El diecinueve de abril del dos mil dieciocho es una fecha que jamás olvidaremos, ese día inició nuestra primavera. El pueblo, de la mano de nuestra juventud, se volcó a las calles demandando el cese de la dictadura.
Primavera es el nombre con el que se identificó las manifestaciones de carácter popular en la región árabe a inicios del 2011 y que condujeron a la caída de las dictaduras de Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto, el reforzamiento de la violencia en Yemen y la guerra civil en Libia. En todas ellas el pueblo logró sacudirse sus respectivas dictaduras, siendo estas más férreas y mejor apertrechadas militarmente que la nuestra. Ese día (19 de abril) el arrojo de nuestros jóvenes obligó al régimen a despojarse de su disfraz de demócrata, quedando expuesto tal cual es: un gobierno totalitario, corrupto y violador de nuestros derechos humanos.
En menos de treinta días Nicaragua entera estaba insurreccionada y la única respuesta que pudieron articular, fue desatar una descomunal represión que comenzó a cobrar las vidas de lo más valioso de nuestra sociedad. A la fecha la cuota de sacrificio sobrepasa los quinientos muertos, trescientos desaparecidos, quinientos presos políticos, seis mil heridos en su mayoría de bala y vamos llegando a los sesenta mil exiliados.
¿Por qué semejante esfuerzo no ha tenido el resultado de las otras primaveras? Es la pregunta que todos los días me hago y la única respuesta que ha logrado consenso con quienes la he compartido, es que en los países árabes, sus respectivas primaveras no tuvieron liderazgos visibles y los gobiernos se vieron obligados a enfrentarse cara a cara al pueblo insurreccionado que les reclamaba libertad y democracia.
Para ser sincero, no sé a ciencia cierta quién fue el primero en hablar de diálogo y mucho menos qué dedo escogió a los dialogantes, pero el dieciséis de mayo, vimos instalarse un diálogo nacional que duró menos de cinco horas. Después de eso los líderes (léase representantes) de la insurrección comenzaron a contarse por docena. No pretendo inculpar a nadie, porque culpables somos todos, pero la verdad es que en algún momento y por alguna razón, en estos siete meses se nos esfumó nuestra primavera.
Hoy, anonadado todavía, no atino a expresar con franqueza qué nos sucedió realmente. Pero la triste realidad es que el régimen sigue allí, los partidos de “oposición” concurren a otra elección y cada día dependemos más de los buenos oficios de la comunidad internacional.
Pero no todo está perdido, sin importar cuantas vicisitudes tengamos que pasar, la democracia llegará y espero que esta vez hayamos aprendido la lección y no permitamos que nadie nos la vuelva a arrebatar.
El autor es analista político.