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La odisea de los migrantes cubanos y venezolanos “de a pie” en su tránsito por Nicaragua

Los cubanos "de a pie" son parte de otra ola de migración irregular que agarró impulso en noviembre pasado cuando el dictador Daniel Ortega liberó el visado de los isleños. Desde entonces Nicaragua es un trampolín para los que llegan en avión, pero es uno de los estrechos cuellos de botella para los que van caminando en busca del sueño americano

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La hinchazón de los pies es molesta, pero no es lo peor. Las llagas abiertas o los cascarones que cubren heridas viejas y que se vuelven a romper una y otra vez son más dolorosas. También sofocan las múltiples picaduras de insectos —desde zancudos hasta cualquier bicho chupasangre que se encuentre en selvas tropicales, bosques húmedos y potreros— que les minan todo el cuerpo. Cuerpos agotados de transbordar, de caminar y caminar; es así como “subieron” hasta aquí, hasta un pueblito fronterizo al norte de Nicaragua, este grupo de migrantes cubanos y venezolanos que están en Jalapa, Nueva Segovia.

Cada descanso lo aprovechan para recuperar fuerzas y contar centavos; cada aliento y cada centavo cuentan en la avanzada de su travesía desde Cuba y Venezuela hasta Estados Unidos, donde tienen puesta la mirada y la esperanza en su afán por huir de la represión, hambre y pobreza que imperan por los regímenes de sus países.

Los cubanos “de a pie” son parte de otra ola de migración irregular que agarró impulso en noviembre pasado, cuando el dictador Daniel Ortega liberó el visado de los isleños, desde entonces tienen vía libre para entrar a Nicaragua, que se ha vuelto un trampolín para los que llegan en avión y empiezan aquí su ruta hacia “el sueño americano”, pero es uno de los estrechos cuellos de botella para los que van caminando a su destino.

PRIMERA ENTREGA: Así es la migración “VIP” de algunos cubanos y su fugaz tránsito por Jalapa

Migrantes cubanos que atravesaron a pie la selva de Panamá se descalzan mientras esperan el siguiente bus desde Jalapa hasta la frontera con Honduras.

Donde los destinos (y la muerte) se juntan

Aunque cubanos y venezolanos inician su viaje en diferentes países y distintas rutas, el punto de encuentro de estos viajeros es Necoclí, municipio de Antioquia, Colombia, donde se embarcan juntos para luego atravesar la espesa selva panameña conocida como el Tapón de Darién, una zona inhóspita, extensa y brutal. Todos coinciden en que esa es la parte más dura del viaje. Ahí empiezan los pies a hincharse, a llagarse, el cuerpo y el espíritu a romperse.

Enferman, desmayan de hambre o de cansancio, caen y no todos se levantan. Más de uno muere en el intento. Más de un muerto ven o dejan en el camino, pero deben seguir. Los que logran sobrevivir a esta selva son quienes pocos días después están en Nicaragua.

Luego de atravesar Panamá y Costa Rica con relativa facilidad, es aquí en Nicaragua donde las cosas se complican. Por ingresar “irregularmente” al país, la Dirección General de Migración y Extranjería (DGME) les cobra a cubanos y venezolanos una multa o salvoconducto de 150 dólares por persona. Eso sí, no les entregan ningún documento, simplemente les dicen que los incluyen en unas listas de WhatsApp que circulan entre los agentes de la DGME.

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Pero como la mayoría no tiene ese dinero, les toca nuevamente meterse al monte para esquivar a las autoridades migratorias nicaragüenses, porque si los interceptan los obligan a regresar a Costa Rica, desde donde una y otra vez intentarán nuevamente avanzar.

La trampa orteguista del libre visado

Pero, ¿por qué deben pagar multa si Daniel Ortega retiró el requisito de visa a cubanos? “Lo que pasa es que el libre visado solo es para los (cubanos) que llegan a Nicaragua en avión. Cuando entramos por tierra procedentes de Costa Rica, tenemos que pagar un salvoconducto que cuesta 150 dólares. Si alguien no hizo ese pago lo puede hacer en los retenes, pero si no tiene dinero para pagar, ellos lo regresan a Costa Rica”, explica Luis, un cubano que llegó por vía terrestre desde Paraguay y en Jalapa se unió a un grupo de amigos para seguir su travesía hacia Estados Unidos.

