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¿Dónde están las tumbas de estos famosos personajes de Nicaragua?

Andrés Castro en paradero desconocido, Anastasio Somoza García entre excremento y basura, Augusto C. Sandino… ¿incinerado? Esto es lo que se sabe sobre las olvidadas tumbas de estos y otros personajes de la historia nacional.

Augusto C. Sandino

La muerte de Augusto C. Sandino, traicionado por Anastasio Somoza García, es uno de los crímenes más famosos de la historia nacional. Sin embargo, a la fecha no ha sido posible determinar el paradero de sus restos. 

Hay consenso entre los historiadores sobre el hecho de que el “General de Hombres Libres” fue sepultado en una fosa común, junto a su hermano Sócrates y sus colaboradores Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor, todos fusilados la noche del 21 de febrero de 1934. Pero nunca se llegó a un acuerdo respecto a la ubicación de la tumba y las excavaciones para localizarla no produjeron resultados. 

La búsqueda se vio complicada por varios factores. Managua creció mucho y se poblaron los terrenos baldíos donde pudo haber sido enterrado el general. Además, al régimen somocista que se instauró en Nicaragua no le convenía que esos huesos fueran encontrados. 

La tercera fuente de confusiones fue la posibilidad de que los hombres no hayan sido enterrados en el mismo lugar donde los mataron, sino en un terreno militar, luego de que Somoza García, jefe de la Guardia Nacional, constatara sus muertes. 

Algunos historiadores han señalado que la tumba original podría haber estado en terrenos de la delegación policial Ajax Delgado, que fue parte del antiguo Campo de Aviación. Pero también hubo quien afirmó que Sandino se hallaba en una fosa situada entre dos guanacastes del barrio Larreynaga. 

Otras investigaciones sostienen que, en la primera década tras su asesinato, en Managua no era desconocida la ubicación de la tumba de Sandino. No obstante, el propio régimen somocista exhumó sus restos y se encargó de hacerlos desaparecer. De acuerdo con esta versión, nunca será posible encontrar los huesos de Sandino, pues estos fueron incinerados por la dictadura en 1944 y arrojados a la micropresa de Los Gauchos.

Anastasio Somoza García y Augusto C. Sandino, en un abrazo para la fotografía, poco antes de que el primero mandara a asesinar al segundo.

Anastasio Somoza García

Por muchos años se creyó que los restos del dictador Anastasio Somoza García y su hijo Luis Somoza Debayle se hallaban fuera de Nicaragua, en un cementerio de Miami, Estados Unidos. Se decía que su familia los había exhumado apuradamente antes de huir del país, tras la insurrección popular de 1979, y los había llevado al aeropuerto sobre una limusina. Nada más lejos de la verdad. 

En 2002 una investigación conducida por el historiador Roberto Sánchez Ramírez (q.e.p.d.) los localizó en una cripta del Cementerio Occidental, en Managua, donde también fueron sepultados personajes como Tomás Martínez, Adolfo Díaz Recinos, José María Moncada y René Schick. 

Incluso Sánchez Ramírez, recordado por sus grandes contribuciones al rescate de la memoria de Managua, se vio afectado por la leyenda, pues aparecieron testigos de la supuesta exhumación y personas que afirmaban haber visto la tumba de Tacho en Miami. De manera que cuando el historiador se refería a la antigua cripta de oficiales de la extinta Guardia Nacional, varias veces escribió: “Donde estuvieron los restos de…”. 

Así fue hasta que un día de 2002 pidió permiso para bajar a las bóvedas. Aunque le recomendaron no hacerlo, porque aquella cripta se había convertido en basurero y letrina de los cuidadores de tumbas, Sánchez Ramírez se atrevió a descender un par de gradas. El olor pestífero y la oscuridad lo hicieron retroceder, pero volvió con una buena lámpara de mano y la compañía de varios trabajadores del camposanto. 

Entonces los vio. En medio de basura, coronas de flores descartadas y excremento humano, había un cráneo, costillas dispersas, varios huesos, pedazos de lo que fue un ataúd y fragmentos de una placa de mármol abierta a golpe de pico. Eran los restos de Anastasio Somoza García, muerto en 1956 a manos de Rigoberto López Pérez. 

En otra bóveda se conservaban, en perfecto estado, los restos de Luis Somoza Debayle, fallecido en 1967, con su placa de mármol y una huella que parecía haber sido producida por un pico. Por eso el historiador descartó intencionalidad política en la profanación de la tumba de Tacho. 

Cuatro años después, el propio Sánchez Ramírez informó que los huesos del padre de la dinastía somocista habían quedado en la misma cripta, protegidos por un simple repello y sin placa que los identificara. 

En el caso de su otro hijo, el dictador Anastasio Somoza Debayle, asesinado en 1980 durante su exilio en Paraguay, sus restos sí se hallan en un cementerio de Miami.

Rigoberto López Pérez

Otro de los grandes personajes nicaragüenses con sepulcro desconocido es el poeta Rigoberto López Pérez, quien se inmoló para asesinar a Anastasio Somoza García. 

La noche del 21 de septiembre de 1956 el iniciador de la dictadura somocista era celebrado en la Casa del Obrero, León, como candidato para las elecciones presidenciales de 1957.  En la fiesta también estaba Rigoberto, de 27 años de edad, con pantalón azul, guayabera blanca y una pistola calibre 38, de gatillo escondido, con capacidad para cinco tiros, de los que cuatro dieron en el blanco. 

Los músicos tocaban una alegre pieza de jazz cuando se oyó un sonido como de triquitraques y Somoza gritó: “¡Bruto! ¡Animal!” La Guardia reaccionó de inmediato, perforando con al menos 54 balazos el cuerpo del joven poeta. 

