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La muerte de Abdero devorado por las yeguas antropófagas de Diomedes

En la región de Tracia de la antigua Grecia hubo una ciudad llamada Abdera situada a orillas del mar. No era muy grande, tenía apenas unos 30 mil habitantes, pero fue rica en mitos, cultura y filosofía.

Abdera fue cuna de ilustres filósofos como Anaxarco, Leucipo, Demócrito (creador de la teoría de que todo en el mundo está integrado por átomos) y Protágoras, quien dictó la sentencia humanista  imperecedera de que “el hombre es la medida de todas las cosas”. 

Los abderitanos rendían culto especialmente a los dioses Deméter, Apolo, Atenea, Afrodita y Dioniso, en cuyo templo guardaban celosamente los archivos legislativos y administrativos de la ciudad.

Los habitantes de las ciudades vecinas se burlaban de los de Abdera por su dedicación a la cultura. Decían que eran estúpidos por naturaleza, en contradicción con su reconocida afición a la filosofía, la música, la poesía y la declamación.

Según la información histórica, Abdera fue fundada por colonos procedentes de Jonia, específicamente de la ciudad de Clazómenas, que se habrían establecido en ese lugar de Tracia entre 656 y 652 antes de Cristo. Pero después de una cruenta guerra fueron echados por los originarios nativos tracios.

Más adelante, en el año 544 antes de Cristo ocurrió otra expedición de jonios llegados de la ciudad de Teos, que huían del yugo de los invasores persas. Esta otra expedición jónica fue exitosa y los nuevos colonos jonios, entre los cuales iba el célebre poeta Anacreonte, amigo de la gran poetisa de Lesbos, Safo, refundaron la ciudad de Abdera.

Después de haber sufrido invasiones y ocupaciones de los macedonios y los romanos, Abdera fue destruida totalmente por un terremoto. Durante los cinco siglos siguientes no hubo referencias a aquella ciudad, hasta que fue reconstruida en el siglo 7 de nuestra era con el nombre de Polistilo.

   Eso es en lo histórico. En la mitología griega la ciudad de Abdera habría sido fundada por Herakles (Hércules), quien la llamó así en honor y memoria de un entrañable amigo llamado Abdero.

Resulta que entre las 12 tareas que Herakles debía cumplir por orden de su primo Euristeo, rey de la Argólida, estaba la de apoderarse de las cuatro yeguas salvajes que se alimentaban con carne humana y pertenecían a Diomedes, hijo de Ares (el dios de la guerra) y  rey del pueblo guerrero de los bistones que vivían a orillas del Mar Negro.

Abdero acompañó a Herakles cuando fue a capturar las yeguas de Diomedes. Cumplieron su cometido pero al huir llevándose a los animales fueron perseguidos tenazmente por los feroces bistones.

Herakles se regresó para enfrentar a sus perseguidores y dejó a Abdero cuidando las yeguas antropófagas, a orillas del río Nestos. Después de derrotar y poner en fuga a los enemigos, Herakles regresó a encontrarse con su amigo Abdero, pero se encontró con que las yeguas de Diomedes lo habían matado y devorado. Solo los huesos y los cabellos del infortunado compañero pudo encontrar.

Herakles lloró desconsoladamente junto a los restos de Abdero. Después los sepultó y sobre su tumba erigió un altar, donde después, para perpetuar la memoria de su amigo, construyó la ciudad a la que llamó Abdera; la misma que desapareció en el siglo II de la era cristiana, arrasada por un terremoto.

Las ruinas de Abddera y la leyenda de Abdero son ahora atractivos turísticos principales de la ciudad de Polistilo en la Grecia contemporánea.

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