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¿Existe el diablo?

Mucha gente cree que no. El mal del mundo, piensan, es producto, como creían Rousseau y Marx, del sistema social o de factores psíquicos inconscientes, como el thanatos de Freud. Y el demonio una superstición de mentes medievales o ingenuas. Aún entre los cristianos abundan quienes creen, como lo expresó el superior de los jesuitas en 2019, antes de rectificar, que “el diablo no es una persona, como somos nosotros, sino una realidad simbólica”.

Esto es lo que creía, por ejemplo, el coeditor de la revista Rolling Stones Randall Sullivan hasta que en 1995 visitó Medjugorje y presenció un exorcismo que lo cambió para siempre. Terminó admitiendo, entonces que “algo había salido del poseso y que lo que vio no era emocional, psicológico o imaginario, sino algo real”. Cita esta del libro que acaba de publicar, The Devil´s Best Trick (El Mejor Truco del Diablo). Su título es eco de lo dicho por Baudelaire: “El mayor truco del diablo es convencernos de que no existe”.

Efectivamente, si estamos convencidos de que el diablo no existe, y este no existe, no pasa nada. Pero, si existe, ignorarlo priva al ser humano de armas para defenderse de sus insidias, produce miopía intelectual al no entender cómo opera en la historia, e impide liberar a las víctimas sujetas a su imperio. Es importante pues tratar de elucidar el tema.

Para los creyentes el reto es fácil. En la Biblia centenares de pasajes lo mencionan; el Nuevo Testamento 39 veces, siendo la primera cuando el diablo tienta a Jesús en el desierto. Luego aparece Jesús haciendo siete exorcismos. En ellos vemos que su actitud ante los posesos es completamente distinta a la que tiene con los enfermos pues da órdenes a satanás, o le concede permisos o le impone silencio. Y los demonios se muestran aterrorizados.  Por tanto, no puede concluirse que Jesucristo se acomodaba a la ignorancia y prejuicios de su época.

Para los agnósticos la mejor forma de comprobarlo sería tener la experiencia de Sullivan. Quienes la han tenido, por muy escépticos o ateos que sean, han salido convencidos de que el demonio es real; un ser personal, poderoso y maligno. El problema es que muy pocos tienen esa siniestra oportunidad, si bien pueden siempre examinar los testimonios de personas serias, incluyendo médicos y psiquiatras, que han observado y documentado casos de posesión.

Otra vía que lleva a sospechar la actuación de fuerzas tenebrosas son las numerosas instancias de maldad que desafían cualquier explicación natural. Como el caso de los dos oficiales japoneses, Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda, que, en la toma de Nankín, en 1937, hicieron un concurso para ver quién lograba degollar más rápido a cien prisioneros chinos. Otros ejemplos, proporcionado por el mismo Sullivan, son asesinatos cometidos por participantes en cultos a satanás, y otros actos de crueldad y sadismo inimaginables.

Evidentemente, hay conductas antisociales que pueden estar causadas por factores ajenos al diablo, como desórdenes psíquicos o ambientales.  Los exorcistas profesionales saben que tienen que ejercer mucho discernimiento para diferenciar unos de otros. Igual debe hacerlo cualquiera que busque entender episodios de la historia o la conducta de algunos personajes. Porque la realidad suele ser multicausal.

Una complicación en la tarea de discernir la actuación del diablo es el hecho de que le gusta esconderse y confundir. El evangelio le llama “el padre de las mentiras”. Su arma preferida es la seducción, el engaño, el cubrirse con piel de oveja. Pero con todo lo difícil que puede ser detectarlo, hay instancias que permiten sospechar su presencia como son, por ejemplo, odios y fobias extremas, conductas irracionales, destructividad sin sentido y numerosas instancias mentales aparentemente naturales.

Pero hay otras instancias donde ya no cabe la sospecha sino la certeza de la actuación del diablo: aquellas manifestaciones de odio o acciones dirigidas contra su más grande adversario: Jesucristo, sus símbolos o sus servidores. La quema de iglesias y asesinatos masivos de clérigos y religiosos (as) perpetrados por los comunistas en la guerra civil española, el incendio de la imagen de la sangre de Cristo en Nicaragua, la destrucción de imágenes religiosas en los disturbios de Chile en 2019 y otros actos similares, son manifestaciones tan claras de odio satánico, que no hay necesidad de tener buen olfato para detectar su azufre. Parafraseando el evangelio: “Quien tenga ojos para ver que vea. Quien tenga olfato para oler, que huela”.

El autor es sociólogo e historiador. Fue ministro de Educación de Nicaragua.

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