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Don Quijote de la Mancha

Cartas de amor a Nicaragua

Querida Nicaragua:  Probablemente todo el mundo habla y conoce quien es Don Quijote de la Marcha, pero muy pocos han leído la inmortal obra de don Miguel de Cervantes Saavedra, genio de las letras castellanas y mucho menos profundizar sobre las enseñanzas que encierra  un libro que ridiculiza a los caballeros andantes de la época de Cervantes que andaban por los campos “desfaciendo entuertos”, es decir mediando en problemas ajenos y buscando cómo hacer justicia con la valentía y el arrojo de sus invencibles espadas.

Mario Vargas Llosa que escribe un excelente ensayo al comenzar la obra, describe al Quijote como un personaje cincuentón, embutido en una armadura anacrónica y tan esquelético como su caballo, que acompañado por un campesino gordinflón montado en un asno, que hace las veces de escudero, recorre las llanuras de La Mancha, heladas en invierno y candentes en verano.  

De tanto leer libros de caballeros andantes quiso convertirse en uno de ellos y emprendió con su escudero Sancho Panza la valerosa tarea de ir por el mundo desfaciendo entuertos, es decir haciendo justicia a los débiles y defendiéndolos en todo momento. 

La obra de Cervantes encierra miles de enseñanzas de todo género. Para muestra, los siguientes consejos que le da a su escudero cuando lo instala como gobernador en la ínsula Baratari.

Primeramente, Oh hijo, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada. 

Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.  Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado cerdos en tu tierra.

Le dijo Sancho que no todos los que gobiernan vienen de casta de Reyes.

Es verdad le repite don Quijote, por lo cual los que no son de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de que no hay estado que se escape.

Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te corres ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.  Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, ha subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.

Mira Sancho, si tomas por medio la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y abuelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale.

Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes, antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada.

Si trajeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias,) enséñala, doctrínala y desbástale de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.

Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del “no quiero de tu capilla”, porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuentas el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida.

Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.

Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por los sollozos e importunidades del pobre.

Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. 

Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

El autor es empresario radial, excandidato a la presidencia de Nicaragua.

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