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La historia de un pueblo

(FIRMAS PRESS) La semana pasada tuve el placer de viajar por el interior de España. Un amigo mío, en una inesperada aventura, me trasladó al pueblo de Borrico, muy cerca de Mandrubal. Un municipio resguardado por una cordillera montañosa y por inmensos valles verdes donde pastan miles de cabezas de ganado. Borrico es una lejana población donde ahora su población es de no más de 48 personas que viven con una serie de curiosos valores, leyes y reglas. Muy distintas a las que rigen en las comunidades vecinas. Este poblado tuvo una historia diversa, desde la conquista romana y árabe hasta el Renacimiento y los indianos, gracias a la cual se vio beneficiado por la mezcla de culturas y por su estratégica posición.  

En Borrico estuve una semana, llegué el domingo poco después del amanecer. La fiesta todavía se saboreaba en el aire, habían tenido elecciones hace apenas unas semanas. El nuevo alcalde, uno de los trabajadores del anterior gabinete, había logrado poner a los vecinos en contra del ayuntamiento para sacar al regente. La jugada le salió de maravilla. Ganó las elecciones gracias a promesas que engatusaron a la mayoría de los residentes. Ahora, muchos de los que votaron por él están defraudados con sus acciones pero, me dice un señor en la cafetería, volverían a votarle, solo para que no gane el otro partido del pueblo.

Borrico, como ya he dicho, tiene una serie de reglas y leyes únicas en la zona. Una de estas normas es la obligatoriedad de una asamblea de vecinos para decidir los cambios que afecten al pueblo. Para la gran mayoría esto es una medida positiva, pero, según me comentó otro vecino, al alcalde y a su comitiva esto parece no gustarles del todo. Durante las semanas que llevaban en el poder habían repartido dinero entre los colaboradores de la alcaldía hasta casi vaciar las arcas públicas, llevaron adelante leyes sin consultarlas con nadie y han tratado de dividir a la población en repetidas ocasiones para mantenerse en el mando.

En Borrico hay parias, o había. Un grupo de indeseables que por sus acciones en el pasado han quedado marcados por la vergüenza. Eran un grupo de hermanos del norte que una noche, entre borracheras y mentiras, decidieron que sus terrenos debían tener un municipio propio, financiado con el dinero de Borrico.

Para lograr ese cometido, perpetraron durante meses secuestros y asesinatos entre los pobladores de Borrico. Por esto, y después de fallar en conseguir su misión, casi les niegan el derecho a participar en las asambleas del pueblo. Digo casi, porque el nuevo alcalde no podía permitirse perder los votos de estos hermanos durante las congregaciones. Así que, del modo más déspota, les perdonó los crímenes y, me cuentan dos vecinas sentadas en un portal, está tratando de sacar a los que aún están en la cárcel. 

¿Por qué, si todo el mundo está descontento con este nuevo ayuntamiento, muchos de los vecinos dicen que volverían a votar por ellos?, se lo pregunté a una pareja que iba caminando por la calle principal, me respondieron que no lo sabían. Pero yo creo que esa es la razón, esa era la respuesta correcta. En Borrico se olvida rápido, nadie en el pueblo se acuerda de lo que ha hecho el ayuntamiento la semana pasada, es por eso por lo que viven felices con las desgracias que les pasan. 

Pero debo ser sincero. Borrico no existe, Mandrubal tampoco. Esta es una parábola para mostrar el riesgo y los daños que causa que un pueblo tenga tan poca memoria. Alcaldes de Borrico hay en todo el mundo, “borriqueños” también. Lo que falta en muchas democracias es aquel extranjero que se da cuenta de las cosas, el que llega para descubrir lo que está mal. [FIRMAS PRESS]

El autor es escritor panameño.

Opinión Borrico España archivo
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