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¿Nos importa la niña?

Ahora que los tambores de las bandas musicales escolares han enmudecido y las graciosas palillonas han dejado de bailar bajo la lluvia, la realidad de Nicaragua vuelve a apreciarse con dolorosa claridad.

No somos una nación —una sociedad con memorias y aspiraciones compartidas—, sino más bien, una jurisdicción territorial controlada por dos tribus políticas enfrentadas en una guerra a muerte que amenaza con destruir nuestra frágil identidad nacional.

Ni somos una nación, ni nuestro Estado es nacional. Las instituciones públicas de nuestro país —que deben representarnos a todos, independientemente del gobierno de turno— son instrumentos al servicio del FSLN y, más concretamente, de una familia dispuesta a eternizarse en el poder.

Ni siquiera el “glorioso pendón bicolor” es hoy de todos porque el azul y blanco son los colores de la facción opositora. Camine por las calles de cualquier ciudad del país ondeando la bandera que supuestamente nos cobija a todos los nicaragüenses, y verá aparecer a la policía sandinista a sus espaldas, y no para protegerlo.

Peor aún, nadie habla —y ya nadie siquiera pretende hablar— en nombre de todos los nicaragüenses, o pensando en todo nuestro pueblo. El discurso del FSLN está articulado dentro de una perspectiva sandinista y dirigido a esa tribu. De igual forma, el discurso de la oposición expresa los intereses de ese movimiento y está orientado, exclusivamente, a quienes no comulgan con el gobierno. Y cuando estos dos grupos intercambian palabras, lo hacen para insultarse o amenazarse.

Ni la Iglesia católica de Nicaragua habla hoy en nombre de todos los fieles católicos del país porque sus líderes —al menos los más visibles en los medios de información— defienden cada vez más abiertamente los intereses de un sector social que legítimamente reclama sus derechos políticos. Esos mismos sacerdotes, incluyendo los autoproclamados “profetas”, guardan silencio con relación a los también legítimos intereses y las necesidades del pueblo católico pobre que por convicción o necesidad apoya al FSLN.

La niña M.J.V.S.

Una de las muestras más obscenas del sectarismo que sufre nuestro país lo ofrece hoy el caso de la niña de 12 años identificada con las siglas M.J.V.S., presuntamente abusada y violada por el sacerdote Leonardo Urbina, en Boaco. Sobre este caso no conocemos todo lo que podríamos y deberíamos saber por las dificultades que enfrentan los periodistas nicaragüenses para hacer su trabajo; pero, sobre todo, porque los voceros del sandinismo y de la oposición se han atrincherado en sus respectivas tribus.

Para los sandinistas, el caso de la niña M.J.V.S. es, sobre todo, una oportunidad para deslegitimar a una Iglesia católica cada vez más identificada con la oposición. Para la oposición, la verdad sobre este bochornoso caso no ha sido tan importante como evitar el desprestigio de la Iglesia, a quien ven como una organización aliada a su causa.

Así pues, la estrategia de la oposición ha sido condicionar nuestra visión del caso de la niña M.J.V.S. mediante una narrativa que invisibiliza a la presunta víctima y que nos insensibiliza frente a su situación. Más concretamente, los voceros de la oposición presentan la información que ofrecen sobre el supuesto abuso sexual de la menor dentro de un marco interpretativo que nos induce a pensar que la acusación contra el sacerdote Urbina es parte de una “persecución religiosa”, nada más.

Un ejemplo: “Urbina es el segundo sacerdote condenado por la dictadura desde el 1 de junio pasado, cuando se recrudeció la persecución del Estado contra los religiosos”. En segundo lugar, los voceros de la oposición concentran sus esfuerzos en mostrar los errores y horrores jurídicos del sistema judicial de los Ortega-Murillo, sin mencionar jamás que la correcta presunción de inocencia que merece el acusado no anula el beneficio de la duda que, de acuerdo con las recomendaciones de los especialistas en abuso sexual a menores, debe otorgarse a las denunciantes.

El ejemplo más escandaloso de esta omisión es el pronunciamiento de la Diócesis de Granada sobre el caso de la niña M.J.V.S. En esa comunicación, los clérigos expresaron su “sufrimiento y dolor” por el encarcelamiento de Urbina, sin mencionar a la víctima y desatendiendo los lineamientos del Vaticano que señalan: “Quienes afirmen haber sido víctimas de explotación, abuso sexual o maltrato, así como sus familiares, tienen derecho a ser acogidos, escuchados” (Carta Apostólica en forma de Motu Proprio del Sumo Pontífice Francisco sobre la protección de los menores y de las personas vulnerables, 29/03/2019).

Nada de esto significa que debemos aceptar como cierta la acusación contra Urbina, porque desgraciadamente no contamos con un sistema judicial confiable. Pero tampoco debemos asumir irreflexivamente que el acusado es inocente sin investigar, por ejemplo, la extraña costumbre del cura de hacerse acompañar por una niña de 12 años para ir a comprar tortillas entre las 5:00 y 7:00 de la mañana, a pesar de que el Vaticano ha prohibido a su clero “establecer un vínculo preferencial con un menor singular”; o “transportar en un vehículo (a un/una menor) sin compañía de nadie más” (Directrices para la actualización de los protocolos de protección de menores y otras personas vulnerables, 22-02-2020).

Apostar a la verdad

La represión que vive el país nos puede empujar a pensar que cualquier estrategia para salir de los Ortega-Murillo es aceptable, incluyendo “la duplicidad, la simulación y la hipocresía” (Catecismo de la Iglesia católica, 2468). Con esta chata visión hemos buscado a lo largo de nuestra historia “salir del paso” para “en el camino arreglar la carga”. El resultado lo conocemos: durante dos siglos hemos vivido una guerra civil intermitente que nos ha dejado a la zaga del progreso mundial.

Aprendamos

Si la oposición antiorteguista quiere erigirse ante el pueblo como una opción política preferible al FSLN, deberá entender que lo opuesto a la mentira es la verdad y no, simplemente, una versión políticamente conveniente de las noticias del 19 Digital.

El autor es profesor retirado de Ciencias Políticas en la Universidad, de Western Ontario, Canadá

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