Habían pasado tantos años, pero el impacto de Fernando Valenzuela continuaba estremeciendo al universo del beisbol. El zurdo nacido en Etchohuaquila, Sonora, sorprendió en las Grandes Ligas cuando con unos movimientos extraños en su mecánica que incluían patada alta y mirada al cielo antes de soltar sus disparos, hizo estragos desde el box.
Pero Valenzuela fue más que un destacado lanzador de impacto instantáneo en el juego. Fue un fenómeno social que animó a toda la comunidad mexicoamericana en Los Ángeles y provocó la admiración mundial, mientras se convertía en el nexo con los Dodgers, quienes habían fallado en sus pretensiones de añadir a un mexicano en sus filas.
Uno de esos intentos incluyó la firma del lanzador Felipe (Phil) Ortega en 1960, quien parecía ser el primer mexicano que los Dodgers tendrían en su roster para atraer al estadio a todos los inmigrantes del país azteca, antes de que justo en la conferencia de presentación ante los medios el mismo Ortega declarara: yo no soy mexicano, yo soy apache.
En realidad, Ortega era de Gilbert, Arizona, y su historia fue irrelevante en los Dodgers (7-13 y 5.17 en parte de cinco campañas). En cambio, Valenzuela venía de Etchohuaquila, un pequeño pueblo del municipio de Navojoa, Estado de Sonora, e irrumpió con tanto vigor en las Grandes Ligas que ganó sus primeras ocho aperturas, cinco de ellas por blanqueada.
A la par de aquel balance espectacular de 8-0 y 0.50 en efectividad con 68 ponches en 72 innings, Fernando tenía una personalidad encantadora, revestida de una sencillez que seducía. Los periodistas y fanáticos deseaban saber de dónde había salido aquel sensacional lanzador de físico redondo, nervios de aceros y lanzamientos mortíferos.
Al final de ese año, Valenzuela terminó con 13-7 y 2.48 en 192.1 con 180 ponches y 61 boletos. Acumuló ocho lechadas y un whip de 1.04, todo suficiente para convertirse en el Novato del Año y más tarde en el ganador del premio Cy Young, mientras ayudaba a los Dodgers a darle vuelta a la Serie Mundial y derrotar 4-2 a los Yanquis en ese 1981.
Ahí quedó establecida la “Fernandomanía”, que alcanzaba su pico en cada apertura del zurdo en Los Ángeles. Los inmigrantes mexicanos y los estadounidenses de origen azteca que vivían resentidos tras las batallas legales que terminaron por removerlos de Chávez Ravine, donde se construyó el Dodger Stadium, dieron vuelta a la página y fueron a apoyar a Fernando.
Al año siguiente Fernando ganó 19 juegos y luego 17 y 12, antes de conseguir su única campaña de 20 triunfos en 1986 cuando cerró con 21-11 y 3.14 en 269.1 innings, con 20 juegos completos y 242 ponches. Aún fue capaz de tres años más de al menos diez victorias con los Dodgers, pero su brazo comenzaba a flaquear y en 1988 fue a la lista de lesionados.
Ese año no pudo participar en la que debió ser su segunda Serie Mundial, pero ya había emergido Orel Hershiser y galvanizados por el famoso jonrón de Kirk Gibson contra Dennis Eckersley, los Dodgers se llevaron sorprendentemente ese clásico ante Oakland. Valenzuela salió de los Dodgers en 1990, año en el que lanzó su no hitter contra los Cardenales.
Eso ocurrió el 29 de junio. Temprano en Toronto, Dave Stewart de los Atléticos lanzó un no hit no run contra los Azulejos y varios jugadores de los Dodgers apreciaron la hazaña desde los televisores del clubhouse. Fue entonces cuando Fernando les dijo: ya vieron un no hitter por televisión, ahora van a ver uno en vivo. Y así sucedió.
Valenzuela fue dejado en libertad por los Dodgers e inició un tour por Angelinos, Orioles, Filis y Padres, antes de retirarse con los Cardenales en 1997 con un récord de 173-153 y 3.54 en 2,930 episodios con 2,074 ponches, seis Juegos de Estrellas, un Guante de Oro y un Bate de Plata, para sellar una carrera que trascendió las fronteras del juego.
“Antes de que Valenzuela llegara a Los Ángeles, los inmigrantes vivíamos como escondidos, con temor a salir a las calles, pero Fernando no solo nos quitó ese miedo, nos animó a luchar por los sueños que nos movieron a venirnos para Estados Unidos y al fin fuimos teniendo un sentido de pertenencia. Eso se lo agradecemos”, dice Carlos Durán.
Como Durán, muchos otros inmigrantes mexicanos salieron a las calles de nuevo para expresar su pesar ante la partida de Fernando, quien animó a su comunidad y provocó la admiración de todos en el beisbol, donde ahora se lamenta su pérdida, aunque su legado está más firme que nunca. El “Toro” de Etchohuaquila descansa en paz.
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