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Desde el área Armado y Diseño de LA PRENSA, Bladimir Amador ha sido testigo de la historia. Vio caer una dictadura, vivió el asedio sandinista, estuvo en el triunfo de doña Violeta y ahora vive de nuevo el acoso de Ortega al diario para el que ha trabajado 40 años.
1980 fue duro para el Diario LA PRENSA. Ese año la mayoría de sus trabajadores se fue para fundar otro periódico y Bladimir Amador, quien aún trabaja en este Diario, estuvo ahí para contarlo. Había mucha tensión, recuerda Amador. “El ambiente era tenso. Y un día ví que una gran parte de los trabajadores, de los más viejos, estaban formados en el parqueo con pancartas y uno tras otro fueron desfilando”, relata.
Esa no es la única etapa importante que Amador ha vivido en LA PRENSA. Llegó a los alrededores del diario a los siete años de edad, cuando le ayudaba a su padre Armando Amador a vender tacos en un quiosco. Y a los 11 años de edad, una empleada del periódico le pidió que entrara al local para hacerle mandados, Amador se convirtió en parte de la familia de empleados de este periódico.
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Amador vivió desde el asesinato del director mártir de LA PRENSA, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, hasta la actual etapa cuando el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo está tratando de exterminar el periódico, negándole el acceso a la tinta y papel para el periódico impreso. Y también asfixiándolo económicamente para que no se critiquen los desmanes y crímenes de la actual dictadura. Amador ha sido testigo de los duros años ochenta y también de cómo una de las dueñas del periódico, doña Violeta Barrios de Chamorro, se convirtió en la primera mujer presidenta de Nicaragua, y la única hasta el momento. Esta es la historia de LA PRENSA a través de las vivencias de Amador.
Mandados para ganar dinero
Todas las mañanas, además de que el niño Bladimir Amador, ayudaba a su padre en la venta de tacos en el quiosco, que aún permanece sobre una de las aceras fuera de LA PRENSA, hacía mandados a las muchachas del Banco de América, que se ubicaba contiguo al edificio del periódico. Y a los cambistas que permanecían en el parqueo les hacía fila en el banco y les cambiaba cheques. Eran favores que al final del mes tenían recompensa. Amador obtenía otros ingresos para apoyar a su familia. Recogía más de cincuenta de córdobas al mes, bastante dinero en aquel entonces.
Eran tiempos difíciles para la familia Amador Velásquez. Bladimir era el menor de cuatro hermanos de padre y madre, entre ellos una mujer. Un par de años atrás había ocurrido el terremoto que golpeó fuertemente a Managua en 1972. El jefe de la familia había perdido su empleo y el país vivía la crisis sociopolítica de finales de los años setenta e inicio de los ochenta.
Desde el parqueo de LA PRENSA Bladimir conoció a Alexis Argüello, en una ocasión que llegó al Banco de América, ubicado contiguo al edificio del periódico.
–Gordo, anda decile a ese señor que le cuidas el carro. Ese es el campeón”, le dijo Alex, uno de sus hermanos mayores a Bladimir. Él se quedó mirándolo de forma incrédula.
–Anda gordo que ese maje te va a dar buen billete –le repitió.
Finalmente aceptó y se acercó al Mercedes Benz deportivo que conducía el púgil. Para ese entonces ya había ganado su primer campeonato mundial.
“Vengo yo y antes que se baje del carro le digo: ‘Campeón le cuido el carro’. Él me vuelve a ver y se pone a reír. ‘Bueno’, me dice”. Cuando el campeón salió del banco le tocó la espalda a aquel niño y le dio un billete de cinco pesos. “En ese momento yo no sabía quién era él. Pero me sentí feliz. Después de eso no me perdía una pelea de Alexis por radio. Era mi ídolo”, recuerda Amador aquella aventura desde la silla de su cubículo como jefe de Diagramación de LA PRENSA, 40 años después.
