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¿Quiénes son esos?

¿Se acuerdan? Cuando la marcha de las madres se acercaba a la rotonda de Metrocentro, vimos a dos muchachos que treparon por el mástil de la enorme bandera azul y blanco que ondeaba en lo alto. Uno de ellos, empezó a arriarla, girando la manivela con gran esfuerzo, hasta dejarla a media asta. Era un gesto simbólico enorme para las madres de luto que venían a la cabeza de cientos de miles de personas.

Estábamos allí, debajo de la bandera, y me quedé mirándola, algo absorto por un ligero cansancio de esos que hacen mirar las cosas más despacio. Vi que la bandera se replegaba sobre sí misma, como si se sintiese herida, un movimiento casi humano, como cuando alguien se encoge ante una puñalada o un disparo. Luego la vi hacer otro movimiento. No era más que azar producido por el aire, pero entonces pareció una persona que se inclina en señal de respeto. Las madres doblaron hacia la UCA.

Entonces, recuerdo que sentí algo. No era una premonición sino todas esas corrientes que se cruzan cuando un gesto se convierte en símbolo de algo, aún sin concreción. Al ratito, empezó la balacera, los disparos de los que custodiaban, desde lo alto, el estadio.

Desde entonces, las banderas azules y blancas se han tenido que replegar. Y quién iba a decir que el delirio de matar los símbolos iba a llegar hasta los sagrarios y los mástiles de la Bandera Nacional.

Muchos de los que levantaron barricadas, sin cometer los crímenes de los que el régimen les acusa en general, se replegaron tras ellas. Yo vi a muchos niños detrás de las barricadas, sin comprender que el odio de un hombre y una mujer se irradie hacia desalmados dispuestos a disparar contra las palabras o las miradas de un pueblo reclamando libertad. Yo vi niños doblados a balazos, mujeres llorando sobre féretros de hijos caídos. Y vi cómo los que disparaban cantaban victoria con una canción cuyo estribillo reza “aunque le duela”.

Desde entonces, se han replegado los jóvenes que se tomaron calles y universidades. Muchos han tenido que abandonar el país, dejando la mitad de sus vidas en suspenso, sus carreras, sus planes, sus familias.

Desde entonces, se han replegado los campesinos, algunos ocultos en otras comunidades, y muchos en países hermanos.

Se han replegado los jubilados que iniciaron valientemente el camino de la libertad, mostrándoselo a los jóvenes. Esos jubilados y jóvenes que, según el régimen, fueron manipulados y pagados por quién sabe qué conspiración para derrocar a un gobierno tan largamente enfermo.

El último símbolo que quisieron quitarse de en medio fue Ana Quirós, por el único delito de haberse tomado aquella foto ensangrentada que evidenciaba la barbarie con la que el régimen ha resuelto sus diferencias contra quienes se atreven a pensar y actuar.

Desde entonces, de la puerta de la cárcel del Chipote, también tuvieron que replegarse las madres que buscaban y esperaban cada día noticias de sus hijos e hijas.

Ahora pienso en aquella señal, que entonces miraba inconsciente: la bandera replegándose ante el pueblo, anunciando estos tiempos. La gente ha replegado hasta sus sentimientos, resguardándolos de quienes mataron y se cruzan por delante con la desvergüenza de llamar asesinos a sus víctimas y reírse en sus caras. Un repliegue del corazón para no dejar que entre el ánimo de revancha o el odio, para no permitir que se manche la pureza de lo que muchos salieron a reclamar con sus pies y las palabras, y con el último aliento envuelto en la bandera que volverá a ondear ante nosotros.

El autor es periodista.
@sancho_mas

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