Nicaragua cobra esa multa o “salvoconducto”, a pesar de la orden de Ortega de dejar entrar a los isleños sin ese requisito. Los viajeros de a pie señalan que este beneficio es solo para los que llegan al país vía aérea; un selecto grupo con capacidad de pagar entre 2 mil y 7 mil dólares por un boleto en cualquiera de las aerolíneas que operan la ruta La Habana-Managua.

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Pero, los que con costo reúnen entre mil y 1,200 dólares, no tienen la suerte de conseguir la visa de tránsito que desde marzo pasado les pide Panamá o peor aún los que se lanzan al mar y logran llegar a cualquier país de Suramérica, a esos las autoridades nicaragüenses los tratan mal y los obligan a pagar la multa. Lo mismo ocurre con los venezolanos.

En la entrada a Ocotal, Nueva Segovia, agentes de Migración retienen a los buses y taxis que transportan migrantes.

“No sé si es un negocio, pero tuvimos que pagar los 150 dólares. Nos registran en una lista y la mandan a los puestos fronterizos para que no nos detengan. Desde que salí de la frontera con Costa Rica nos detuvieron tres veces, pero como pagué los 150 dólares aparezco en esa lista de WhatsApp que ellos mandan”, relata Luis, inconforme por esa diferenciación que hacen las autoridades entre “cubanos que vuelan” y “cubanos que caminan”, pero satisfecho con que la coima que pagó lo deja avanzar.

Coyotes con “conectes” en la DGME

Otra opción que les queda es pagar 50 dólares a los “coyotes” que los guían en el cruce por puntos ciegos. Estos aseguran que tienen “conectes” en la DGME, entonces, por esa misma tarifa los incluyen en las listas que circulan a través de WhatsApp entre los agentes de Migración. Los viajeros aseguran haber visto cómo buscan sus nombres en los listados cuando los detienen en los diferentes retenes establecidos en la ruta Peñas Blancas-Managua-Jalapa.

Los migrantes venezolanos relatan que no tienen visa nicaragüense porque deben trasladarse a Colombia para tramitarla, pues la Embajada de Nicaragua en Caracas no funciona hace muchos meses. Otro problema es que en la mayoría de los casos no les dan la visa de tránsito y mucho menos la de turista, ya que no tienen los ingresos ni bienes necesarios para demostrar la solvencia económica que les piden como requisito.  

“Como ellos son tan amigos (los dictadores Daniel Ortega y Nicolás Maduro) tratan de restringirnos. Mientras más amigos son del gobierno de allá tratan de ponernos más restricciones, porque ellos no quieren que emigremos porque quieren aparentar que todo está bien, tapan el sol con un dedo… por eso ingresamos por trochas, pero Honduras ya nos dijeron que el paso es libre”, dice José Colmenares, líder de un grupo integrado por 25 venezolanos, entre adultos y niños de una misma familia que en la última semana de abril salió de Barquisimeto, estado de Lara, Venezuela.

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“A mí la semana pasada me regresaron. En San Carlos logré pasar, pero cuando pararon el bus antes de entrar a Ocotal dijeron que no estaba en la lista y me regresaron. Pero al día siguiente volví a viajar y ahora sí logré pasar”, dice Yanira Sánchez, cubana que durante el trayecto se ha unido a una familia venezolana.

Lo mismo le ocurrió a Keyla Ochoa, venezolana que viaja con su esposo y dos hijos, uno de 19 años y otro de 4 años. Ella solo pudo pagar su multa, pero no la dejaron ingresar y mientras intentaba que su familia le mandara dinero para pagar la multa de su esposo e hijos, pasaron las 72 horas de vigencia del salvoconducto y perdió los 150 dólares.

Volverse invisibles en Nicaragua

Ante la imposibilidad de conseguir el aval para transitar por Nicaragua, porque no tiene un céntimo para eso, la única opción es evadir los controles migratorios al entrar y salir del país. Volverse invisibles en su paso por aquí.