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Acercamiento con LA PRENSA
Amador tenía 10 años cuando presenció los funerales del mártir de las libertades públicas Pedro Joaquín Chamorro. Recuerda que era “un mar de gente” la que entraba y salía de LA PRENSA para despedirse de Chamorro. “No pude quedarme hasta tarde, porque mis padres no me dieron permiso”, sostiene.
Al “doctor”, como Amador lo sigue llamando, lo conoció en vida. Lo veía desde el quiosco de su papá, dice que cuando Chamorro salía fuera del edificio del periódico era un personaje muy respetado y era todo un acontecimiento. “Se le arrimaba tanta gente a pedirle ayuda o a poner denuncia”, cuenta.
Un año después de la muerte de Chamorro, Luisa León, la segunda jefa de Levantado de Texto en Fotocomposición de LA PRENSA le pidió a Bladimir que le hiciera mandados a los trabajadores de las oficinas del fondo. Ya tenía 11 años. Fue Guillermo Ortega, gerente de producción de la empresa quien le dio el permiso para que aquel chavalo chivirisco y espigado pudiera entrar y estar en las instalaciones.
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Fue ahí donde se interesó por la armada de páginas. “Me gustaba lo que hacían ellos con las páginas; las reglas, el círculo de medida, las ventanas negras. Todo el trabajo que se hacía de armada artesanal, describe todavía sorprendido de aquel primer encuentro de lo que sería el trabajo de su vida. “Vos chavalo, no te vas a pasar toda tu vida haciendo mandados, te voy a enseñar a trabajar”, le dijo el jefe de esa área, Gilberto Pérez. e inmediatamente empezó a aprender, cuando estaba en quinto grado.
Al cambiar los mandados por el aprendizaje en armada de páginas, Amador pensó que ya no iba a recibir ese dinero. Sin embargo, LA PRENSA empezó a reconocerle cinco córdobas por cada medio día de trabajo y los cobraba al final de la semana. Los clasificados fueron las primeras páginas que Bladimir armó, después de seis meses de entrenamiento.
Cuando la tensión empezó a aumentar en el país, Armador se vio obligado a dejar los estudios y al final solo logró culminar el tercer año de secundaria. En LA PRENSA se especializó en armar páginas. Incluso recibió algunos cursos, para la modernización del diario, en México y Costa Rica.
Bladimir Amador presenció las tantas veces el periódico salió a medias y las veces que no pudo salir por las constantes censuras a las que era sometido. Además fue parte del reducido grupo que quedó en la empresa después de un cierre que sufrió LA PRENSA en el año de1986. “El día que cerraron indefinidamente LA PRENSA, la reunión se hizo en la sala de redacción. Estaba don Carlos Holmann, el poeta Pablo Antonio Cuadra, don Carlos Ramírez y todos los editores. Para comunicarnos que el periódico había sido cerrado de forma indefinida. Nos cayó un balde de agua fría a todos”. Eran más o menos 250 trabajadores los que habían quedado desempleados, relata.
Ese mismo año, el pequeño grupo que quedó en el diario con tareas específicas asignadas sufrió un secuestro por parte de la guardia sandinista. LA PRENSA había preparado una página protesta para que la vieran un grupo de interparlamentario que llegó a Nicaragua a reunirse con el Gobierno, intentaban suavizar la situación política del país. En el frente de la página se imprimió la famosa foto de don Pedro Joaquín Chamorro, caminando sobre una avenida de la vieja Managua. Al reverso se reclamaba por libertad, narra Amador. Las embajadas amigas de la rotativa ayudaron a que esa página se repartiera entre los presentes en el Olof Palme, donde se daba la reunión.
Cuando los interparlamentarios estaban saliendo del país, en represalias por la protesta del diario, la guardia sandinista se tomó LA PRENSA. Llegaron en un microbus. Doña Violeta estaba en su oficina. Y los pocos trabajadores que permanecía en las instalaciones fue torturado psicológicamente. “A mí me agarraron dos tipos, un teniente y su acompañante. Me metieron en la cafetería de la gerencia a interrogarme”. Los amenazaron a todos con meterlos preso, y después de seis horas de secuestros, dejaron salir al personal y los guardias se fueron.
