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Óscar Navarrete, fotógrafo de LA PRENSA y la revista MAGAZINE. ARCHIVO

Óscar Navarrete: “Las muertes me han marcado”

En sus cuarenta años de experiencia, nada ha golpeado tanto a Óscar Navarrete como lo hizo la masacre de abril de 2018. Algunas de sus fotos tomadas en cobertura las publicó esta semana en un libro que puede descargar en línea de manera gratuita.

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En sus casi cuarenta años de fotoperiodismo, Óscar Navarrete dice que nada lo ha impactado tanto como los asesinatos ocurridos en 2018 durante las protestas antigubernamentales. Particularmente, las muertes que más le golpearon fueron las de Gerald Vásquez, asesinado en la parroquia Divina Misericordia, y la de Matt Romero, asesinado en una manifestación cerca del mercado Iván Montenegro.

Con su lente, Navarrete, de 55 años, ha cubierto guerras, desastres naturales, elecciones y grandes eventos de relevancia nacional. Debido a su trabajo en LA PRENSA, tuvo que salir al exilio en 2022 después de que el régimen de Daniel Ortega desatara una persecución en contra de todos los colaboradores del periódico.

Recientemente, presentó un libro llamado Mi nombre es abril en donde recoge una selección de sus mejores fotos durante la crisis política que estalló en abril de 2018. El libro fue presentado en Costa Rica, en un evento organizado por el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, que cumplió su quinto aniversario.

En esta entrevista, Óscar Navarrete nos habla sobre el libro, pero también nos cuenta sobre sus inicios en la fotografía en los años ochenta, además de cómo el trauma de la guerra lo hizo llegar al bajo mundo de las drogas y el alcohol, y cómo lo ha golpeado la crisis política que vive Nicaragua.

¿Cuál es el propósito del libro Mi nombre es abril?

Aportar a la memoria y la historia de Nicaragua. En el marco de la conmemoración de los seis años de la rebelión de abril hablé con la gente del Colectivo que si podíamos hacer algo porque siempre había quedado ahí ese espacio de hacer una exposición o un libro, entonces vimos que se podía hacer un libro digital y que su publicación coincidiera con el aniversario del Colectivo. El libro es gratuito. Se puede encontrar en línea y se puede descargar en la página del Colectivo. El propósito es ese, apelar a la memoria y no olvidar, porque el olvido nos hace enterrar los hechos que ocurrieron en un país y lo peor de todo esto no es que ya ocurrió, sino que se siguen dando. A seis años, la represión está más viva que nunca.

¿Qué nos podemos encontrar en este libro?

Las imágenes hacen un recorrido, una línea de tiempo desde el inicio de la rebelión del 2018 a concluir en el 2023. Fuimos bien cuidadosos con las imágenes. No son las mejores fotos porque tuvimos que tener cuidado para evitar los rostros, porque tenemos el temor de que haya gente en Nicaragua que aparezca en una foto y los vayan a criminalizar o judicializar, entonces tuvimos que ir eliminando todo eso y nos fuimos con las fotos donde se expusiera menos a las personas. Es una línea de tiempo porque a lo largo de estos seis años la represión ha ido escalando y ha pasado varias etapas, entonces era reflejar en imágenes un poco de todo.

Madres de presos políticos reclamando libertad para sus hijos frente al Chipote. Esta es una de las fotos que puede encontrar en el libro Mi nombre es abril. Óscar Navarrete/ARCHIVO

Usted tiene cuarenta años como reportero gráfico y ha visto muchas cosas, pero ¿qué tanto lo ha marcado la rebelión de abril?

Las muertes es lo que más me ha marcado porque donde hay luto, hay dolor y donde hay dolor queda una cicatriz en tu corazón, en tus sentimientos, y vas a cargar con eso todo el tiempo. Esto me recuerda cuando fui fotógrafo de guerra en los años ochenta, era un joven que era una esponja para absorber todo eso, pero no lo procesé bien. La forma en que lo hice fue sumergiéndome en el vicio y eso me estaba haciendo daño hasta que tuve ayuda psicológica y me di cuenta de que todo ese dolor lo estaba procesando de una forma muy distinta. Todo era agresividad. En cambio, hoy en día, ya con esta madurez que tengo y todas las experiencias vividas a lo largo de estos 40 años, lo proceso como decimos sin medicamento, en el aspecto de que aguantamos el dolor, lo procesamos, lo vivimos y nos queda eso de llevar esa huella imborrable, ese tatuaje en el alma, en el corazón, de todo lo vivido.

