenido oportunidades, pero oportunidades que yo misma me he hecho”, asegura.

Cambiar de carrera, asegura, tuvo implicaciones en su salud mental. Son diferentes “pero no siento que tan lejanas”. Agrega que “ingresé porque me causaba curiosidad y siento que esa es la forma en la que aprendo. Hay muchas diferencias entre Comunicación y Antropología, la primera es que si bien partimos de una ciencia social, en comunicación se hacen análisis del día a día, cosas bastante visuales, y en Antropología se ve mucho las cosas desde un perfil más histórico y de análisis de la cultura en la sociedad”, finaliza.

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