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El golpe final a la democracia en Nicaragua

El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo no se conforma con gobernar a través del miedo y la represión. Ahora, han llevado su control al siguiente nivel: manipular la Constitución para convertirla en una herramienta de perpetuación en el poder. Esta reforma no solo refleja su desesperación por mantenerse en el trono, sino que destruye cualquier posibilidad de recuperar la democracia en Nicaragua. Ante esto, como ciudadano, no puedo guardar silencio.

La Constitución de Nicaragua ya había sido modificada previamente en 2014, cuando Ortega impulsó una reforma que eliminó los límites a la reelección presidencial, consolidando su control político. Pero la reciente reforma va aún más allá, alterando no solo los periodos presidenciales, sino también elementos simbólicos y operativos fundamentales. Uno de los cambios más alarmantes es la incorporación de la bandera roja y negra del FSLN como símbolo patrio. Un símbolo que representa a un partido político jamás debería imponerse como emblema de toda la nación. Esto es más que un acto arbitrario; es una apropiación de nuestra identidad como pueblo. Este régimen no busca unirnos, sino dividirnos aún más, utilizando los símbolos nacionales para consolidar su control ideológico.

Pero esto no es lo único. La reforma también crea las figuras de copresidente y copresidenta. Ahora, Ortega y Murillo oficializan un poder que ya ejercían de facto, estableciendo un precedente peligroso: el país no pertenece a los ciudadanos, sino a su familia. Todo apunta a que están preparando el camino para Laureano Ortega, su hijo, como sucesor. ¿Cómo llegamos a esto? Estamos viendo la construcción de una dinastía que incluso supera el control y el nepotismo de la dictadura somocista.

El período presidencial también se amplía de cinco a seis años. Un año más en manos de un régimen que controla todo: las instituciones, los medios de comunicación y las elecciones. En un sistema donde el voto ya no es sinónimo de cambio, esta extensión solo significa más tiempo para profundizar la crisis y el autoritarismo.

Y como si eso fuera poco, se ha legalizado la “Policía Voluntaria”. Estos grupos paramilitares, que en 2018 actuaron como brazo armado de la represión estatal, ahora tienen un marco legal que respalda su violencia. Esta medida institucionaliza el miedo, normaliza la persecución y deja claro que disentir en Nicaragua es un delito. La paz que tanto pregona el régimen no es más que un eufemismo para justificar la represión.

Esta reforma no solo es un golpe a la democracia, es también una violación a los principios básicos de la Constitución. Aunque técnicamente pueda parecer “legal” por seguir procedimientos establecidos, en el fondo es anticonstitucional, porque traiciona la esencia misma de nuestra Carta Magna: proteger los derechos de los ciudadanos, garantizar el pluralismo político y asegurar la independencia de los poderes del Estado. Ortega y Murillo han desnaturalizado la Constitución, convirtiéndola en su escudo personal contra la justicia.

Entonces, ¿qué podemos esperar ahora? Más represión, más control, más miedo. Pero también más resistencia. Aunque a veces parece que el régimen lo tiene todo bajo control, la historia ha demostrado que ningún autoritarismo es eterno. La resistencia sigue viva, tanto dentro del país como en el exilio. Cada voz, cada denuncia, cada acto de valentía suma al camino hacia la libertad.

Yo escribo desde el exilio, pero con el corazón en Nicaragua. Mi compromiso es seguir visibilizando estas injusticias y alzando la voz por aquellos que no pueden hacerlo. Esta reforma es un recordatorio de que el régimen no descansará en su afán de someternos, pero también nos llama a no rendirnos.

Porque Nicaragua no es de ellos. Nicaragua es de su gente: de los jóvenes, campesinos, mujeres, de los presos políticos que mantienen viva la dignidad, de los exiliados que sueñan con regresar. Es de quienes, a pesar de las balas, las cárceles y la persecución, no han dejado de soñar con una patria libre.

La dictadura caerá. Lo sé. No sé cuándo ni cómo, pero sé que caerá, porque el miedo no puede sostener un régimen para siempre. Mientras tanto, nuestra tarea es mantener viva la esperanza, organizarnos y no perder el horizonte. La lucha sigue, porque al final, la historia siempre ha estado del lado de quienes luchan por la justicia y la libertad.

El autor es exiliado político nicaragüense.

Opinión
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