Jefry Gabriel murió un jueves, a los 20 años de edad, lejos de su casa y de su madre. Tres meses antes había huido de su ciudad, Jinotepe, para no ser alcanzado por los paramilitares que en julio de 2018 se tomaron el territorio de Carazo; pero la muerte le siguió los pasos hasta Costa Rica.
Cuando a Carazo llegó la violenta “operación limpieza” aplicada por el régimen Ortega Murillo para quitar los tranques que los ciudadanos habían levantado en varias ciudades, Jefry escapó por veredas rumbo al país del sur y en el cantón de Escazú encontró trabajo como jardinero. Podaba un árbol cuando rozó un alambre del tendido eléctrico y recibió una descarga que lo mató al instante.
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Era el jueves 11 de octubre de 2018 y así el muchacho se sumaba a la creciente lista de nicaragüenses que en el contexto de la crisis se vieron obligados a huir del país, solo para morir como extranjeros.
Para entonces los medios de comunicación ya habían reportado dos casos. El primero fue Giancarlo Díaz Sevilla, de 26 años, asesinado a balazos en agosto de 2018 mientras jugaba futbol en un campo de La Unión, Cartago, apenas tres semanas después de haber llegado a Costa Rica. Luego se supo de Bernardo Silva Palacios, quien murió el 9 de octubre por causa de una pulmonía, también en territorio costarricense.
En los meses posteriores más nicaragüenses han muerto en Costa Rica, México y Estados Unidos. Al momento se han reportado al menos diez casos y sus muertes, a veces violentas, también son resultado de la crisis que estalló en abril de 2018 y los llevó a buscar en otro lado la vida que su propio país les negaba.
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Unos se han ido buscando empleo y otros han huido directamente de la represión desatada por el orteguismo a raíz de las protestas ciudadanas. Está el caso de Ledis Ortez, muerto en un desierto de Texas, y el de Reynaldo Guevara, soterrado mientras trabajaba en una obra en la Ciudad Juárez, México.
Recientemente, el 27 de junio de 2019, a la lista se sumaron el exmilitar Edgard Montenegro Centeno y su hijo Yalmar Montenegro Olivas, asesinados a balazos en Honduras tras ser emboscados cuando se desplazaban en una motocicleta.
Todas estas historias son distintas y todas terminaron en tragedia.
Ledis y Reynaldo
Lo encontraron el 5 de junio de 2019 con la camisola azul y el pantalón de mezclilla que llevaba puestos cuando le tomaron una de sus últimas fotografías. Ledis Ortez Herrera, de 42 años, estaba solo, tendido boca arriba en el desierto de Falfurrias, Texas, a unos 100 kilómetros de la frontera de Estados Unidos con México, una zona tan caliente que para los migrantes es parecido a atravesar el infierno.
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Originario de San Fernando, Nueva Segovia, salió del país un mes antes de morir en el desierto. Según familiares, Ledis huía del asedio de paramilitares y policías, pues había participado activamente en las protestas contra el régimen de los Ortega Murillo.
“Él tenía más de un mes de haber salido del país y llevaba una carta del obispo de Estelí, monseñor Juan Abelardo Mata, para que llegara sin problemas a los Estados Unidos, pero parece que cuando ya había ingresado por la frontera falleció en el desierto por la falta de agua”, indicó su hermano Maxwell al diario LA PRENSA.
Un funcionario estadounidense, el comandante Jorge Esparza, fue el encargado de dar la mala noticia a los padres del segoviano. Ledis fue identificado cuando le revisaron los bolsillos del pantalón. Llevaba consigo la cédula nicaragüense y documentos que certificaban su paso por México. También algunos “objetos religiosos” y la dirección de un departamento en Florida, adonde nunca llegó.
Apenas unas semanas después, el viernes 28 de ese mismo mes, el matagalpino Reynaldo Guevara murió sepultado en una zanja mientras laboraba en una obra de drenaje pluvial en una colonia de Juárez, Nuevo León, México. Ese día podía haber salido a las 5:00 de la tarde, pero se quedó trabajando para hacer horas extras y recibir un poco más de dinero. Eran cerca de las 8:00 de la noche y estaba por terminar su jornada cuando quedó atrapado por tierra que se deslizó y le cayó encima.
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Reynaldo, de 31 años, solía residir en el barrio El Cementerio, en el sur de la ciudad de Matagalpa. Según un familiar, en junio de 2018 se fue de Nicaragua debido a la crisis sociopolítica y en México consiguió el estatus de refugiado. Meses después logró que su esposa, Alicia Reyes, y su hijo, un niño de cuatro años, se reunieran con él.