A la familia Ochoa no le quedó más que caminar a través de fincas para ingresar a Nicaragua. Atravesaron potreros con mucho miedo de no lograrlo porque Jhosbel, el hijo mayor de Keyla Ochoa, iba severamente herido. Con los dedos del pie derecho fracturados avanzó, caminó con el dolor de las heridas tras haber perdido las uñas de ese mismo pie, ese es el costo que arrastra desde su paso por el Tapón de Darién. Le colocaron una venda y emprendieron la caminata hasta llegar a San Carlos, desde ahí se trasladaron a Managua en bus.

La venezolana Keyla Ochoa y sus hijos en su tránsito por Jalapa, Nueva Segovia, en su ruta para llegar a Estados Unidos.

Keyla y su familia llegaron a Jalapa en uno de tres autobuses expresos que diariamente hacen la ruta Managua-Jalapa con hasta 150 migrantes. De inmediato se trasladaron a una agencia de remesas para retirar 300 dólares que les envió el hermano de Keyla desde Estados Unidos. Con ese dinero planean llegar hasta Guatemala o si es posible a México. Keyla explica que por la experiencia de otros compatriotas aprendieron que se deben hacer retiros pequeños para evitar perder mucho dinero cuando los asaltan en el camino.    

En Jalapa hay tres agencias de envíos de remesas y según un empresario del sector, quien solicita anonimato, diariamente reciben entre 25 y 30 envíos para grupos de migrantes. En promedio cada envío es de unos 300 dólares. Además, explica que familiares o amigos viajan en grupos, entonces el líder administra el dinero de todos, eso les permite ahorrar, ya que negocian para todos el pago de pasajes y coimas que les cobran durante el trayecto.

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Por seguridad y por ahorro, crean pequeñas comunidades de viajeros que se mueven juntos como parvadas de aves. Donde el líder apunta, siguen todos. Por eso es común que al descender del bus uno de ellos compre una bebida gaseosa de tres litros, unas bolsas de pan o rosquillas y empiece el banquete. Varios confiesan que esa era su única comida del día y que con eso aguantarían hasta llegar a Honduras.

Luego de saciar el hambre hay que moverse a conseguir una clave de Wifi o una red abierta para informar a sus familiares sobre su ubicación. Para comunicarse también lo hacen organizados, es un teléfono celular el que permanece encendido y activo y desde ese, por turnos, van uno a uno reportándose sanos y salvos con los suyos y compartiendo su ubicación.

Honduras, el oasis para los migrantes “de a pie”

Por teléfono también se comunican con familiares o amigos que van en camino o ya hicieron la travesía y los esperan en Estados Unidos. Ellos les informan que al cruzar la frontera norte las autoridades hondureñas los trasladarían a algunos de los albergues instalados en Trojes y que seguramente por la tarde o noche alguien llegará a darles comida. Por primera vez, encuentran un oasis humanitario tras pasar la infernal selva panameña y el calvario migratorio en Nicaragua.

Otra buena noticia es que desde el 7 de mayo el Gobierno de Honduras suspendió el cobro de la multa de 220 dólares que cobraba a los migrantes irregulares para entregar el salvoconducto que les permite continuar de forma más segura.

“El problema es que hay demasiada gente. El día que nosotros llegamos entramos quinientas personas al albergue, entonces el trámite para que nos den el salvoconducto es bien lento, por eso algunas personas pagan para que se los agilicen, para salir más rápido”,  cuenta Jhosbel vía telefónica y añade que al grupo le tomó como tres días obtener el documento para retomar el viaje.

Durante algunos meses en Jalapa también funcionaron dos albergues. Al ver la masiva llegada de migrantes en condiciones deplorables y con grandes necesidades, la gente del pueblo se organizó y tenían dos lugares donde les garantizaban a los viajeros un lugar donde descansar, comer y vestirse, porque muchos solo tienen lo que llevan puesto.

