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Los coches de la vieja Managua

Los coches jalados por caballos fueron por mucho tiempo los vehículos de transporte público usual en la Managua anterior al año 1950.

Yo tengo de ellos un recuerdo imborrable porque su circulación era el medio habitual de transporte durante mi niñez y mis primeros años de adolescencia, ya que mi padre, junto con mi madre, acostumbraban llevarnos los domingos a mi hermano Guillermo y a mí por la tarde a dar un paseo por las calles pavimentadas de la vieja Managua.

Los domingos a las cuatro de la tarde, muy puntualmente, hacía sonar el timbre de su coche estacionado frente a nuestra casa, el entonces conocido y respetado auriga apodado “El Kaiser”, uno de los viejos cocheros de Managua, contratado para el paseo de una hora por las pocas calles pavimentadas de entonces. Mis padres se sentaban en el asiento de atrás del coche y frente a ellos, vestidos, aún, con pantalón chingo nos sentábamos mi hermano Guillermo y yo. El coche nos daba un largo paseo recorriendo la Calle del Triunfo, hasta San Sebastián y Candelaria. A veces nos aventurábamos a bajar al Malecón, o bien dirigirnos hacia “la Aviación”, hasta la entonces famosa “Quinta Nina”, en lo que hoy es la carretera norte y regreso.

Otro recuerdo curioso ligado a los coches son los paseos con mi gran amigo y vecino Juan Ignacio Gutiérrez Sacasa, sentados en la parte de atrás del coche, pero no como pasajeros sino como muchachos traviesos que aprovechábamos que en la parte posterior de los coches pero afuera de los mismos había un espacio como para sentarse, así recorríamos las viejas calles de Managua, bajábamos hasta el Palacio Nacional y luego subíamos por la avenida Roosevelt y enseguida el coche doblaba hacia la iglesia del Perpetuo Socorro, exponiéndonos a los “chilillazos” del cochero y hasta nos atrevíamos a saludar a los transeúntes que nos miraban con asombro.

Otro singular recuerdo está ligado a la instalación del primer semáforo que tuvo Managua en la esquina del antiguo edificio de El Instituto Pedagógico de los Hermanos Cristianos, esquina opuesta a la antigua fortaleza, popularmente conocida como “El Hormiguero”. Formé parte del grupo de curiosos que nos instalábamos en la esquina del viejo edificio del Pedagógico y nos amontonábamos para ver el funcionamiento del semáforo y el esfuerzo que hacían los cocheros jalando las riendas, con todas sus fuerzas para frenar a sus caballos y evitar que se cruzaran cuando el semáforo se ponía en rojo.

El grupo de curiosos le gritábamos al cochero: “¡deténgase!” cuando el semáforo estaba en rojo, o “¡siga adelante!” cuando el semáforo se ponía en verde. Aplaudíamos el momento en que el coche seguía su camino aprovechando correctamente el cambio de luces.

Hay una anécdota que se cuenta del preceptor de Darío, el maestro Felipe Ibarra, quien era un exigente purista de la lengua. Sucedió un día en que estando el maestro Ibarra de visita en Managua decidió detener a un coche para ir a visitar a los Hermanos Cristianos del Instituto Pedagógico. El maestro detuvo al coche y le dijo al cochero: “Auriga, ¿por cuántos denarios me lleva al centro docente que regentan los ínclitos hijos de “La Salle?”. El cochero lo quedó viendo, le dio un latigazo a su caballo y siguió su camino.

Entre mis recuerdos más afectivos está la habitual visita dominical que nos hacía, cuando yo era un niño, mi bisabuela materna Emigdia Manning Alonso. Los domingos por la tarde mi bisabuela acostumbraba visitarnos, ya que siempre profesó un profundo cariño por su nieta, mi madre. Llegaba en coche, y cuando ya estaba estacionado su coche frente a nuestra casa, el cochero sonaba el timbre e inmediatamente nos decía mi madre a mi hermano Guillermo y a mí: “Corran y ayuden a mamá Emigdia a bajar del coche”. Su visita era un verdadero regalo para nosotros, ya acomodada en su mecedora, mi hermano Guillermo y yo acercábamos nuestros taburetes para sentarnos a su lado, ansiosos de escuchar sus relatos. Con su cabello completamente blanco de canas, su mente lúcida, sus ojitos azules, su rostro conservaba la belleza que nunca pudo derrotar la vejez y con su voz quebradiza, tan propia de las Manning Alonso, nos narraba sus recuerdos de tiempos atrás, mientras vivió en la ciudad de León donde había nacido, la epidemia del cólera que diezmó la población de León, nos describía el ambiente de las familias encerradas en sus casas por miedo al contagio, o por temor a las frecuentes guerras civiles. Nos hablaba de sus antepasados, de las hermanas Alonso Jerez hijas de Mercedes Jerez Quiñónez y del chileno Domingo Alonso Neira, famosas por su singular belleza. Los Alonso Jerez fueron diez hermanos: ocho mujeres y dos varones, y nos decía con orgullo, que hasta un santo había en la familia: el padre Mariano Dubón Alonso, protector de huérfanos y fundador del Hospicio San Juan de Dios.

La aparición de los automóviles transformados en taxis fue la señal de un próximo fin de los coches, efectivamente, cuando el tráfico automovilístico creció en las calles de la vieja Managua, el gobierno o el Distrito Nacional de esa época decidieron sacar a los coches de las calles, señalando la noche del 31 de diciembre de 1950, si no estoy equivocado, como último día para la circulación de los coches. El gobierno les dio a los cocheros una modesta indemnización y los antiguos coches fueron amontonados en un predio vacío propiedad del Distrito donde el tiempo se ocupó de terminar con ellos.

El autor es educador, académico y escritor.

Opinión Coches Maestro Semáforo Transporte Público archivo

COMENTARIOS

  1. Hace 8 meses

    El maestro Felipe Ibarra segun este articulo hablaba como un sujeto que en lugar de decir “Está lloviendo” decía “Está cayendo una precipitación pluvial”. Si tenía un calambre decía que “Había sufrido una contracción involuntaria de un músculo”. En lugar de decir que estaba cansado decía que “estaba en estado de fatiga”. A la leche la denominaba “El líquido perlático de la consorte del toro”. Una forma rara y solemne de expresarse.

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