Lisbeth Carrión Mora preparó sus maletas en 2019 para viajar a Alemania. El plan era quedarse ahí por un año. Viajaba para un intercambio de jóvenes entre el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh) y la organización sin fines de lucro Eirene, que le permitió trabajar como voluntaria para que personas con discapacidad se integraran en el mundo laboral.
Todas las entrevistas del proceso de selección y las gestiones para realizar su viaje ocurrieron en el 2018 cuando en Nicaragua estalló la crisis sociopolítica. Carrión, de 27 años, trabajaba con el Cenidh como promotora de derechos humanos de jóvenes y responsable del área de comunicación de una red juvenil.
El viaje fue en abril de 2019. Para esa fecha, Carrión estaba en una casa de seguridad en Managua, ya que la Policía orteguista había allanado su casa en busca de su padre, quien también es defensor de derechos humanos, sin embargo, él había logrado exiliarse en Costa Rica. Carrión no pudo abrazar ni despedirse de su familia, pues estaba resguardada. “Fue muy duro saber que no me podía despedir de mi padre. No poder decirle adiós, vuelvo dentro de un año, pero quién iba imaginar que además de la pandemia, la persecución política, eso nos iba a separar por un buen tiempo, hasta la fecha”, cuenta.
A pesar de las circunstancias, Carrión se fue con la idea de que un año más tarde estaría de regreso en Nicaragua.
Una vez en Alemania, participó en diversos talleres y compartió su cultura con otros jóvenes. “Ellos (la organización) se encargaban de pagarte el boleto y te aseguraban una familia de acogida por un año”, dice Carrión, quien cuenta que además le daban un bono económico para solventar los gastos de su estadía.
“Extrañaba todo”
El intercambio le permitió a la nicaragüense trabajar con una empresa, que también funcionaba como organización no gubernamental, asociada a Eirene, donde supervisaba a un grupo de personas con discapacidad en el área de producción y empaquetado de productos; también estuvo en el área administrativa. La experiencia, cuenta, le permitió aprender sobre logística en empaque y producción.
“Los primeros tres meses fue duro porque extrañaba todo, mi madre, mi familia, igualmente los extraño, pero ya después algo dentro de ti te reconforta y es de que sabes de que tu familia está ahí en tu país, pero que está bien… Es como una resignación que con el tiempo te adaptas”, cuenta.
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Después llegó la pandemia y no tuvo opción más que quedarse en Alemania. Durante ese tiempo, aprendió la cultura y el idioma alemán. “Lo más difícil de estar en otro país, como en Alemania, es el idioma”, reconoce. Carrión desde el inicio sentía miedo de volver a Nicaragua, tenía miedo de ser apresada por el régimen de Daniel Ortega por su labor con los derechos humanos, así que decidió quedarse. Continuó trabajando en la empresa de empaquetado y ahí le permitieron alojarse durante dos meses, mientras conseguía un lugar donde alquilar.
Sus jefes, cuenta, le ayudaron a conseguir un trabajo en un asilo de ancianos, que le permitió pagar sus gastos y poder mudarse. “Ya después ya me volví prácticamente independiente, tenía mi propio apartamento, trabajaba igual”, asegura.
El miedo de volver a Nicaragua
Después de esos casi tres años en Alemania, Carrión quería quedarse. “Hice todo lo posible por quedarme en Alemania, hice todo”, sin embargo, las autoridades no le permitieron renovar su visa y como Nicaragua no era una opción para ella, decidió irse a España.
Tras buscar ayuda, un conocido de la familia le brindó el contacto de una persona que radicaba en Sevilla, y que fue parte de la Asociación Nicaragüense Sevilla-España, que ayuda a migrantes nicaragüenses. La joven le expuso su situación migratoria y su temor de volver a Nicaragua donde decenas de defensores de derechos humanos sufrían persecución y cárcel.
Tras conocer su caso, la asociación aceptó a Carrión y le ofreció alojamiento en una casa de acogida y alimentos, mientras encontraba un empleo.
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Carrión salió de Nicaragua con la idea de volver, pero no pudo. Le ha tocado adaptarse. “Cuánto no quisiera estar allá en el país, pero lamentablemente no puedo. Extraño a veces comer carnita asada, no es lo mismo, hecha de tu propia madre”, dice.
Carrión trabaja cuidando a una persona de le tercera edad. Aún no ha podido retomar sus estudios, está a la espera de la resolución sobre su pedido de asilo, y espera poder viajar en un futuro a Costa Rica para reencontrarse con su familia. “Al menos voy a tener la tranquilidad de que los voy a poder ver”, asegura.