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Tacho y la Iglesia

Tacho, Anastasio Somoza Debayle, quien prácticamente gobernó Nicaragua desde 1967 hasta 1979, tuvo que vivir uno de los períodos más borrascosos de nuestra historia y enfrentar formidables adversarios; como las guerrillas del FSLN, golpes terroristas, el periodismo libre, el empresariado organizado, Estados Unidos y la Iglesia católica.

Ahora que la persecución de la Iglesia nicaragüense está sobre el tapete, vale la pena repasar algunos aspectos del conflicto Iglesia-Estado durante su régimen. Hacerlo nos ayudará a tener una mejor perspectiva histórica; comparar una época con otra, y hacer nuestros propios juicios sobre la distinta forma de reaccionar de nuestros gobernantes.

En tiempos de Tacho la jerarquía fue muy crítica del gobierno. Sobre todo, tras el nombramiento de monseñor Miguel Obando y Bravo como arzobispo de Managua en 1970. He aquí algunos botones de muestra: en 1972 la Conferencia Episcopal publicó una Carta Pastoral sobre El Deber del Testimonio Cristiano y la Acción en el Ámbito Político. Decía: “La continuidad del poder de la dinastía somocista está siendo cuestionada en nuestro medio. Nuestros jóvenes y el clamor general de nuestra nación apuntan hacia nuevas perspectivas para la vida del país”. Concluyendo: “En su origen, las guerrillas no son nada más que el llanto irreprimible de un pueblo entero que se ha hecho consciente de su situación y busca una manera de romper el molde que lo encarcela”.

En 1974 el arzobispo se negó a participar en la toma de posesión de Somoza. En 1977 los obispos criticaron la actuación del ejército en el campo denunciando: “Estado de terror que obliga a numerosos campesinos a que desesperadamente huyan de sus propios… Hay algunos casos en los cuales Delegados de la Palabra han sido capturados por miembros del ejército, algunos de ellos siendo torturados y algunos siendo desaparecidos”.

El 2 de junio de 1979, en el clímax de la guerra, la Conferencia Episcopal Nicaragüense, uniéndose a la marea, justificaba la insurrección: “No se puede negar la legitimidad moral de las insurrecciones revolucionarias en el caso de tiranías evidentes y prolongadas que amenazan gravemente los derechos fundamentales de la persona y el bien común del país”. Somoza no contragolpeó a la jerarquía. Molesto con el arzobispo Obando le apodaba “comandante Miguel”, insinuando que era afín al FSLN. Pero no pasó de allí.

En tiempos de Tacho hubo sectores de la Iglesia que no se limitaron a denunciarlo, sino que conspiraron abiertamente para derrocarlo. Este fue el caso de los sacerdotes influidos por la Teología de la Liberación. Ellos organizaban células de estudio e impartían cursillos o retiros donde exhortaban a los cristianos a sumarse a la lucha revolucionaria. Como Uriel Molina, en el barrio de Fátima, Ernesto Cardenal, en el archipiélago de Solentiname y su hermano Fernando y otros jesuitas, en el resto del país.

La efectividad de ellos en producir guerrilleros no puede ser subestimada. Fernando Cardenal lo admitió gozoso: “De motivaciones enraizadas en la verdadera fe cristiana hicimos que los jóvenes dieran un paso adelante hacia el compromiso de trabajar por la justicia y por el pueblo. Lo que es interesante es que, a partir de este compromiso con el pueblo, los jóvenes encontraban que el camino era el FSLN. Este era casi siempre exitoso, quizá en el 97 por ciento de los casos”. Cabe acotar, como nota al margen, que esta involucración de jesuitas en la fabricación de guerrilleros motivó en El Salvador el asesinato de seis de ellos en 1989. Nada remotamente igual ocurrió en Nicaragua.

Aparte de la labor de adoctrinamiento, en tiempos de Tacho otros sacerdotes liberacionistas hacían campaña abierta contra el gobierno dentro y fuera del país. Dos de ellos, Miguel D’Escoto y Fernando Cardenal, se sumaron a Los Doce, grupo integrado por opositores civiles de renombre que manifestaban su respaldo al FSLN y viajaron por el mundo buscando apoyo internacional. Sus sacerdotes testificaron ante el Congreso de Estados Unidos pidiendo sanciones contra la dictadura y tuvieron eco. El presidente Carter comenzó a presionar fuertemente al gobierno nicaragüense. Ellos, con el resto de Los Doce regresaron a Nicaragua en julio de 1978 sin mayores consecuencias. El gobierno permitió que fuesen recibidos por una multitud entusiasta y que pasaran a visitar las principales ciudades llamando abiertamente a derribar la dictadura.

Con todo esto, en tiempos de Tacho, a quien mucho describen como tirano sanguinario, no hubo medidas punitivas contra la Iglesia o contra algún sacerdote. Tampoco arrestos ni exilio de clérigos, ni mucho menos de obispo. Ninguno fue declarado traidor o conspirador. Ninguna orden religiosa u ONG católica cerrada igual que ningún medio de difusión eclesial. Son las verdades que enseña la historia.

El autor, sociólogo e historiador, fue ministro de educación y escribió el libro de historia de nicaragua (1492-2019) “Buscando la Tierra Prometida”, disponible en librerías locales y en Amazon.

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