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Piero Coen Montealegre: ¡Un fuera de serie!

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El pasado 16 de enero, la muerte sorprendió al empresario chinandegano Piero Coen Montealegre, a sus 83 años, mientras dormía en su residencia en Antigua, Guatemala. Con este suceso se cierra un capítulo importante de la historia empresarial nicaragüense, en la que Coen Montealegre imprimió su sello propio y dejó un legado de cómo hacer negocios con actitud humanista, persistencia y trabajo intenso.

“La riqueza hay que crearla para poderla compartir”, dijo el empresario en una entrevista con LA PRENSA, en noviembre de 2014. “Y no hay mejor amigo del empleado que el patrón. No sé por qué nos han echado a pelear. Yo veo a mis empleados como mis mejores amigos y los que más me ayudan. Y los trato con justicia y correctamente”, añadió.

Piero Coen Montealegre desarrolló un instinto precoz para los negocios. Su historia es la de un niño que vio a su familia empobrecerse a tal punto que llegó a andar descalzo, a lustrar zapatos y a vivir de la reventa de leche en el zaguán de la casa de la abuela que les acogió. Parecía ser un joven destinado, por la dureza de la vida, a ser un fracasado y un resentido; pero, escogió ser un triunfador, a aprovechar todas esas adversidades para que fuesen el motor que lo impulsaría a triunfar, a nunca ser pobre.

Es así como desde muy joven buscó diferentes fuentes de ingreso y así entró al mundo de los negocios. Mientras estudiaba en escuela pública, inquieto por salir de la pobreza, buscó todo tipo de trabajo honrado para llevar el sustento a su casa: un billar, una empresa de coches de caballos, fue chofer de carroza fúnebre, compraba y vendía de todo tipo de cosas, venta de fertilizantes, se metió a ser agricultor y otras cosas, todo eso antes de cumplir 20 años.

A los 30 años ya era millonario y a los 36 perdió todas sus propiedades y negocios con la llegada de la Revolución en 1979. Se fue al exilio con US$4,800 de capital y con toda su familia. Con perseverancia, disciplina y trabajo duro volvió a crear su fortuna, de tal forma que cuando regresa a Nicaragua en los 90, ya es multimillonario, con empresas en México, Suramérica y toda Centroamérica. Regresó a Nicaragua, a su querida Chinandega, más que para hacer negocios, por sentimientos, por el arraigo a sus raíces.

Fue 36 veces a las oficinas centrales de Western Union para convencerlos de que se expandieran internacionalmente y 36 veces le dijeron que no. En la visita 37, en 1989, logró finalmente convencerles, le dieron la franquicia para varios países de Latinoamérica y su empresa de 15,000 colaboradores ha llegado a mover hasta 3,000 millones de dólares en un año.

Constantemente agradecía por todo lo que tenía y también por lo que le faltaba. Agradecía a Dios por lo bueno y por lo malo que había sucedido en su vida, pues creía que todas esas experiencias forjan el carácter.  Fue agradecido con las personas que lo ayudaron en su momento.

Para él la familia era primero y sobre todas las cosas, es así que a pesar de la azaroza vida de hasta 14 horas de trabajo al día, siempre puso a su familia como prioridad. Él mismo se convirtió en el epicentro de esa relación. Sus empresas tenían una marcada vocación familiar, tanto de la suya propia, como la de los colaboradores que participan en ellas.

Demostró tener profundo sentido social y gustaba compartir de sus ganancias y riquezas con el que necesitaba y, muy importante, con aquel que demostraba instinto de superación. Solía decir que no es buen negocio aquel que deja dinero, pero les hace daño a otros. Acompañó sus palabras con asistencia médica y social para sus colaboradores y comunidades vecinas, con iniciativas nacionales de asistencia a sectores vulnerables y programas de educación.

Resiliencia. Acometió cada etapa de su vida con dedicación y optimismo. Vivió como millonario cuando pudo y como pobre cuando le tocó. Triunfó y fracasó. “Mi historia es una cadena de éxitos y fracasos, cuya suma y resta deja al final un saldo positivo, considero yo. He sido pobre, rico, millonario, otra vez pobre, multimillonario, y cada etapa de mi vida la he vivido con pasión. He sido feliz comiendo frijoles en un rancho o caviar en un palacio”.

Piero Coen Montealegre, aquel niño que caminaba descalzo por las calles de Chinandega, llegó a crear uno de los más importantes, sólidos y diversificados capitales de Centroamérica. Su desaparición física obviamente deja un gran vacío, pero queda su legado en un país y una región necesitado de prácticas empresariales responsables y humanistas, que encaucen su desarrollo y mejore las condiciones de vida de sus ciudadanos.

Piero Coen Montealegre fue definitivamente un fuera de serie en todos los sentidos.

Editorial
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