Relajo
Ahora sí, ¡se armó el relajo! Una Corte hechiza, un Consejo Supremo Electoral que no sabe contar votos y con unos abusivos que se creen todavía magistrados, diputados de mentiritas algunos, ciudadanos que se dicen contralores aunque ya no lo sean, y en vez de perseguir la corrupción se alían con ella y, orondos, exhiben sus delitos en las páginas de los periódicos. Que la Cumbia Chinamera de Gustavo Leytón sea el nuevo himno nacional y que la palabra de la Tula Cuecho se vuelva Ley Que la gigantona y el enano cabezón sean los nuevos jueces ¡Qué relajo! “Torcuato, por favor vaya salúdeme a mi suegra”, ordenaba hace años Firuliche a su obediente burro. “Daniel Ortega puede reelegirse”, dicen los nuevos firuliches ahora. Y tengo la impresión que el primero era más serio que los últimos.
Risa o vergüenza
No sé si en cien años los que lean estas páginas de nuestra historia se reirán de lo que aquí acontece o sentirán vergüenza de nosotros, sus abuelos, por haber permitido que las cosas llegaran hasta este punto. ¿Acaso no sentimos vergüenza cuando le contamos a alguien, a nuestros hijos, que hace 160 años un grupo de malos hijos de la patria trajo a un extranjero que luego se adueñó del país y hasta había decretado la esclavitud, nuestra esclavitud? ¿Qué habría sido de Nicaragua si por sobre las diferencias personales y políticas los nicaragüenses no se unen para echar al abusivo?
Dos soluciones
Dicho esto, igual van quedando sólo dos soluciones para salir del hoyo en que nuevamente estamos: la suave y la dura. La suave, que se pide a gritos, es que todos los nicaragüenses, fíjense que ni siquiera digo oposición, nos unamos contra los nuevos filibusteros que siendo menos que nosotros nos quieren gobernar como amos y señores. Y la otra, la solución dura, la guerra. Y Dios salve a Nicaragua. No sé si todavía se pueden resolver las cosas por las buenas, según las herramientas del sistema democrático, pero estamos obligados a unirnos y probar antes que por nuestros errores la sangre llegue al río.
Ley no escrita
El problema es que en este relajo se está asentando, capa por capa, un sentimiento de impunidad e impotencia. Hay una ley no escrita que permite a los de un signo político hacer cualquier tropelía sin que nada les pase. Desde el magistrado usurpador hasta el turbero que agrede con garrote y mortero, que a veces son uno solo, ¿verdad? Y del otro lado, los otros ciudadanos, que no tenemos leyes a las cuales recurrir cuando los primeros pisotean nuestros derechos. Y esa sensación de impunidad evoluciona, crece, desde las causas políticas que lo originaron hasta los delitos comunes para beneficio propio o por el puro placer de hacer la maldad.
Ejemplo
Por ejemplo, un policía que ve garrotear a un ciudadano y sabe que sólo le toca disfrutar el espectáculo, también puede pensar que está permitido echar por gusto a un homosexual a una celda e instar a los reos a que lo violen en masa, como ocurrió recientemente en Ometepe. Si se permite con unos, ¿por qué no con el otro? puede concluir.
Impunidad
Supongamos. Supongamos que un día de éstos llegan a un centro de estudios un grupo de criminales a secuestrar, golpear y quizás matar a estudiantes y profesores. ¿Actúa la Policía? ¿Qué le corresponde hacer? Pero sucede que ese grupo de delincuentes, tal cual lo describo, llegó hace poco a la Universidad de León y la Policía no hizo nada, como si no fuera asunto de ellos, sólo porque los delincuentes son orteguistas. A esa impunidad es que me refiero. Y se les va a salir de las manos tarde o temprano.
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