El año pasado, en la zona de El Cementerio, se construyeron tranques y barricadas como parte de las protestas contra el gobierno. Según Alicia, a su esposo “lo andaban buscando por eso de la política”, por eso tuvo que irse de su propio país.
Josué, muerte por intoxicación
El pasado junio también falleció Josué Enoc Sándigo, de 22 años, originario de Diriomo, Granada. Llevaba once meses viviendo en Costa Rica, adonde llegó el 21 de julio de 2018, siete días después del brutal ataque paramilitar a la parroquia de la Divina Misericordia, donde el joven se refugió junto con otros estudiantes que habían estado atrincherados en la UNAN-Managua.
En Costa Rica consiguió permiso para trabajar, pero no tenía empleo. Habitaba en una casa de dos cuartos y dos camas junto con siete jóvenes que le daban comida y posada, a pesar de que solo uno de ellos trabajaba. Se trata de muchachos que también huyeron de la represión y entraron a territorio costarricense el 22 de julio del año pasado, tras haber participado en marchas y barricadas.
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Los otros siete jóvenes están emparentados y aunque veían a Josué como hermano, él extrañaba a su propia familia. “Quería trabajar y estudiar, quería volver a Nicaragua”, relataron sus amigos, entrevistados en Costa Rica un día después de la tragedia por Nicaragua Actual.
Al momento de su muerte, Josué pasaba por una fuerte depresión. Había escapado de las balas de los paramilitares, pero vivía triste. Hablaba poco y lloraba mucho. Y cuando se sentía muy mal tomaba su patineta para irse solo, con los ojos aguados, a desahogar sus tristezas.
El pasado domingo 16 de junio los muchachos de la casa decidieron participar en un paseo organizado por un colegio cercano. Visitaron unas piscinas y estuvieron “relajados”; pero a la hora de volver no alcanzaron en el vehículo. Se bajaron para darles lugar a los niños y en ese momento Josué “se esfumó”.
Después de un rato buscándolo lo hallaron desnudo, vomitando en una calle de Patarrá, en el Cantón de Desamparados. Junto a él había una botella que contenía un líquido extraño, que parecía ser un diluyente. Murió ese mismo domingo, tras una dolorosa agonía, en una clínica de la ciudad.
Lo velaron en San José, con el himno de Nicaragua de fondo. Después el cuerpo de Josué fue repatriado y llevado en camioneta al municipio que lo vio crecer. Su madre lo estaba lo esperando.
En un campo de futbol
El 17 de agosto de 2018, los periódicos de Costa Rica publicaron la noticia de un extraño asesinato. A las 4:30 de la tarde de ese viernes un nicaragüense que apenas llevaba tres semanas en el país había recibido varios tiros en la cabeza cuando se encontraba un campo de futbol situado en un barrio de La Unión, en la provincia tica de Cartago.
Los principales sospechosos del crimen eran dos motociclistas que, según testigos, se acercaron al estilo de los sicarios, con claras intenciones de no dejar vivo a Giancarlo Díaz Sevilla, de 26 años.
De acuerdo con el diario costarricense La Nación, personas cercanas al joven aseguraron que este había solicitado refugio ante las autoridades de Migración, “debido a la situación convulsa que vive Nicaragua”. Y al parecer, al momento del crimen, la solicitud estaba bajo análisis.
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Esa tarde unas diez personas jugaban en el campo y el asesinato ocurrió cuando Giancarlo se quedó solo, pues sus familiares y su novia se alejaron de él unos minutos con la intención de tomar agua.
En la escena se recolectaron 14 casquillos de pistola calibre 9 milímetros y aunque en Nicaragua hubo quienes sospecharon de hipotéticos paramilitares infiltrados en territorio tico, en Costa Rica se señaló a supuestos grupos nacionalistas “fascistoides”.
Padre e hijo
Cuando los mataron, Edgard Montenegro Centeno y su hijo Yalmar Montenegro Olivas llevaban casi un año refugiados en Honduras. Ambos eran miembros de una familia que ha sufrido persecución a raíz del estallido de las protestas ciudadanas.
Edgard Montenegro fue miembro de la Resistencia Nicaragüense que combatió al primer régimen de Daniel Ortega en la década de los ochenta y se reinsertó a la vida civil como un reconocido productor en el sector de La Esperanza del Kilambé, en el municipio de Wiwilí, Jinotega, donde residía, relató LA PRENSA en una nota publicada el reciente 28 de junio.
