El sectarismo político ha sido una de las plagas más persistentes de nuestra historia. Como expuse en mi artículo anterior (¡Es el sectarismo estúpido!) dicho vicio ha causado numerosas guerras civiles y dictaduras. También ha evitado la construcción de un elemento fundamental en cualquier democracia: un ejército, apolítico, profesional; verdaderamente nacional. Liberales y conservadores cuando llegaban al poder creaban sus propias milicias con miembros exclusivamente de su partido.
La intervención norteamericana de 1912, buscando estabilizar el país, trató de crear, por primera vez, un ejército verdaderamente nacional. Para lograrlo llegó el mayor Calvin Carter con la tarea de enlistar oficiales y soldados cuya lealtad al partido no estuviera por encima de la debida a la nación. A este primer ejército se le llamó Constabularia. Debía estar integrado por oficiales de todos los partidos. El golpe de Estado del caudillo conservador Emiliano Chamorro desintegró este esfuerzo al purgar a los oficiales liberales. Esto provocó la profecía del embajador estadounidense Charles Eberhardt, la cual vale la pena volver a citar: “Es evidente que no ha llegado aún el tiempo, si es que llegará alguna vez, en que tendrá éxito en Nicaragua una guardia militar no partidaria o Guardia Nacional… Simplemente no se la desea. Sea conservador o liberal el presidente, insistirá en que la organización esté compuesta por miembros de su mismo partido”.
Estalló entonces la Guerra Constitucional (1926) y con ella una nueva intervención, esta vez con el objetivo de lograr la paz duradera entre liberales y conservadores ofreciéndoles elecciones supervisadas por EE. UU. y la creación de un ejército nacional. Hubo elecciones que ganaron los liberales y, con su anuencia, los norteamericanos volvieron a enfrascarse en la ingeniería compleja de crear una “Guardia Nacional” (GN) profesional y apolítica. Organizaron una novel academia militar con criterios de promoción basados en méritos profesionales e idearon ternas con veinticinco candidatos propuestos por cada partido. El presidente debía elegir 15 liberales y 15 conservadores. Con anuencia del gobierno, Anastasio Somoza García fue escogido como jefe de la GN.
El balance partidario dentro de la GN no duró mucho. Tras la salida del último marine en 1933, y con la nueva política anti intervencionista de Washington, los jefes nicaragüenses sintieron que podían ignorar compromisos originados más en presiones externas que en convicciones íntimas. El presidente Sacasa nombró tres coroneles y seis mayores liberales, contra dos y dos conservadores respectivamente. Somoza empeoró el proceso cuando, tras dar un golpe de Estado a Sacasa, siguió purgando de conservadores a la GN hasta terminar convirtiendo a la guardia nacional en una guardia somocista.
Vino la revolución sandinista de 1979 anunciado que exterminaría todos los rasgos del somocismo. Su Programa de Gobierno (cláusula 1-1.12) decía que la Guardia Nacional sería reemplazada por un ejército verdaderamente nacional y no partidario. Pero, de nuevo, el 13 de septiembre de 1979, su gobierno emitió un decreto donde creaba el Ejército Popular Sandinista (EPS) y la Policía Sandinista, junto con la declaración expresa de que ahora serían órganos del partido FSLN.
Con la llegada de doña Violeta al poder, en 1990, pareció que, al fin, se llegaba a la posibilidad de crear el anhelado y siempre elusivo ejército nacional. El 2 de septiembre de 1994, ante el estado mayor del ejército dio un mensaje nunca escuchado en el país: Al ejército no debe importarle que gobierne un partido u otro, que el presidente sea verde o rojo, de centro, derecha o izquierda, sino que sea electo popularmente, honestamente y de acuerdo con la ley… (Los militares) no deben tomar parte en lucha ni actividades políticas. Si toma partido en la política, se convierte en un partido armado… Por consiguiente… voy a enviar un proyecto de Ley… a la Asamblea Nacional, donde quede claramente establecida esta necesaria subordinación del ejército al poder civil, donde también se establezcan plazos máximos al tiempo que un oficial podrá ocupar un determinado cargo en la institución… mi deseo es continuar la institucionalización del ejército como corresponde en toda sociedad democrática…”
Bajo su impulso se profesionalizó en gran medida la policía y el ejército y se introdujo el sistema de escalafón y renovación de los mandos. El proceso continuó avanzando durante las dos presidencias posteriores: el general Ortega dejó la comandancia siendo sucedido por Joaquín Cuadra, Javier Carrión, Moisés Halleslevens y Julio Avilés. Pero en 2007 Daniel Ortega llegó al poder. Lo demás es historia conocida: alteró el Código Militar y dejó a Avilés en forma indefinida. El ejército perdió rápidamente su carácter nacional y volvió a convertirse, como en tiempos de Somoza, en un ente politizado al servicio de una familia.
¿Llegará alguna vez el día en que podamos consolidar un ejército verdaderamente nacional?
El autor es sociólogo e historiador. Autor de En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.