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¿Disonancia cognitiva?

¿A qué se debe el cada vez más sorprendente endurecimiento del régimen? Ya desde el 2018 había recetado un nuevo paquete de medidas represivas contra la oposición, pero fue a partir de mediados del año pasado que dio un giro radical hacia un estado cada vez más restrictivo y castigador. Ahora se ventila un nuevo fardo de mayores castigos.

Es evidente que, aunque detrás de estas medidas puede existir un designio estratégico, hay en ellas un elemento de odio muy fuerte. El tratamiento de los presos políticos es una muestra. Es cruel llevarlos a la desnutrición extrema con peligro a sus vidas —ya hubo el primer muerto— o tenerlos en celdas de castigo con aislamiento absoluto y con luz u oscuridad permanentes, más otras medidas debidamente documentadas. También es evidente que hay un ánimo controlador e insensible en el cierre masivo de ONG dedicadas a servir a los más necesitados.

Una posible causa de este endurecimiento es que el gobierno haya llegado a creer la narrativa que usa para justificar sus actuaciones. Esta se resume en atribuir el estallido del 2018 a un plan urdido por opositores para botar al gobierno. Para ello supuestamente contaron con el apoyo de Estados Unidos y ONG locales que financiaron las protestas y, en contubernio con sectores de la Iglesia, las inflamaron con mensajes de odio. Esto causó la muerte de docenas de policías y militantes del Frente Sandinista y un gran daño a la economía. Mas no contentos con eso, varios opositores (traidores) cabildearon para obtener sanciones que perjudicaran aún más al país.

Es de esperarse que, en la medida que esta narrativa es creída, produzca en los gobernantes y sus seguidores sentimientos de ira y revancha. Seguramente este es el caso de muchos afiliados al partido dominante, ¿pero lo será también el de la dirigencia? ¿No será más bien que, a sabiendas de sus falacias, las usa para mantener sus bases?

Dificulta pensar que la crean el hecho que dicha narrativa ignora realidades obvias. La más difícil de negar es que la explosión del 2018 fue espontánea. Nadie se la esperaba, ni la misma oposición. Sin líderes ni organización, el pueblo se lanzó masivamente mientras centenares usaron sus propios recursos para alimentar a los jóvenes de los tranques. Otra realidad, imposible de no ver, fue la magnitud gigantesca de las manifestaciones opositoras. Los dirigentes seguramente las vieron y sacaron la conclusión correcta: no podrían ganar en elecciones libres. La prueba más elocuente es haber encarcelado a todos los candidatos opositores.

La narrativa gubernamental podría todavía encontrar cierto sustento en el hecho que policías y sandinistas perecieron en la refriega. Pero no puede ignorar que la furia popular que los mató fue causada por la innecesaria y brutal masacre de jóvenes de los primeros días. Si el gobierno hubiera reprimido las protestas con la moderación que lo hizo la nada ejemplar dictadura cubana en julio del año pasado (hubo un muerto), se hubieran evitado los numerosos fallecidos de uno y otro lado.

Sin embargo, sigue siendo posible de que, a pesar de las mentiras de la narrativa oficial, esta no solo sea un instrumento de manipulación, sino que sea realmente creída por los dirigentes del régimen. Puede que estemos ante el fenómeno que los psicólogos llaman disonancia cognitiva: la tensión mental experimentada cuando creencias o convicciones fuertemente arraigas chocan con una realidad que las contradice. Por ejemplo; creo que soy muy popular, pero resulta que todo el mundo me abuchea. Cómo aceptar esa realidad es indigerible para mi ego, me las ingenio para negarla. Pienso entonces que solo me abucheaba un grupito, o que alguien les pagó para que lo hicieran.

Algo así puede que ocurra con la pareja gobernante. Como el estallido del 2018 los enfrentó a una realidad inaceptable para sus esquemas mentales, se inventaron otra que, aunque manifiestamente falsa, les da cierto confort psicológico y les permite volcar sus frustraciones contra sus adversarios. Es posible que a punta de repetirla y necesitarla la hayan terminado creyendo. El problema es que eso alimente las furias, con las consecuencias que hoy vemos.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro La tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2029.

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