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Diversidad cultural

Entender, propiciar y participar en el hecho cultural es un derecho humano, cual respirar, porque el arte, es la manifestación del ser sensible, espiritual y humano que, habita el planeta con su cultura, cosmovisiones, tradiciones, mitos, creencias…

Estamos en interacciones internas con nuestro mundo biopsicosocial —ese mundo de sistemas fisiológicos en sincronía— y el mundo exterior, físico, visible e invisible, digital, simbólico y, no hay vuelta atrás al paso del tiempo —salvo los chips de inteligencia artificial AI— pero, somos memoriosos. “Funes el memorioso” con apegos de tradiciones, de registros, de culturas populares, orales, poesía y danzas que improntan e impulsan sueños de esperanza, al abrir posibles caminos diversos, grupales e individuales, al sueño común, trascendente, al ser efímeros.

Todo o casi todo está impregnado del ser viviente, se es un trazo, huella, naufragio, voz, imagen, un cuento, una escucha que se repite y eterniza en los corazones. ¿Cómo olvidar los cantos para que llueva, los permisos a los Apus para entrar al río o la Danza de Las Tijeras en conexión con otros mundos? O ese cerro, montaña abierta, que siempre nos espera            —nuestra madre Pacha—, y así vamos con mezclas, mixturas, de las culturas que se retroalimentan, mutan y nunca se extinguen.

La resistencia cultural permanece. Posibilita mejoras el percibir el “vaso medio lleno” y, no con las desesperanzas, retaliaciones o venganzas, ni falsos utopismos, porque, somos hijas e hijos de la barbarie colonizadora y resistimos con nuestra cultura identitaria, de herencias milenarias creadoras, sabiduría ancestral viva en nuestros genes.

Sobrevivimos en el reino del sistema neoliberal salvaje, a la oligarquía neocolonial, elitista y racista tratando de ser o parecer, lo que vende el mercado y, nos desconocemos y fracturamos en sonseras sin sentir nuestra heredad. Somos esta patria grande, tan nuevita comparada a los milenios de nuestras culturas ancestrales, apenas, más de quinientos años.

La estrategia “divide y vencerás” rinde sus frutos, la destrucción insiste en extinguirnos, pero, renacemos al vuelo del cóndor, al color de las dantas, al manto de las llamas, del maíz, la papa… Es cierto, que somos mortales y de corta existencia, pero, esto en nada compensa el desvivir, ante la maravilla del instante eterno, que profiere cada humano con el arte, con la cultura, al compartir esas amalgamas del mestizaje: rica herencia de aborígenes, negros y blancos de la “Patria Grande” al decir del poeta José Martí, de los Libertadores de América, y de cada mujer y hombre anónimos que dieron sus vidas para estar ahora, sin cadenas físicas, para ser ciudadanas, ciudadanos y, es tan cierto que “falta mucho por hacer”.

Las culturas aborígenes están más vivas que nunca y no solo en el inconsciente colectivo, sino en cada accionar cultural “revuelto” con las sangres de los negros, “cimarrones” pardos, mulatos, blancas, “café con leche” y con la eterna rebeldía del indio e india, de indómita sangre y magia creadora, chamana en rituales invisibles, con el cielo de jaguares, en cada estrella, acuna el signo de nosotros.

La coexistencia de la diversidad cultural en estos tiempos difíciles de pandemia es una necesidad básica, y es verídico, al retornar con los encuentros presenciales, el drenar los traumas, las agresiones y violencias para poder sanar con el arte, la risa, alegría y, aceptar la fugacidad de la vida.

El mundo global está en duelo permanente y casi la mayoría “vive” a la defensiva, con proyecciones, transferencias de una psiquis, de un alma atormentada —revisemos ese bello texto de Goethe Las cuitas del joven Werther— y cuan nutritivo son los viajes o caminar en los campos, parques, recrearse con los colores del atardecer, plantar un árbol, la música de los pájaros, o poesía desnuda sin palabras, a la escucha del latido de los bosques, peñascos que van a espantar la hormona del estrés —cortisol—, bajan melancolías, depresiones e ideas suicidas, al subir neurotransmisores —oxitocina, dopamina…—, aumentan el deseo de bienestar con esa magia del ocio creativo —tan mal interpretado—.