El año pasado, Montenegro Centeno se sumó a las protestas ciudadanas en Wiwilí contra el régimen Ortega Murillo, que lo responsabilizó de distintos delitos, incluyendo la muerte de Héctor Noel Moreno, alias Pasmado, en la comunidad El Jicote, a cuatro kilómetros del poblado de Wiwilí.
La persecución contra el productor, conocido como comandante Cabezón, fue “más brutal” que en otros casos, señaló un familiar que por razones de seguridad solicitó se omitiera su nombre. “Por su experiencia militar y capacidad de liderazgo en Wiwilí, el Ejército y la Policía lo han perseguido tanto que él no tuvo más (opción) que empezar a organizarse”, dijo la fuente.
De hecho, subrayó LA PRENSA, a través de las redes sociales fue difundido un video, presuntamente grabado a mediados de mayo, en el que el Cabezón y otros hombres con distintos seudónimos mencionan la reorganización para alzarse en armas contra el régimen de Daniel Ortega.
Sin embargo, debido al asedio policial y paramilitar, Edgard y su hijo Yalmar se exiliaron en Honduras, donde el pasado jueves 27 de junio fueron finalmente asesinados. El crimen ocurrió a eso de las 6:30 de la tarde en el municipio de Trojes, departamento El Paraíso, en la zona fronteriza con Nicaragua, cuando ambos se movilizaban a bordo de una motocicleta.
“Solo hallaron los cuerpos, les robaron las identificaciones y sus teléfonos (…) otros familiares que están allá refugiados reconocieron los cuerpos y la Policía hondureña los trasladó a una morgue”, agregó el pariente. Muchos de los Montenegro han tenido que exiliarse en Honduras, pero hasta ahí los han perseguido quienes desean verlos muertos.
El adiós
Cuando vio que la gente de su calle, en Jinotepe, estaba alborotada y fuera de su casa, doña Juana Valerio supo que algo raro sucedía. Esa tarde volvía de vender arroz chino, porque estaba desempleada, y se acercó para preguntar qué pasaba, pero sus vecinos no se lo querían decir.
Fue entonces que se le aproximó una señora y, después de darle una pastilla, le dijo: “Tu hijo acaba de fallecer”. Jefry Gabriel Calero Valerio, de 20 años, había huido a Costa Rica para salvar su vida y allá había encontrado la muerte. “Se me murió largo”, lloraba su madre.
Lo sepultaron tres días más tarde, el 14 de octubre de 2018, en Jinotepe. Llegaron sus amigos con sus bicicletas y las usaron para improvisar un altar junto a la fotografía del muchacho, amante de los deportes extremos. Sonó la música de los mariachis y en la plazoleta del cementerio los jóvenes realizaron acrobacias en BMX para rendir tributo a su amigo en el último de sus viajes.
Cuando su cuerpo bajó a la tierra, arriba, en los parlantes, sonaba una de sus canciones favoritas: “Knockin’ on heaven’s door”.
Bernardo, el exconcejal
Bernardo Silva Palacios, de 50 años, tampoco pudo volver con vida a casa. En octubre de 2018 falleció aquejado por una fuerte pulmonía. Era exconcejal del partido liberal en su natal Masaya y también se vio obligado a huir del país para escapar de la persecución del orteguismo.
Silva participó constantemente en las manifestaciones ciudadanas contra el régimen de los Ortega Murillo y por ello fue asediado por simpatizantes del gobierno, hasta que finalmente se vio obligado a salir del país junto con su familia en Costa Rica.
Otros casos
Después que junto a otros 35 centroamericanos se entregó ante las autoridades de Estados Unidos, un nicaragüense de 52 años de edad murió el pasado viernes 5 de julio bajo la custodia de la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) de ese país norteamericano, según informaron dichas autoridades en un comunicado.
“(Lamentamos) informar que un hombre de 52 años nicaragüense fue declarado fallecido esta mañana (del viernes pasado) temprano después de que lo llevaron al hospital. Nuestras condolencias están con su familia. La Patrulla Fronteriza y los Servicios de Emergencia Médica intentaron revivir al hombre después de que sufrió una aflicción médica pero no tuvieron éxito”, dice el documento.
El fallecido, del cual no se reveló la identidad, se había entregado junto a los demás centroamericanos ante agentes de la Patrulla Fronteriza al oeste de Sasabe, Arizona, y estaban siendo procesados en una instalación de la Patrulla Fronteriza en Tucson.
Otro nicaragüense muerto en el extranjero fue Pablo José Albir, originario de Ocotal, Nueva Segovia, quien salió rumbo a España buscando mejores oportunidades y escapando de la convulsa situación política y social. Llevaba casi un año en ese país cuando, el reciente sábado 11 de mayo, fue apuñalado por otro nicaragüense.