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Holver Zelaya quedó lisiado debido a la represión orteguista en 2018. LA PRENSA

La desesperación de un lisiado de abril que no tiene para comer

Desde que un perdigón de escopeta disparado por paramilitares le rompió la médula espinal en 2018, Holver Zelaya no ha podido trabajar. Ahora, intenta terminar de construir su casa y darle de comer a sus dos hijas que, a veces, pasan el día solamente con pan y agua.

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Cada mañana, lo primero que hace Holver Zelaya es ir a jugar con las gallinas y el gallo que tiene en su patio. Es su única diversión, dice, pero antes, le fascinaba montar a caballo y jugar béisbol. Se jacta de haber sido buen bateador, pero esos tiempos quedaron atrás el día que un perdigón de escopeta disparado por paramilitares de Daniel Ortega, le rompió la médula espinal.

Holver no juega béisbol desde hace cuatro años, que es el tiempo que lleva en una vieja silla de ruedas que le ha sacado cayos en las manos.

Debido a su incapacidad motora, Holver no puede trabajar para garantizar la alimentación en su hogar. Mientras juega con las gallinas, piensa en qué le dará de comer a sus dos hijas. No siempre hacen los tres tiempos de comida. “A veces le damos a las niñas pancito con agüita”, cuenta, y otras veces, comen de los huevos que ponen sus gallinas.

Holver Zelaya junto a sus pequeñas hijas de nueve y ocho años. LA PRENSA

Lisiado de abril

Holver es originario de Puerto Príncipe, una comunidad del municipio de Nueva Guinea, en la Costa Caribe Sur del país, pero vive en Managua porque dice que su pueblo no es seguro para él. Tiene miedo que traten de rematarlo o que lo se lo lleven detenido por haberse atrincherado en el tranque de San Pedro de Lóvago en 2018.

Cuando estallaron las protestas contra Daniel Ortega el 18 de abril de 2018, Holver se unió a las manifestaciones y posteriormente al tranque de San Pedro de Lóvago, pero el 12 de junio de ese año, fue el día que le cambió la vida para siempre.

Holver cuenta que abandonó el tranque junto a un grupo de más o menos 20 personas e iban caminando por monte cuando un grupo de paramilitares salió de entre la maleza y los árboles. “Ahí nos dispararon. En el monte nos emboscaron”, relata. De las 20 personas que iban con Holver, solamente tres sobrevivieron, dice.

Tras ser acribillado por los paramilitares, Holver quedó inconsciente. No precisa bien por cuantos días, pero despertó hasta que estaba en un hospital de Managua y ya no podía mover sus piernas.

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Hoy, el hombre tiene 36 años. Mide seis pies, es moreno, recio y con un bulto en su costado izquierdo, que es la bolsa de colostomía que lleva bajo su camisa. De hombros anchos, fornido y con la piel visiblemente quemada por el sol debido al trabajo en el campo.

En su brazo y mano derecha, y en parte de su espalda, Holver todavía tiene incrustados otros 10 balines que no ha podido sacar y la causan dolor.

Como el campesino perdió la movilidad en su zona inferior, no puede defecar, y lo hace a través de la colostomía que se hizo en 2021.

Antes de la colostomía, era su esposa quien tenía que sacarle las heces con sus dedos, lo cual le estaba lastimando el recto y aunque él no sentía dolor porque no tiene sensibilidad de la cintura para abajo, un médico le advirtió que podía ser dañino y le ayudó para que se practicara la colostomía.

El problema que tiene Holver ahora es que cada bolsa para la colostomía cuesta 220 córdobas, y él no tiene ni uno. Al momento de hablar con la Revista DOMINGO, su esposa dice que lleva diez días con la misma bolsa visiblemente sucia porque no tienen para comprar una nueva. “Vivimos de la caridad prácticamente” dice Holver.

Además de los 220 de la bolsa, Holver tiene que reunir otros 80 córdobas para cambiar la sonda por donde orina. A veces vende una gallina en 200 o 300 córdobas. El precio depende de qué tan gorda esté el ave. También vende a los gallos en 1,000 córdobas o un poco menos para no perder al comprador, pero no siempre le va bien.

