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La paz es un acto de cada minuto y se logra con coraje

Muchas veces la memoria duele, pero para contarla sin llorar hay que dialogar con ella. Y sin memoria los pueblos perdemos también nuestra humanidad. La memoria es también un medio para darnos cuenta que ante tanta barbarie, la esperanza muere, pero resurge tantas veces como sea necesario por el empeño de ese pueblo fecundo y valiente que es Nicaragua. 

Pueblo que por su historia y memoria nos interpela a construir una forma de vida donde la generación actual pueda encontrar la paz que nunca hemos conocido. 75 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los tambores de tantos conflictos sin resolver resuenan diariamente, unos más mediáticos que otros en dependencia, no de las vidas en juego, sino de la importancia geopolítica y económica que tengan. Así los pueblos más empobrecidos como Nicaragua quedan condenados a la desesperanza. Salimos de una dictadura y otra se enraizó sin que pague ningún precio por tantos horrores cometidos. 

Pero de malas noticias están llenos nuestros amaneceres. ¿Qué tal si con el coraje necesario decidimos que hay otras formas de hacer política, la economía y la convivencia? Creo que es posible. ¿Y si unimos nuestras fuerzas para desatar, desde ahora, una cruzada por una vida que valga la pena vivir y en todos los lugares en el mundo? Una vida vivible basada en la convivencia y el entendimiento, desde los pueblos, desde sus necesidades y sueños. Proponer mecanismos concretos por la reforma de la Organización de Estados Americanos, de las Naciones Unidas y el multilateralismo, a fin de que dé certeza que existe una nueva gobernanza desde los hogares, la familia, el barrio, la comunidad… desde lo local a lo mundial para prever que se mate la vida por tanta ambición desmedida. 

Ser capaces de poner los avances de la ciencia y la tecnología al servicio de todas las formas de vida y no para matarla. Y esto requiere coraje. Y podemos tomar ese coraje desde diversos lugares en el mundo, como en mi Nicaragua, cuando Alvarito Conrado, un niño de 15 años, llevó agua a quienes protestaban en 2018 en una universidad, acto que tristemente le costó la vida. O el coraje con el que una niña de 14 años defendió a sus compañeros lanzando una piedra al policía que reprimía a sus compañeros en el colegio República Argentina. El coraje de una defensora de derechos humanos cuando se planta ante una empresa minera para que no acabe con el agua, con el bosque y la tierra. El coraje de la defensora Vilma Núñez y del obispo Rolando Álvarez. 

El coraje que requiere defender a las personas presas políticas o ejercer el periodismo en sistemas dictatoriales. El coraje de un guardabosque en la Mosquitia que defiende su territorio ante la invasión de los colonos. Coraje como el de las personas presas políticas en Nicaragua que, a pesar de tantas vejaciones, no se dan por vencidas. O del exilio político nicaragüense que hoy hemos convertido en una tribuna por la libertad. Pero también el coraje de aquella madre que le arrebatan a su hijo y tiene que aferrarse a la vida, o de quienes se las ingenian para alimentar a la familia cuando solo hay un plato de comida para darles.

Tenemos que recobrar la capacidad de asombro. Que nos duela el dolor del otro y de la otra, de saber que estamos inevitablemente conectados y que todos nos necesitamos. No vernos como amenaza, rescatar nuestra humanidad en el reconocimiento y la solidaridad con el otro y la otra. Que no importe su nacionalidad, su credo, su identidad de género ni su ideología. Que nos importe solo por ser persona. Ya es hora de poner un alto al genocidio, al hambre, a la violencia, a la corrupción y a la impunidad. Pero no basta con decirlo. 

Nosotros, después de tantos duelos, llegamos a la conclusión que para que Nicaragua cambie, tenemos que cambiar nosotros, todos y cada uno. Que el cambio empieza por mí, con pequeñas cosas desde mi vida cotidiana; desde mi barrio y comunidad que tendrá inevitablemente el efecto mariposa para cambiar y proteger nuestro país y nuestro planeta, ya que no tenemos otra casa a la cual mudarnos. Dicen que para que las cosas sucedan, primero hay que imaginarlas y soñarlas. Yo quiero, junto con ustedes, soñar que vamos a ser capaces de que la niñez y las juventudes de Nicaragua y en todos los países del mundo sonrían, bailen, canten y vayan a la escuela; lean, se bañen en nuestros abundantes ríos y en el mar. Que creen poesía, como nuestro gran poeta Ernesto Cardenal. Que la niñez tenga empatía con el otro y la otra, que compartan sus juguetes; que el niño y la niña jueguen juntos a la pelota. Para que no haya lugar ni a la barbarie ni a la ambición desmedida. Que construyamos una sociedad donde valga la pena vivir y compartir. 

La paz es un acto de cada minuto, de cada día y de todos los días y es ahora. 

La autora es presidenta del Instituto de Liderazgo de Las Segovias, miembro del CCSICA, de Nicaragüenses en el Mundo y del Espacio de Diálogo para la concertación entre Actores Nicaragüenses. Este texto contiene sus palabras de agradecimiento por el Premio por la Paz recibido el 9 de noviembre de 2023 en Barcelona, España.

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