¿En qué momento decidió dedicarse a la fotografía?

Empecé chavalo, inspirado por el dibujo. Ya perdí ese arte de dibujar. Pero empecé en el diario Barricada, que tenía una redacción inmensa. Recuerdo que estaban de fotógrafos Mario Tapia, Mauricio Duarte, Carlos Durán, Leonardo Barreto. Era una camada de fotógrafos que enriquecían lo que era el fotoperiodismo nicaragüense. En Barricada nos metían al laboratorio fotográfico, que es otro mundo. Aprendí bastante del laboratorio y fue el preámbulo para hacerme fotógrafo. Recuerdo que las primeras cámaras que nos dieron era una cámara rusa de marca Zenit, y tenía un amigo Pablo Emilio Barreto, que me regaló un libro de fotografía y me dio una cámara y me dice: “Aprende con esto”. Después me di cuenta al pasar del tiempo que lo que te iba a dar calidad era la experiencia, ir experimentando sobre la marcha hasta tener ese ojo de águila.

Tenía 15 años cuando empezó en la fotografía y en tiempos de guerra.

Sí, esos primeros años estuve en Barricada y después me tuve que ir al Servicio Militar. En el Ejército siempre buscaban jóvenes que tuvieran habilidades para otras cosas. Había chavalos que eran bravos a conducir, entonces los dejaban de conductores. Como yo era fotógrafo, entonces aprovecharon esa parte y me quedé después como fotógrafo en el Ejército un buen tiempo, desde 1986 hasta el 1990.

Óscar Navarrete trabajó para la Unidad de Medios Audiovisuales del Ejército en los años ochenta. ARCHIVO PERSONAL/Óscar Navarrete

¿Cómo fue su primera cobertura de guerra?

Recién llegado yo, el segundo jefe de la Unidad era medio cascarrabias y tenía que pasar una prueba de fuego. En ese entonces se estaba empezando a procesar un documental que terminó en una película que se llamaba Testigo, entonces había muchas grabaciones. Como camarógrafo tenías que pasar la prueba con el jefe Óscar Ortiz. Si vos pasabas esa prueba ahí te quedabas, si no, te descartaban. Entonces ya tenía yo como diez días de haber llegado a la unidad y al instante me dicen: “Vas a misión”.

Solo me dio una grabadora y yo arrecho porque no me dio una cámara, y me dice: “Vas a hacer trabajo para el programa de radio Los Cachorros”. Creía que yo me iba a rajar, que me iba a dar miedo, pero yo me fui igual. Me acuerdo que nos metimos por tierra y llegamos hasta Las Piñuelas, después de Santo Domingo en Chontales. Eran unos caminos de tierra y apenas estaban abriendo las trochas. Llegué al puesto de mando de avanzada y como a los tres días me fui y me metí a operar en helicóptero.

Fuimos a un lugar que se llamaba El Guayabo y de ahí, pues ya me metí con las tropas. Yo grabando todo, hasta los chavalos cuando íbamos en el helicóptero, aprovechando esos momentos de adrenalina de los cachorros que iban al combate y yo los entrevistaba y aquellos también eufóricos. Fue una experiencia bonita y creo que fue mi primera experiencia no como fotógrafo sino en el trabajo del periodismo de radio y me acuerdo que grabé combates y todo también. No me dio miedo. Más bien tenía problemas con la adrenalina y con ayuda psicológica me di cuenta que tenía exceso de dopamina, entonces vivía como que andaba fumado de marihuana. Para mí el peligro era diversión. Ahora que estoy viejo, quiero vivir más.

¿Cómo se sentía trabajando para el Ejército Sandinista?

Yo no me dejé absorber por la doctrina. No era lo mío. Me dejaba absorber por lo que estaba viviendo, por la adrenalina, por la situación de la guerra, por el trabajo que estaba haciendo que lo consideraba artístico y de memoria e historia. Me absorbió hasta el punto que yo creí que la guerra nunca iba a terminar. Cuando vino la paz con doña Violeta, a pesar que era un joven que tenía 21 años, ya estaba cansado. Ya seis años de guerra. Yo ya no quería eso. Yo quería vivir, dedicarme a mis hijos. Cuando vas a una guerra empieza un proceso de deshumanización. Yo la verdad es que ya estaba curtido por el dolor y el sufrimiento que ya no sentía nada. Después que terminó la guerra empecé a tener esos cambios, esos procesos emocionales que me pasaron la cuenta.