El primero de octubre de 1987, después de un año y tres meses, LA PRENSA volvió a salir. Cuatro páginas se habían publicado para el retorno y había sido Bladimir Amador, con el auxilio del jefe arte, quienes las armaron. La censura fue derribada gracias al Tratado de Esquipulas II acordado con el presidente de Costa Rica, Oscar Arias y demás gobernantes centroamericanos.
En noviembre de ese año Amador había firmado su primer contrato como colaborador fijo.
Aun en el Servicio Militar, que obligatoriamente tuvo que cumplir entre 1988 y 1990, Bladimir Amador siguió siendo siendo colaborador activo en la planilla de la empresa. El diario le conservó su salario hasta su regreso en marzo de 1990. Ya en ese tiempo doña Violeta Barrios de Chamorro había ganado las elecciones. Se auguraban grandes cambio para la nación, incluso en el diario empezaban a notarse.
Cambios en el periódico
En 1993 Bladimir Amador fue nombrado jefe de su área y a partir de 1995, junto con el resto de armadores dejaron la mesa en la que armaban las páginas del periódico y pasaron a la computadora. Ya no recibían el nombre de armadores, ahora eran diagramadores. “Lo bonito fue que al departamento que llegué haciendo mandados, años después me convertí en jefe”, dice orgulloso de su proeza. Hasta el día de hoy se ha sostenido 26 años como jefe de diagramación.
En ese mismo año su vida dio otro giro. Se casó con Ivania González, la mujer que conoció en los meses finales de su Servicio Militar. Juntos tienen cuatro hijos varones. Su papá había fallecido en 1990 como consecuencia de la diabetes, pero su mamá había asumido Tacos Nicas y había incorporado otros platillos. Tiempo después decidieron vender el derecho al espacio.
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En octubre de 2002, Amador volvió vivir otro acontecimiento que quedaría como una anécdota de la historia, dentro de la redacción. Tirso Moreno, conocido excontra, entró a la redacción tomando como rehén al fotógrafo René Ortega. Amenazaba con dispararle a cualquiera y producir “un baño de sangre”, decía el pistolero. “Yo no entendía que pasaba, pero cuando escuché disparos al aire salí por la puerta de atrás y fui a la oficina de don Hugo Holmann (gerente general), para informarle lo que ocurría”. La Policía llegó al diario y mediante negociaciones logró que Tirso se entregara y no hubo otro incidente más que el susto que vivieron.
Habiendo vivido bajo el gobierno somocista y luego sandinista en los años ochenta, el que Daniel Ortega volviera al poder en el 2006 para Amador fue una muy mala señal. “Sabía lo que se venía. Yo se lo decía a mis compañeros de trabajo que la represión iba a recrudecerse poco a poco y no me creían. Ahora mirá como estamos”, afirma, lamentándose de la situación socipolítica que atraviesa al país y el mismo periódico
No se queja de nada de lo que ha tenido que vivir dentro de LA PRENSA. Dice que después de Dios y su familia, este diario lo es todo. No se imagina en otro lugar. Asumió como propia la lucha por la libertad de expresión a la que estaba dispuesto a continuar aún cuando el diario no hubiese tenido para pagarle, en algún momento de crisis.
Trabajando para LA PRENSA cumplió uno de sus más grandes sueños, preparar a sus hijos. “Cuando pagué la primera mensualidad de universidad de dos de mis hijos lloré de alegría, me parecía mentira haberlo logrado”, cuenta con la voz entrecortada. Ahora solo le falta que uno de los cuatro terminé el último año de universidad.
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Bladimir Amador tiene 51 años, le faltan nueve para jubilarse y desde ya añora poder “llegar al centenario (de la fundación de LA PRENSA) y si Dios lo permite me gustaría jubilarme, como lo han hecho muchos compañeros. Salir de aquí jubilado y triunfante”, finaliza.