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Hipnotizados por la imagen tranquila del manto de agua del Mirador de Catarina

Hasta medio día el hombre del uniforme verde había recolectado veinte sacos de basura, mientras están vacíos o a la mitad los contenedores dispuestos para los desperdicios.

Al hombre de uniforme verde con el logotipo de la Alcaldía de esta ciudad, y una bandera rojinegra en la región deltoidea de ambos brazos –debajo de los hombros—no le quise replicar cuando me dijo “es que los nicaragüenses somos unos chanchos”, como explicación suya a que la mayoría de la gente no bota la basura en su lugar en el colmado y resplandeciente Mirador de Catarina.

Evidentemente hastiado, el hombre recoge y recoge basura mañana y tarde, y por más que reinicie su tarea después de diez minutos de descanso, la basura nunca se acaba bajo las bancas y las gradas recién pintadas, en las áreas verdes, en la calle donde los niños montan por primera vez en su vida en hermosos y ataviados caballos, y en el largo caminito pavimentado del área remodelada hace dos años del centro turístico quizás más concurrido de Nicaragua.

La maravillosa laguna azul que se mira casi por completo desde el mirador lleno de restaurantes y ventas de recuerdos para turistas nacionales y extranjeros, es el principal centro de atención de los visitantes, quienes por momentos parecen hipnotizados por la imagen tranquila del manto de agua que hace soñar y pensar.

Es posible concentrarse mentalmente en la paz de la laguna en busca de la armonía, pero hay que hacer caso omiso de los pregoneros que se escuchan sin parar durante todo el día y parte de la noche. Rosquillas, café; el atol y Pío Quinto; las pulseras y collares; la foto; música nicaragüense (pida la que quiera que nosotros la tenemos), etc. Se entrelazan los sonidos de la marimba, y la de guitarras. Comprobé, una vez más, que siempre hay quien paga la música.

Lea además: Mirador de Catarina con nuevo rostro

No quieren su apariencia externa, sino el alma de la laguna

Algunos escritores vienen a contemplar la tranquilizadora laguna en busca de paz e inspiración, y también pintores que, como observadores de lo profundo, quisieran capturar algo interno, el espíritu, lo misterioso y cautivador de este bello espejo de agua. No quieren su apariencia externa, sino su alma.

El domingo pasado se alineó junto a la baranda que marca el punto más próximo a la impresionante laguna, el equipo de fútbol sala de Panamá, que la noche anterior le ganó 4×3 al de Cuba en un campeonato internacional que se realiza en el renovado Polideportivo España. Casi todos son jóvenes afrocaribeños. Incansables, toman fotos con sus celulares, al igual que todos los turistas.

Con el celular, ¿se extinguieron los fotógrafos tradicionales que daban el servicio en el Mirador? No. Aquí están. Uno de ellos, Manuel Montes, quien desde hace quince años trabaja aquí, dijo que el secreto de la sobreviviencia “de su especie” está en ofrecer algo que no dan los celulares: la foto instantánea, que tiene un atractivo irresistible para mucha gente.

Cerca de las 3:30 pm incrementa la cantidad de personas en el Mirador.

Fijan su vista en las aguas hipnotizantes de la laguna, y dejan divagar su inconsciente

El hombre del uniforme verde revela que hasta el mediodía había recolectado veinte sacos de sucios papeles, botellas y bolsas de plástico, hojas de chagüite, restos de comidas, etc., lo que le molesta enormemente, porque mientras abunda la basura por todos lados, están vacíos o a la mitad los contenedores dispuestos en varios sitios del Mirador para que los visitantes se deshagan de los desperdicios.

Un poco al oeste, se mira el volcán Mombacho con su ancho cerro partido en dos por un colosal desplome de una de sus paredes, que en su brutal caída sepultó bajo miles de toneladas de árboles, piedras y tierra, un pequeño poblado indígena. De frente, más allá de la espléndida laguna, a simple vista se observa la colonial ciudad de Granada, y con unos binoculares aparecen casi al alcance de las manos las aguas del lago Cocibolca y las encantadoras Isletas de Granada.

Los tradicionales restaurantes en el punto más alto del Mirador, fueron remodelados, igual las gradas escalonadas en cuyas bancas los visitantes se sientan y entran “a otro mundo”, dejándose llevar por sus reflexiones, o poniendo la mente en blanco, dejando divagar su inconsciente mientras fijan su vista en las aguas hipnotizantes de la laguna.

Comer al aire libre bajo los árboles

Al norte de la parte central del Mirador, la Alcaldía también remodeló, y tuvo el cuidado de dejar áreas verdes para comer o merendar al aire libre bajo los árboles. Algunas familias traen sus panas de comida, sus hieleras y su mantel. “Se come más rico, más higiénico y más barato. Comer en los restaurantes es un lujo”, dijo doña Mónica Hidalgo.

A ambos lados del sendero pavimentado se despliegan decenas de comerciantes con sus mesas llenas de dulces, frutas, artesanías y comidas. Y hay varios restaurantes.

El atractivo mayor de esta área del Mirador de Catarina donde algunos tramos despejados facilitan que se pueda seguir viendo la fantástica laguna, es la emocionante aventura de viajar por cables a una gran altura sobre las azules aguas y llegar hasta una selva, y luego hacer el viaje de regreso. Algunas personas gritan en el aire por satisfacción o nerviosismo.

Dos viejecitas observan con asombro las idas y venidas de estos seres humanos voladores. Les pregunté si se montarían, y rieron. Una de ellas, con una cruz plateada en el pecho, doña Blanca Gómez, respondió: “Ni quiera Dios y la Virgen Santísima”.

A las 3:30 pm comienza la mayor afluencia de personas

Se escuchan las carcajadas y gritos de niñas y niños que pretenden llegar al cielo saltando en un “brinca-brinca”. Hay más juegos en esta área de recreación infantil.

Elvira Guevara, comerciante de carteras y adornos, dice que por nada del mundo viajaría por esos cables, “porque al diablo se le podría ocurrir que se rompan esos chunches, y yo no me quiero morir todavía.” Recuerda que antes de la remodelación de hace dos años, venía mucha gente al Mirador, “y ahora vienen tres veces más”, pero las ventas están malas, “porque está cara la vida”.

Por la gran cantidad de personas que se desplazan en ambas direcciones, en esta parte norte del Mirador parece que hubiera una romería. Son las 3:30 pm: apenas está comenzando la afluencia mayor que hace casi intransitable la calle de acceso, que satura los parqueos y que abarrota de personas el Mirador.

Tal movimiento de personas y sus voces, risas, y hasta carcajadas, no importunan a tres jóvenes monos congo cómodamente instalados en las ramas de un mediano árbol cuyo dosel se extiende sobre la vía. Por momentos se escucha un fuerte y profundo aullido o rugido, que suele ser muy resonante y audible a largas distancias en la selva. Estos primates están aquí defendiendo el derecho a continuar viviendo en su hábitat.

En la congestionada entrada al Mirador se paga C$10.00 por persona. ¡Una ganga! Vengan, ¡aprovechen!, pero, por favor, háganle la vida más tranquila al señor del uniforme verde.

Nacionales Mirador de Catarina Nicaragua

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COMENTARIOS

  1. Hace 2 semanas

    My has recién llegados acá a USA traen esos malos hábitos se vienen indocumentados y con malas costumbres. Por los menos déjenlas allá

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