El cadáver del muchacho fue llevado a la Policía de León y luego a la acera del Teatro González, donde guardias y simpatizantes del somocismo lo “velaron” propinándole patadas, cubriéndolo de escupitajos y quemándolo con cigarros encendidos. A la fecha se desconoce el paradero de sus restos. 

En 2002 el historiador Roberto Sánchez Ramírez señaló la “indolencia de sucesivos gobiernos” como responsable de que no se hayan encontrado esos célebres huesos.

Andrés Castro y Rafaela Herrera

Los héroes que cada año salen a relucir durante las Fiestas Patrias de septiembre no tienen una tumba conocida. De hecho, no se sabe dónde están sus restos. 

Andrés Castro es famoso por la hazaña que protagonizó en la Batalla de San Jacinto, ocurrida el domingo 14 de septiembre de 1856. Por entonces tenía 25 años y formaba parte de la columna legitimista de 160 hombres (algunos dicen que eran 100) que combatió a 300 filibusteros estadounidenses en la Hacienda San Jacinto. 

Durante ese enfrentamiento desigual, Castro destacó por derribar a un enemigo lanzándole piedras grandes. El propio José Dolores Estada, al mando de la columna, informó sobre la acción en un parte oficial: “Muy recomendable el muy valiente sargento primero Andrés Castro, quien por faltarle fuego a su carabina, botó a pedradas a un americano, que de atrevido se saltó la trinchera para recibir su muerte”. 

Veinte años después de su gesta, el héroe murió asesinado por un lío de faldas. En mayo de 1965 su sobrina Sinesia Castro, quien en ese momento tenía 100 años de edad, narró a LA PRENSA cómo sucedieron los hechos. 

Después de la Guerra Nacional, Castro hospedó en su casa a un hombre llamado Eusebio García y su joven esposa. El huésped, sin embargo, terminó acusándolo de “enamorar” a su mujer. Aunque su benefactor replicó: “Ideay hombre, ¿teniendo yo mi trompuda para qué voy a enamorar a tu trompuda”. García no le creyó una palabra. Y un día, cuando Castro iba de camino a una finquita cerca de Managua, lo atacó por la espalda con un machete. Era 1876. 

Se sabe que los restos del héroe quedaron en el cementerio San Pedro, de Managua. Pero muchos años después su familia los trasladó hacia algún lugar de Tipitapa. También suele decirse que sus huesos fueron localizados en el año 2000 y llevados en urna especial a la Hacienda San Jacinto. Una publicación del medio oficialista El 19 Digital revela que para septiembre de 2017 la Alcaldía de Managua seguía buscando la tumba. 

“Sus familiares se lo llevaron hace unos 50 o 60 años atrás para Tipitapa. Creíamos que era el cementerio de Tipitapa, pero no lo hemos encontrado. Entonces, probablemente estén sus restos en un cementerio de la comarca Los Castros, de Tipitapa. Esa búsqueda todavía se está dando”, dijo en ese momento Clemente Guido, director de Patrimonio Cultural. 

Tampoco es conocido el paradero de los restos de la heroína Rafaela Herrera, la otra protagonista de las Fiestas Patrias nicaragüenses. Herrera es recordada por su valiente defensa del Castillo de la Inmaculada Concepción. La hazaña que tuvo lugar el 29 de julio de 1762, cuando ella tenía 19 años de edad. 

Hay quienes creen que fue sepultada en el cementerio de Granada, ciudad donde se casó con un criollo español granadino, tuvo seis hijos y residió hasta su muerte. Sin embargo, no ha habido esfuerzos por localizar su sepulcro.

Tumba de William Walker en Trujillo, Honduras.

William Walker en el olvido

El estadounidense William Walker, uno de los filibusteros más famosos de la historia, estaba obsesionado con Nicaragua e intentó conquistarla en cuatro ocasiones. En la última de ellas se propuso invadir primero Honduras, asaltando el puerto de Trujillo, para luego ingresar a territorio nicaragüense. En Trujillo sigue su tumba, olvidada y sencilla, muy lejos de Nashville, Tennessee, el lugar donde Walker nació. 

Su última expedición fue interrumpida por el capitán inglés Norvell Salmon, quien le exigió que se rindiera. Le prometió, a cambio, que la corona inglesa garantizaría su seguridad y la de sus hombres.

 Ante la solicitud, Walker decidió huir con parte de sus secuaces, atravesando varias aldeas caribes y perseguido durante 12 días por soldados ingleses y hondureños. Finalmente, con la mayoría de sus hombres enfermos, heridos y hambrientos, el 3 de septiembre de 1860 el líder filibustero se rindió ante Salmon, quien de inmediato lo entregó a las autoridades catrachas. 

De nada valieron los alegatos de Walker, quien se consideró víctima de un acto de traición por parte del capitán inglés. El 6 de septiembre desembarcó otra vez en Trujillo, con lo que quedaba de sus famélicas tropas y custodiado por soldados ingleses. El 11 de septiembre lo condenaron a “ser pasado por las armas ejecutivamente”, narra el artículo Las últimas palabras de William Walker, de la revista Magazine

Diez soldados dispararon sus armas contra el aventurero de 36 años. Walker murió al instante, pero todavía recibió el reglamentario tiro de gracia en la sien. Le dieron un entierro cristiano en un ataúd pagado por el agente consular de Estados Unidos. Costó diez dólares con dos y medio reales.

Su tumba está señalizada por una pequeña y rústica lápida, rodeada de grama, con la inscripción: “William Walker. Fusilado. 12 de septiembre de 1860”. 

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