La respuesta que por medio de un vocero dio el expresidente Arnoldo Alemán a los dirigentes del PLC que el miércoles pasado le pidieron públicamente que se retire y no siga causando daño al partido y permita su recuperación, ha confirmado que en realidad la salida del caudillo de esa organización política partidista es indispensable para poder rescatarla, si es que vale la pena hacer el esfuerzo por salvarla.
Los que piden a Alemán que se retire del PLC son los mismos que “llegaban a comer, a desayunar, almorzar y cenar en la hacienda El Chile e incluso se quedaban haciendo la digestión en la casa del doctor Alemán y esos son los que ahora (lo) señalan”, fue la respuesta fuera de lugar y de tono que el caudillo liberal dio por medio de un vocero a sus correligionarios y compañeros de directiva partidaria, que solo le piden, ni siquiera le exigen, que se retire y los deje en libertad para reconstruir al partido.
El caso del PLC no es el único en Nicaragua y América Latina, de un partido liberal que después de ganar elecciones presidenciales varias veces con amplio respaldo del voto popular, y de contar con una sólida mayoría parlamentaria, algún tiempo después se derrumba estrepitosamente y queda reducido a una mínima expresión política. Lo mismo pasó en Colombia. Allí el histórico Partido Liberal fundado en el año de 1848 de acuerdo con los ideales del prócer de la independencia nacional, Francisco de Paula Santander, ganó en distintas ocasiones las elecciones y gobernó con amplio respaldo mayoritario, pero por culpa de sus propios errores y desviaciones, en las últimas elecciones que se celebraron en 2010 obtuvo apenas el 4 por ciento de los votos y su candidato presidencial quedó en un penoso sexto lugar.
En Nicaragua, una situación de derrota aplastante similar a la que sufre actualmente el PLC, la sufrió también su antecesor, el Partido Liberal Nacionalista (PLN), el cual como consecuencia de la aberración política caudillista, dictatorial y dinástica de los Somoza fue humillado con el derrocamiento popular y perseguido después por sus enemigos en el poder, igual o peor que antes el somocismo perseguía a sus opositores. Y se puede mencionar también la experiencia del Partido Conservador, que fuera uno de los grandes partidos nacionales y en diversas ocasiones ejerció el poder contando con un extenso respaldo popular, pero como consecuencia de su contumacia caudillista y pactista derivó hacia una modesta organización política más bien testimonial de las “antiguas glorias” del conservatismo.
Se pudiera pensar que los problemas del PLC no deben importarle a quienes no son sus afiliados y simpatizantes, o, como expresan algunos de sus adversarios más radicales, que mejor sería para Nicaragua que el PLC terminara desapareciendo. Y la verdad es que debería desaparecer si el camino que va a tomar es el de seguir siendo un partido caudillista y pactista, y ahora zancudo. Pero si fuese posible reinventar al PLC sobre nuevas bases políticas y con inspiración ética, esto podría ser más conveniente para fortalecer la lucha por la recuperación de la democracia en Nicaragua.
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