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Regular el consumo de tabaco, alcohol y sal aporta grandes beneficios

A lo largo del siglo XX, el tabaquismo mató aproximadamente 100 millones de personas, la mayoría de las cuales vivían en países ricos. Sin embargo, este panorama está cambiando, y la carga para la salud que supone el tabaquismo se está desplazando de los países de altos ingresos a los de ingresos bajos y medios. Algunas estimaciones sugieren incluso que mil millones de personas podrían morir a causa del consumo de tabaco a lo largo del siglo XXI.

La inversión para enfrentar amenazas para la salud como el tabaco, el alcohol y el alto consumo de sal ha sido, en gran medida, del dominio exclusivo de los países ricos. En los países más pobres, la atención se ha centrado mucho más en erradicar las enfermedades infecciosas. Sin embargo, a medida que la gente vive más años, las enfermedades no transmisibles cobran más vidas en todo el mundo, mientras que sólo reciben una fracción de la financiación sanitaria. En Nicaragua, cerca de 24,000 personas mueren cada año por enfermedades crónicas. En los países pobres, debemos seguir luchando contra enfermedades como la malaria, la tuberculosis y el VIH/Sida; pero urgentemente también debemos centrarnos en enfermedades crónicas de riesgo vinculadas con el tabaco, el alcohol y el consumo de sal.

Hemos prometido hacer frente a las enfermedades crónicas para 2030, junto con muchas otras promesas en los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible. Por desgracia, estamos fracasando. Según las tendencias actuales, el mundo se retrasará medio siglo en el cumplimiento de todas sus promesas. La razón está clara: los políticos decidieron hacer 169 promesas imposibles. Tener 169 prioridades es lo mismo que no tener ninguna. Este año, el mundo se encontrará en la mitad del tiempo para cumplir sus promesas para 2030, pero no estará ni cerca de la mitad del camino. Es hora de identificar y priorizar los objetivos más cruciales. Mi grupo de reflexión, el Copenhagen Consensus, está haciendo exactamente eso: junto con varios premios Nobel y más de un centenar de destacados economistas, llevamos años trabajando para identificar dónde puede beneficiar más cada córdoba.

Un nuevo estudio, revisado por pares, muestra que las políticas fiscales y reguladoras para luchar contra las enfermedades crónicas pueden reportar grandes beneficios sociales a cambio de inversiones relativamente pequeñas, algo que en principio apoyan la mayoría de los países. Hay dos formas muy eficaces de reducir el número de muertes causadas por el tabaco. Una es mediante un simple impuesto al tabaco. La otra es la regulación del tabaco, que puede incluir la prohibición de la publicidad y de fumar en lugares públicos. Los impuestos sobre el tabaco hacen que fumar sea más caro, lo que significa que más jóvenes nunca empezarán a fumar, más fumadores dejarán de fumar o reducirán su consumo y habrá menos muertes por tabaquismo pasivo. También permite recaudar cuantiosos y fiables fondos para el gobierno, algo que muchos luchan por conseguir. Sabemos, por ejemplos reales en el mundo, que unos impuestos más altos reducen el consumo de tabaco.

El costo directo de cambiar la legislación es bastante pequeño. Se calcula que aumentar el impuesto sobre el tabaco en los países de bajos y medianos ingresos, hasta cuatro veces el costo de venta, solo costaría 45 millones de dólares. Por supuesto, también supondrá una pérdida relativamente grande para los fumadores actuales, de casi 500 millones de dólares. En total, el costo hasta 2030 sería de unos considerables 462 millones de dólares. Sin embargo, esta política también reduciría significativamente el tabaquismo y, por tanto, salvaría más de 1.5 millones de vidas. En términos monetarios, por cada dólar de costo se obtendría un fenomenal beneficio social por valor de 101 dólares. De forma similar, la normativa sobre el tabaco tiene unos costos administrativos muy reducidos y unas pérdidas de fumadores mayores, pero como probablemente salvará más de 300,000 vidas, arroja una espectacular relación costo-beneficio de 92 dólares.

La regulación del alcohol también es una buena inversión. El alcohol mata anualmente a 300,000 personas en los países de bajos ingresos y a 1.6 millones en los de ingresos medios-bajos. Contribuye a un gran número de enfermedades y provoca otras 700,000 muertes accidentales en todo el mundo, además de causar un inmenso daño social. El endurecimiento de la normativa sobre el alcohol puede reducir el consumo nocivo y evitar 150,000 muertes en el resto de la década. Cada dólar gastado reportará 76 dólares de beneficios sociales. Alternativamente, un impuesto sobre el alcohol puede generar grandes beneficios, aunque ligeramente inferiores, a razón de 53 dólares por cada uno invertido.

Disminuir el consumo de sal nociva para la salud —como han hecho el Reino Unido, Finlandia y Polonia— mediante normativas que reducen gradualmente el contenido de sal en los alimentos procesados, es otra inversión acertada. Según la OMS, deberíamos consumir algo menos de una cucharadita de sal al día, pero en casi todo el mundo se consume mucho más. Esto conduce a tener hipertensión, cardiopatías y accidentes cerebrovasculares. Es la causante de casi dos millones de muertes al año. Para los países más pobres del mundo, hacer cumplir la normativa sobre la sal resultará más caro: más de 400 millones de dólares; pero este planteamiento podría evitar casi medio millón de muertes y reportar 36 dólares de beneficios sociales por cada dólar gastado.

No cumpliremos todas las promesas globales para 2030, eso estaba claro incluso cuando se redactaron originalmente. Sin embargo, los datos muestran ahora que probablemente no cumpliremos ninguno de los objetivos principales porque hemos prometido todo a todos. Es hora de centrar los esfuerzos que nos quedan en las mejores inversiones. En este sentido, nuestros estudios demuestran que algunas de las mejores inversiones se encuentran en la regulación del tabaco, el alcohol y el consumo de sal; acciones que pueden aportar grandes beneficios a bajo costo.

El autor, Bjorn Lomborg, es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Ha sido considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time, una de las 75 personas más influyentes del siglo XXI por la revista Esquire y una de las 50 personas capaces de salvar el planeta por el periódico The Guardian, del Reino Unido. Su más reciente libro en español es Falsa alarma: Por qué el pánico ante el cambio climático no salvará el planeta, que se suma a sus numerosas publicaciones, entre ellas los best seller “El ecologista escéptico” y “Cool It”.

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