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Eurídice y el fin de Orfeo

Recibí bastantes y diversos comentarios sobre la columna La vida después de la muerte, publicada en LA PRENSA el viernes 24 de febrero pasado. En algunos me pidieron que aclarara sobre quién era Eurídice y qué pasó con Orfeo después de la segunda muerte de su esposa.

 La verdad es que ya he escrito sobre eso. De hecho la columna del 24 de febrero recién pasado fue la sexta sobre el mito de Orfeo. Las columnas publicadas sobre ese tema antes de la del viernes 24 de febrero pasado, fueron: Orfeo y Eurídice (1), el 21 de enero de 2005. Orfeo y Eurídice (2), el 28 de enero de 2005. Los misterios del orfismo, el 8 de marzo de 2013; Un Orfeo con final feliz, el 15 de julio de 2017. Y, El mito de Orfeo y el orfismo, el 19 de febrero de 2021.

En esas columnas están las respuestas a las preguntas que me han hecho, pero como es obvio que quienes las hicieron no las leyeron, o las olvidaron, con gusto hago un resumen en esta oportunidad.

Pues bien, Eurídice era una dríade, o sea una ninfa de los bosques, un ser femenino divino pero no inmortal como los dioses. Por eso es que Eurídice muere, inclusive dos veces.

 Se dice que Eurídice se distinguía tanto por su belleza como por su timidez. Muchos la enamoraron, pero solo le entregó su amor a Orfeo, tal vez cautivada por la bella música que este ejecutaba con una lira que le había regalado Apolo.

Se cuenta que después de que Eurídice murió por segunda vez, como lo relaté en la columna anterior, Orfeo, inconsolable, lloró durante 7 días a orillas del río Estrimón.

Intentó volver al reino de Hades para rescatar a Eurídice de nuevo, pero ya no pudo lograr su propósito. Decepcionado, se fue a los montes Ródope y Hemo, en la Tracia de donde era originario. Allí se hizo casto y místico, fundó una nueva religión y no volvió a tener interés en alguna mujer.

 Cuando Dionisio (al que los romanos llamaban Baco) llegó a la Tracia predicando su propia religión, Orfeo lo rechazó y dijo a la gente que no le hicieran caso porque era falsa. Entonces Dionisio indujo a las Ménades a que lo mataran. Las Ménades eran las mujeres que lo acompañaban, las que solían embriagarse con vino y hierbas alucinógenas y celebraban orgías como culto a su dios viviente. De manera que, enloquecidas por las sustancias alucinógenas que consumían, no solo mataron a  Orfeo sino que cortaron su cuerpo en muchos pedazos y los tiraron al río Hebro, que los arrastró al mar y fueron a parar a la isla de Lesbos.

 El eminente mitólogo británico Robert Graves cuenta en su monumental obra en dos tomos, Los mitos griegos, que las Musas llorando recogieron los pedazos del cuerpo de Orfeo y “los enterraron en Liebetra, al pie del monte Oimpo, donde hoy día los ruiseñores cantan más armoniosamente que en ninguna otra parte del mundo. Las Ménades trataron de limpiarse la sangre de Orfeo en el río Helicón, pero el dios fluvial se metió bajo tierra y desapareció a lo largo de cuatro millas, para volver a salir a la superficie con otro nombre, el Bafira. Así evitó ser cómplice del asesinato”.

Los dioses castigaron a las asesinas convirtiéndolas en árboles y la sombra o alma de Orfeo se juntó con la de su amada esposa en la vida del más allá, donde felices se encuentran hasta ahora. En tanto que la lira que Orfeo tocaba maravillosamente, según Graves, “también había ido a la deriva hasta Lesbos y había sido guardada en el templo de Apolo, por cuya intercesión y la de las Musas fue colocada en el cielo como una constelación”.

 Pero sobre el fin de Orfeo y Eurídice hay también una versión que no es mitológica, sino artística y propiamente musical. Está en el final de la ópera del compositor alemán del siglo 18, Cristóbal Glück,  Orfeo y Eurídice, a la cual me referí en la columna del 24 de febrero.

En esa ópera que fue puesta en escena por primera vez en Viena, en el año de 1762, con la música de Glück y libreto del poeta italiano Raniero di Calzabigi, el drama de Orfeo y Eurídice termina felizmente. En la escena final del tercero y último acto de la obra, después de  la parte tremendamente dramática en la que Orfeo llora y clama al cielo ante la muerte de Eurídice por segunda vez, él decide suicidarse. Pero Eros, el dios del Amor, conmovido por el dolor de Orfeo baja a la Tierra, impide que Orfeo se suicide y resucita a Eurídice.

Llenos de felicidad los amantes esposos regresan a Tracia donde son recibidos jubilosamente por el  pueblo. La gente baila con alegría y el coro canta el aria final llamada Trionfi Amore, el Triunfo del Amor, que se vincula a la belleza y la libertad.

Que triunfe el amor y que todo el mundo

sirva al imperio de la belleza.

De su cadena, a veces amarga,

nunca fue más querida la libertad.

Un final feliz, excepcional en una ópera que generalmente terminan en tragedia, muerte y dolor en el alma de los protagonistas.

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