Óscar Navarrete durante los años de guerra. ARCHVO PERSONAL/Óscar Navarrete

¿Cómo pudo salir de los vicios que lo consumieron después de la guerra?

Tenía otros amigos, colegas que no voy a mencionar el nombre por respeto, éramos una aspiradora para absorber cocaína. Todo era mujeres, fiestas, licor, éramos clientes asiduos de La Piñata y habíamos llegado a un nivel de fiesta y de desenfreno que ya inclusive en nuestro centro de trabajo consumíamos drogas. Hubo un momento en que yo ya llegaba tan golpeado por el desvelo que no dormía y tenía que recurrir a las drogas para despertarme, para ponerme eléctrico y poder cumplir mi jornada laboral.

¿Cómo salió de eso?

Estaba sufriendo un divorcio y la separación de mis dos hijos mayores, y tenía otra hija por fuera. Entonces me estaba sumergiendo cada día más en ese inframundo del alcoholismo, la drogadicción y yo tenía miedo de quedarme adicto. Ese era mi mayor temor y era un joven de 22 o 23 años. Entonces me separé de mi primera esposa y en ese vaivén que andaba me encontré a mi exnovia y entonces nos juntamos, empezamos una relación. Yo siempre le oculte mi adicción. Ella creía que solo era alcohol porque me miraba siempre fiestero, alegre, pero cuando ya me miraba así ya me había tirado como cinco rayas de cocaína y como tres porros de marihuana. Nunca le dije. No tenía el valor. Más bien le dije que mejor se buscara a otra persona más centrada, más correcta, que estaba viviendo un proceso muy doloroso, pero ella: “No, yo quiero estar con vos, voy a continuar, te voy a ayudar”. Pero mentira, no pudo. Luego me dio la noticia de que estaba embarazada, entonces eso me cambió la vida. Ahí me alejé de todo. El nacimiento de mi cuarta hija fue lo que me ayudó a alejarme de las drogas y el alcoholismo, y me alejé un buen tiempo de la fiesta.

A pesar de todo eso que vivió con la guerra, dice que lo sucedido en abril de 2018 lo marcó más que otra cosa.

Sí, creo que he tenido la madurez suficiente para procesar el dolor de la guerra. Fueron dos escenarios muy distintos. Como te dije la guerra deshumaniza. Yo estaba totalmente curtido por la guerra, en cambio con lo de 2018, a veces cubría actividades y no me daba tiempo ni de llorar. Solo sentía ese nudo en la garganta y cuando llegaba a mi casa, me costaba conciliar el sueño. Tenía muchas cosas que procesar y pensaba: “Este día pude haber muerto”.

El caso de Alvarito, el caso de los niños del barrio Carlos Marx, y todas esas cosas que te van marcando. Me marcó bastante porque ya tengo hijos. En la guerra no tenía hijos, no tenía quién me llorara, como decimos.

¿Cuál diría que es la cobertura de abril de 2018 que más lo golpeó?

El entierro de Gerald Vázquez y el de Matt Romero. Yo hablé con la mamá de Matt Romero y con su abuela. Estuve el día que lo asesinaron y yo estaba en esa marcha también trabajando. Eso fue una de las cosas que me marcó bastante.

El entierro de Gerald Vásquez, junto al de Matt Romero, fue una de las cosas que más marcó a Navarrete durante las protestas de 2018. ARCHIVO/Óscar Navarrete

En su carrera ha fotografiado a muchas personas, pero ¿a qué personaje le hubiera gustado retratar?

Me hubiera gustado retratar a Rubén Darío y a Sandino, pero también en lo particular, como soy amante de la música, pues te diría que los hermanos Mejía Godoy. Me gustaría hacer una buena sesión de retrato con ellos.

¿Y a Daniel Ortega y Rosario Murillo?

Me gustaría hacerles fotos, pero vestidos de azul, con el uniforme de presos.

La Prensa Domingo Abril 2018 Daniel Ortega Nicaragua

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