Holver tiene 10 balines incrustados en su brazo derecho. CORTESÍA

Mientras habla con DOMINGO, está pendiente de un señor que quedó en llegar para comprarle un gallo, pero que ya tiene dos días de no haber regresado.

La última alegría que tuvo Holver en su vida fue hace unos cinco meses, cuando de repente empezó a tener un poco se sensibilidad en su pie izquierdo, y con el tiempo, en menor grado, ha empezado a tener tacto en el pie derecho.

También dice sentir un poco en los muslos y en la parte baja de la espalda, donde había perdido sensibilidad. A veces siente como ardor y otras veces, como frío o caliente.

Eso le da esperanzas de volver a caminar un día, dice, porque todavía no puede mover las piernas, pero confía en que podrá volver a levantarse en contra del pronóstico de los médicos que le pronosticaron que no volvería a caminar.

Por otro lado, en uno de sus pies se le hizo una llaga por permanecer inmóvil. Ya tiene un año y tres meses de no recibir atención médica y esa llaga ha ido creciendo. Teme perder su pie.

Desesperación

En algún barrio de Managua que Holver prefiere no revelar su ubicación, vive con sus dos hijas de ocho y nueve años. Las niñas lograron estudiar hasta tercer grado el año pasado, pero ahora están estudiando con una vecina que les da clases gratis. No hay dinero para garantizar sus estudios.

El campesino también vive con su esposa Elba María Ortiz de 37 años, y sus suegros ancianos de más de 70 cada uno. Viven en una casa que ellos mismos han levantado con mucho esfuerzo y que no han terminado de construir.

Holver dice que vive practicamente de la caridad de otras personas que le regalan cosas y comida. LA PRENSA

La casa mide siete metros de largo por seis de ancho y el patio donde Holver juega con las gallinas es amplio.

Con ayuda de conocidos, la familia ha podido conseguir bloques, zinc y algunos materiales, pero no los suficientes para terminar la casa. “Ni puerta tenemos. Solo una tenemos y se nos está cayendo porque la madera no nos sirvió. Las ventanas están mal hechas, pero ahí se prensan para cerrarlas”, comenta el hombre.

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Cuando consiguió los materiales, Holver cuenta que le tocó quedarse día y noche cuidándolos para que no se los robaran. Estuvo casi un mes bajo un plástico negro él solo, porque su esposa se quedaba con las niñas en otro lugar donde les daban posada.

Ahora, él duerme solo en una vieja cama, y su esposa en otra con las dos niñas. Sus suegros también duermen aparte. La casa no tiene subdivisiones, más que unas sábanas que pusieron para improvisar un cuarto y tener un poco de privacidad.

Con las lluvias de la semana pasada, la casa se les inundó y como el piso es de tierra, la familia estuvo en el lodo por varios días.

 “Yo no puedo trabajar y ni ella (esposa) puede salir a trabajar porque pasa cuidando a las niñas y cuidándome a mí porque si tengo que pasarme a la cama, ella me tiene que ayudar, si es para pasarme a la silla también. Yo estoy desesperado. Me siento abandonado, solo.”, explica Holver.

La otra preocupación de Holver son sus vecinos sandinistas, a quienes les ha llamado la atención su presencia en el barrio. El campesino tiene seis meses de haber llegado a ese lugar y según cuenta, los habitantes de la zona lo han señalado de ser delincuente.

“Viera que feo estuvo aquí. Un vecino que tengo aquí enfrente diciendo que tengo armas, que era narcotraficante porque estaba haciendo una casita aquí”, relata. A pesar de ello, Holver dice que No se puede ir a otro lugar porque “¿para dónde voy a agarrar?”.

Pero su principal preocupación en este momento, es conseguir alimento para la familia y terminar de construir la casa donde vive con sus hijas. Tienen algunas cosas como un televisor, un abanico y una refrigeradora, que según Holver, han sido regaladas “por personas que nos manda Dios, pero si usted se fija, ese refrigerador está vacío. No hay nada de comer ahí”.

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COMENTARIOS

  1. Hace 2 años

    Acabo de leer el artículo. Me podrían facilitar alguna información adicional para ayudar a esta familia, por favor. ¡Gracias!

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