Los grupos culturales del Cantón de Escazú, los estudiantes de danza, música, teatro, pintura de la Escuela Municipal de Arte en coordinación del licenciado Denis Naranjo —Gestor Culturalde la Municipalidad de Escazú— incentivan las potencialidades, al apoyar la participación ciudadana “cuna de artistas” del pueblo, con los proyectos culturales, con actividades pautadas mes a mes, como: las del mes de junio por el día del ambiente con el grupo teatral Los Despiertos, con los cuentacuentos, con actividades circenses, feria de comidas, dibujo y pinturas en plena montaña bajo el susurro del río Agres. Así como la maravillosa exposición de vestuarios del Teatro Segunda Piel, 50 años de vestuarios, en el Centro Cívico Municipal de Escazú.

 El motivo de mis reflexiones viene al sentir la necesidad participativa de la ciudadanía que, en el encuentro IX Festival de Escazú Cuna de Artistas de julio, no paraban de ovacionar a los artistas, algunos familias y otros tan desconocidos, como mi persona, que al ser primera en la presentación, fue animada a seguir con más lecturas poéticas, todo nacido en pandemia, en reclusión y, por vez primera, los manuscritos eran escuchados por un público diverso, humano y amoroso, y seguía con extraña sensación y sentimiento de hermanar con el arte y volar, al sentir menos la soledad, el duelo, heridas, bajo el cielo celeste de Escazú, al trino sedante de pajarillos y ese cantor poeta pechiamarillo.

 El movimiento cultural nos revoluciona el alma y, para el 13 de agosto contamos con el Festival Dionisio Cabal Vive, en conjunto con El Buen Vivir Costa Rica, El Café sin Azúcar y, al día siguiente, Homenaje a las Madres en el Centro Cívico.

No hay nada más integrador que las artes en sus diferentes géneros ejecutadas por seres humanos amantes de esa pasión, que anima al compartir, sin importar las edades, ideologías, colores de piel, orígenes. Las danzas generar movimientos, el baile deleita, despliega cadencias, de esa música guanacasteca, con inmenso vocerío libertario (el 25, día de la Anexión) con la bandera de la patria, con palabras justas al poder comunicar los sentimientos.

Fuerza del arte y cultura que hermana fraternidad. El arte y cultura es ajena al poder y nos recicla, reconforta para el buen vivir con más cultura humana. Conocer nuestra historia, la biodiversidad ecológica, cultural de nuestras ancestras y ancestros nos da confianza y autoestima (no nos es ajeno la vergüenza étnica) al valorar y vernos en nuestras raíces, tan comunes en toda la “patria grande” del conocer los cuentos, fábulas, tradiciones poesías de la resistencia indígena hasta nuestros días, y cómo trasmutaron el odio, desprecio, aniquilación en arte, en más resiliencia con inventos aún inexplicables, en el campo de la agricultura, arquitectura, acueductos, astronomía…

 La Pachama nos canta y arrulla y, no hay nada más poético que, el vuelo de los colibríes, los ojitos del oso perezoso o el retoñar, explosión de maíces en un pozol ardiente, con las palmeadas al ritmo del canto de las abuelas en fogones o ese vaso de chicha de jora, en comunión con los Apus, deidades en conexión diaria y cuido de nosotras y nosotros, porque cada célula, neurona del mestizaje supervive al arrullo amoroso de nuestra madre naturaleza, coexistimos en arco iris, en Abya Yala, en sueños continuos, en vigilia permanente “a ojo e garza” más cohesionados.

Esa es la dicha de vivir el instante eterno de comunión atenta. Es fundamental el encuentro presencial, los abrazos, risas, rabias, ocurrencias, confusiones al estar en carne, hueso, en almas, compartiendo, y recalco estas reflexiones, al recordar digresiones, diferencias propias al trato con personas y más con artistas, pero, si se cuenta con la escucha serena y paciente de un gestor cultural como don Denis Naranjo, bajan las aguas y ceden al punto, motivo del encuentro. Porque dinamiza y proyecta amor del hecho cultural, artístico y en forma equilibrada, da un curso certero, de hacer posible realidades, con explicaciones coherentes, observa y escucha con sabia paciencia, e insta a construir y dar a conocer ese mundo cultural, tan olvidado.

