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La locura de Ayax Telamónida

En la columna El búho de Minerva, publicada en LA PRENSA el viernes 12 de mayo corriente, escribí al final que Atenea (llamada Minerva en la mitología romana), es la diosa que da inteligencia y sabiduría a las personas humanas, y lo hace por medio de los sueños, durante la noche.

Ahora debo decir que también a algunas personas Atenea las castiga cegándoles la razón, sobre todo cuando incurren en la impiedad y la soberbia de creerse iguales o superiores a los dioses.

 Ese fue el caso del héroe griego de la Guerra de Troya, Ayax Telamónida, sobre cuya experiencia Sófocles escribió una tragedia sobre él.

A este Ayax se le llamaba Telamónida, porque era hijo de Telamón, hermano de Peleo, el padre de Aquiles. Telamón era gran amigo de Herakles (Hércules) y cuando su esposa, Peribea, iba a dar a luz el héroe le dijo que tendría un hijo varón y que naciera le pusiera por nombre Ayax, pues en ese momento vio volando un águila que en griego se llama ayax.

 Ayax Telamónida se hizo un hombre muy valiente, intrépido e invencible, como su primo Aquiles. Pero también igual de arrogante, soberbio e impío, que  en vez de hacer ofrendas a los dioses, para agradarlos, los despreciaba y decía blasfemias.

 Cuando su hijo tuvo que ir a la guerra de Troya, Telamón le dijo que se encomendara a los dioses y les pidiera la victoria. Pero Ayax le respondió  que solo los débiles y los cobardes pedían ayuda a los dioses. Aseguró que los valientes como él no necesitaban la protección de los dioses y que él vencería en la guerra sin su ayuda, y a pesar de ellas.

 Durante la guerra de Troya la diosa Atenea, quien  ayudaba a los griegos, bajó del Olimpo y se movía entre los combatientes protegiéndolos y animándolos. Un día Atenea se acercó a Ayax Telamónida para aconsejarlo antes de un combate, pero él la despreció. “Dale tu ayuda a quienes la necesitan —le dijo con altanería— yo no la necesito”.

 Cuando Aquiles murió porque el troyano Paris le acertó con una flecha en el talón, que era la única parte vulnerable de su cuerpo, Ayax Telámonida quiso quedarse con las armas de su primo. Pero lo mismo pretendía Odiseo (Ulises), ambos los guerreros más valientes y destacados.

 Como ninguno cedía los jefes militares decidieron que las armas de Aquiles serían de aquel de los dos que mejor expresara con sus propias palabras, su derecho de poseerlas. Pero  Ayax Telamónida tenía dificultad para expresarse, mientras que Odiseo era un orador brillante, habilidoso con la palabra. De manera que las armas de Aquiles le fueron dadas a Odiseo.

Ayax Telamónida se enfureció y maldijo a los dioses, en particular a Atenea a quien señaló de ayudar a Odiseo. Entonces la diosa también se enojó y decidió castigar a Ayax Telamónida, como los dioses suelen castigar a quienes lo merecen: cegándoles la vista o el entendimiento, o sea enloqueciéndolos.

A Ayax Telamónida la furia se le hizo locura y amenazó con matar a todos los griegos, en primer lugar a Agamenón y Menelao, los reyes de Argos-Micenas y Esparta que eran los jefes de la expedición militar.

Pero en la ceguera de su locura lo que hizo Ayax Telamómida fue atacar un  rebaño de reses con cuyas carnes se alimentaban los combatientes, dando muerte a un montón de animales. En cierto momento recupera la razón, se da cuenta de lo que ha hecho y avergonzado decide matarse él mismo, clavándose la espada en el vientre.

 Atenea lo había advertido, hablando con Odiseo en un diálogo incluido por Sófocles en su tragedia sobre Ayax, hijo de Telamón:

 ¡No digas jamás palabra alguna altanera contra los dioses! Si la fuerza te llena de vigor, si la riqueza se te acumula, no te enaltezcas engreído de ti mismo. Un día basta para abatir la humana grandeza y un día basta para elevarla. A los que obran con mesura los dioses los aman y aborrecen a los malvados.

       Dicho, escrito y sabido está desde entonces. Allá  —y ¡ay! De— quienes no lo quieran entender.

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