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¿Familismo amoral?

En 1955, el sociólogo Edward Banfield estudió Chiaromonte, un poblado típico del sur de Italia. Quería saber por qué esa región era tan pobre y atrasada, a diferencia del próspero norte del país. La repuesta la encontró en lo que llamó “familismo amoral”; la tendencia de sus habitantes a mostrar lealtad e interés a sus familias, y ninguna hacia los de afuera o hacia la comunidad. Eso alimentaba la desconfianza, envidia y rivalidad, hacia los ajenos a su círculo. Si alguna vez cooperaban con ellos, era solo porque esperaban obtener alguna ventaja para su círculo inmediato. No existía pues, lo que se llama “capital social”, el conjunto de hábitos, normas y actitudes, que motivan a la gente a trabajar por el bien común.

Su famoso libro, Las bases morales de una sociedad subdesarrollada (1958) detalla el caso. Banfield no consideraba a los habitantes de este pueblo necesariamente malos. Gran parte su conducta egoísta hacia la comunidad podía explicarse por una serie de factores históricos, demográficos, etc. Tampoco pensaba que el familismo amoral fuese la única causa de su pobreza. Pero sí lo consideraba como un obstáculo importante para superarla.

Igual que los habitantes de Chiaromonte, los nicaragüenses hemos adquirido o heredado, formas de pensar, actuar y valorar, que han contribuido mucho a nuestras desgracias políticas y sociales. Es importante entonces conocerlas para buscar sus remedios, a sabiendas de que estos exigen mucho tiempo y esfuerzos.

Algunas de ellas las referí en mis dos artículos anteriores. Ahora habría que añadir buenas dosis de familismo amoral, pero con algunos matices diferentes. Nuestros pobladores, es cierto, exhiben parecida indiferencia al bien común. Pero no observan mucha lealtad ni normas morales al interior de su familia inmediata. Una de sus manifestaciones es la prevalencia del abandono paterno: aproximadamente un tercio de los hogares nicaragüenses lo sufre. Tres de cada cuatro niños han crecido sin padre o lo han visto marcharse un día, probablemente con otra.

Este problema es quizás el más grave de nuestra cultura. Los psicólogos pueden explicar bien las repercusiones que la experiencia traumática del abandono, salpicado también de violencia familiar, tiene en los niños. Los sociólogos pueden mostrar las estadísticas sobre los efectos devastadores que la desintegración familiar tiene sobre el futuro educativo, laboral y social de los hijos de estos hogares.

Desde el punto de los valores, que tanto nos interesan, el efecto más perverso de este fenómeno es que arruina el papel educador de la familia. Siendo como ella es, la primera y más decisiva escuela en la formación moral y psicosocial de la prole, ¿qué puede esperarse de una sociedad donde no funciona?

Muchos de los problemas culturales que nos aquejan y que tienen repercusiones políticas —como la irresponsabilidad, la inconstancia, la falta de normas, la deshonestidad, el engaño, etc.— tienen su origen en hogares donde ha faltado el buen ejemplo, la disciplina, la corrección oportuna y la convivencia feliz.

Es cierto que la pobreza extrema, el no poder pensar más allá de los próximos tres tiempos de comida, explica parte de los síndromes culturales negativos, pero no olvidemos que gran parte de ella es causada, precisamente por la desintegración familiar —estadísticamente está demostrado que las familias estables tienen mejores ingresos— y de que hay familias pobres, pero unidas, que educan mejor a sus hijos.

El hecho indiscutible es que la prevalencia de ciudadanos debilitados y sin adecuada formación ética constituyen un terreno abonado para las dictaduras y lo malos gobiernos. Porque de ellos salen los serviles, los oportunistas y los cínicos. “¿Qué me importa a mí”, se dicen, “que el gobierno sea así o asá si a mí me da esto o estoy tranquilo? Con la observación de que tal mentalidad a veces la exhiben también las élites. En cambio, cuando en la población abundan las personas con principios, rectas, conscientes de sus derechos y deberes, e interesadas en el bien común, los malos gobernantes o los aspirantes a dictador encuentran un hueso muy duro de roer.

¿Cómo aumentar la cuota de buenos ciudadanos? Ese es el tema que abordaré después que visite algunos factores culturales pendientes de analizar.

El autor fue ministro de Educación y es sociólogo e historiador aficionado. Publicó el libro “Buscando la Tierra Prometida; historia de Nicaragua 1492-2019, disponible en librerías locales y en Amazon.

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