Tanto necesitamos de seres inspiradores y amantes de la cultura (uno de los rasgos fundamentales en la gestión cultural, es el saber escuchar y poder luego llevar a escena, corporizar cada vértebra con las voces y sangre creadora de los artistas). Al menos llevo un hambre atrasada de sueños y he vivido las secuelas egocéntricas.

En esta época de tanta violencia y agresión  hace falta más lugares con artes al aire libre, con danza y bailes populares, en todos los parques con danzas y juegos tradicionales, con la gastronomía de los Bribis, Cabécares, Malekus, Chorotegas, Huetar, Ngabes, Bruncas, Terrabas, los Cimarrones, afrodescendientes con su rica música de los tambores, kitiplas, que no solo se espere el Día del Negro  —31 de agosto—, como también, las fiestas de las castas del valle josefino al recuerdo del vals o damas antañonas.

La diversidad cultural, con Mascultura a puertas abiertas, abre la integración cultural centroamericana con esa riqueza cultural de migrantes de la Patria Grande, expulsados de su propia tierra por la pobreza, politiquería y sistemas de gobiernos predadores. Cada ser humano trae y tiene riqueza de sus memorias ancestrales, con una vocación artística, potencialidades, aún no descubiertas y, que se someten al “doblar las espaladas” por un plato de lentejas.

El arte es un acto revolucionario, transformador, en la voz, las voces poderosas del ser que nos dan vida o entierran y creo que esa posibilidad de transformación, transformadora “de los poderes creadores del pueblo”, nos pertenece. Ahora o nunca comentábamos, una pequeña conversa con el amigo historiador pintor Alejandro Abarca con su muestra en acuarelas del Arcángel Miguel (obra seleccionada), y del uso de las religiones, saqueo de los minerales, oro virú del Perú, voluntariados, pensión de Venezuela devaluada, libros inéditos, intercambios culturales y el compromisos de vida con lo que una hace con deseo y pasión.

Luego, al salir del recinto, las madres y padres disfrutaban en los juegos infantiles y escucho el ruido de los buses con ese cielo nuboso, y me repregunto, qué hacer frente a la industria cultural, de masas, a la globalización del pensar, sentir y hacer? Estamos conscientes del moldeamiento cerebral, pero, insistimos que las políticas integradoras, holísticas, con respeto, honestidad, ética frente al más puro mercantilismo pueden lograr algo, el derecho cultural es el aire espiritual que, nos ayuda al buen vivir sin sobrevivir y, es una educación continua, que involucra procesos de socialización, de una política transversal con recursos.

Ojalá la actitud mendicante y rastrera de los artistas sea un capitulo en la historia y no parte común. Digo esto porque he conocido muchos artistas populares (largos periplos) que regalan su obras por estar sumidos en la pobreza —carecen de un seguro social, de trabajo— y en esta pandemia las brechas son más notorias. Hacer realidad una casa del artista o del libro o poesía no cuesta mucho, el asunto es el presupuesto para el mantenimiento y la dirección honesta del equipo, porque se burocratizan con algo de rial y son todo un zoo a la imaginación.

Realmente, la gestión cultural parte de principios de vocación humana, libre de prejuicios, diversidad y autonomía, como el apoyo gubernamental de los servidores públicos, de artistas, poetas, el pueblo empoderado “cuando la totalidad de los individuos sepa leer y escribir, cuando los periódicos penetren hasta la choza del indio, entonces, encontrando en el pueblo jueces cuya censura habréis de temer y cuyos sufragios debéis buscar, adquiriréis las virtudes que os faltan”. Flora Tristán.

Creo en la amistad, en el amor y el arte con ese poder de movimiento revolucionario de raíces, de sacudir el alma, cuerpo en continuos renaceres en los elementos del agua, fuego, aire, incrustados en la humanidad en este tiempo Ahorita o más tardecita, solo sé que se siente, huele, o al decir de la hermana poeta Marta Rojas-Porras: “El tiempo que ha de venir/no sé si lo viviré,/ pero sí sé/que las semillas de mis huertos/liberan la luz/e integran la fuerza y la compasión/ Seguirá el amor” ( El fuego nombrado Edit. Guayacán 2021).

La autora es escritora.

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