En ese entonces la mayoría de los viajeros eran venezolanos, haitianos y africanos; y como la ruta recién se establecía, eran los jóvenes del pueblo quienes servían de guías a los grupos para cruzar a Honduras por puntos ciegos. Pero el establecimiento de vuelos directos entre Cuba y Nicaragua trajo a la zona a viajeros de otro nivel y ellos a su vez a coyotes que manejan la ruta hasta la frontera estadounidense y que vieron en los albergues una posible competencia por lo que forzaron su cierre. Ayudar se volvió motivo de acoso y ante el peligro la solidaridad de los lugareños tuvo que resguardarse en casa.

La ruta abierta a golpe de pasos

Esta ruta de viaje la han establecido miles de cubanos, venezolanos, caribeños e incluso africanos, que en los últimos años han emprendido camino hacia Estados Unidos desde Sudamérica. Usan la zona del puesto fronterizo de Teotecacinte, ubicado a 20 kilómetros de Jalapa y muy cerca del poblado hondureño de Trojes; aseguran que lo eligieron porque ahí no piden la prueba de covid-19 ni ningún otro requisito.

Pero la realidad es que estos viajeros de a pie no cruzan siquiera por el puesto fronterizo. En la zona han abierto al menos una docena de caminos que llevan directo a una carretera hondureña donde los migrantes toman buses o caponeras para trasladarse al puesto fronterizo de Trojes, donde se entregan a las autoridades hondureñas para recibir el salvoconducto.

Este viaje es totalmente distinto al que realizan los que llegan a Nicaragua en avión y contratan un “guía” para concluir el trayecto hasta la frontera de Estados Unidos. Estos grupos recorren algunos tramos en bus y otros a pie. No tienen dinero para entrar a comer a un restaurante y mucho menos para pagar un hotel donde poder bañarse o dormir un poco antes de seguir el viaje.

La mayoría usa un camino cercano al puesto fronterizo que es fácil de ubicar. El bus que toman en Jalapa los deja en la entrada del puesto fronterizo, pero ellos en lugar de ingresar oficialmente, caminan bordeando la maya de las oficinas y luego de 500 metros están en la carretera hondureña, a salvo de ser deportados a Costa Rica y listos para empezar un nuevo capítulo en su historia de esta peligrosa travesía.

Su paso por Jalapa es fugaz

Debido al registro que realiza Migración, con retenes en puntos estratégicos del trayecto, el recorrido de los 290 kilómetros entre Managua y Jalapa se extiende hasta por seis o siete horas. La mayoría hace ese viaje de pie debido a la sobrecarga de pasajeros, pero a pesar del cansancio de no poder siquiera sentarse un momento, muchos de los viajeros al llegar a Jalapa solo cambian de bus para continuar el viaje a Honduras. No quieren ya quedarse mucho tiempo aquí, tienen miedo de ser hostigados o multados una vez más.

A menos que tengan que retirar alguna remesa, la mayoría de los migrantes casi de inmediato toman el bus que los trasladará a la frontera hondureña. Solo los que llegan en el último bus expreso de esta ruta, que entra a Jalapa a las 11:00 de la noche, se quedan durante varias horas, esperando hasta las 5:00 de la mañana del siguiente día que sale el primer bus. Aprovechan entonces para descansar en la sala de espera de la terminal de buses, en sillas, bancos, sentados o acostados en el suelo.

Se acomodan donde sea porque viajan ligero, apenas una mochila y algunos solo cargan una bolsa en la que su mayor tesoro es el poco dinero que llevan para pagar los pasajes, el teléfono celular con el que mantienen comunicación constante con sus familiares y por supuesto, la ilusión de llegar a Estados Unidos y encontrar la seguridad y prosperidad que sus países les han negado.

Una vez que estos viajeros salen de Nicaragua respiran con más alivio, sienten que ya superaron la segunda gran prueba después de la selva panameña. Ahora solo les resta México, porque el viaje por Honduras y Guatemala es más fácil dicen, al menos esa es la referencia que les han dado los conocidos y amigos que en cada llamada o mensaje les van guiando y animando en un viaje temerario en el que arriesgan la vida, por ilusión de una vida mejor.

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