Las fotografías de Lesther Velásquez González, alias Memin, de 38 años, y su hijo de 14 años, alias El Flaco, originarios de Diriamba, se pueden ver en volantes pegadas en paredes y postes de luz ubicados en las vías públicas de su ciudad natal, como si se tratara de peligrosos delincuentes. En dicho papel, los orteguistas ofrecen recompensas a quienes los ubiquen para capturarlos o desaparecelos, denunciaron familiares.
El delito del padre fue cargar una bandera azul y blanco, evitar saqueos y participar en los tranques y barricadas levantadas en Diriamba en contra del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, entre mayo y julio de 2018. Mientras, El Flaco cargaba agua en una mochila para darle a su papá y a los otros autoconvocados. Él estudia cuarto año de secundaria y trabajaba de ayudante de panadería.
El 8 de julio pasado, día en que Diriamba y Jinotepe fueron atacados de forma sorpresiva por paramilitares coordinados con la policía nacional, a las 5:30 de la mañana, Velásquez salió corriendo con su esposa hacia la barricada ubicada por el Instituto la Inmaculada. Ella cargaba los morteros en una mochila y él un tubo lanza mortero, según denuncia a un organismo de derechos humanos.
En el lugar ya estaban otros autoconvocados y empezó el enfrentamiento entre armas de guerra de los paramilitares y morteros de los pobladores. “No pudimos con ellos, nos iban replegando hacia la quebrada, vimos caer a nuestros compañeros, nueve de ellos, en las calles, en las trincheras. No tuvieron compasión de nadie”, relató muy conmovido al organismo, hace más de un mes. Ahora viven fuera del país.
Cuando Velásquez y los demás manifestantes están replegados por el reloj, apareció su hijo adolescente cargando una mochila con agua y quedó en medio del fuego cruzado. “Yo fui porque no soportaría que mataran a mis padres y que nadie estuviera ahí para recogerlos”, dijo el joven.
Agregó que ese día del ataque “Tres mujeres recias venían adelante disparando, servían de escudo para el resto de hombres que cargaban enormes armas de guerra. Le grité a mi mamá que se fuera, que yo moriría por mi patria como Álvaro Conrado, pero ella llegó a rescatarme”, contó el adolescente.
“Los paramilitares bailaban sobre los cadáveres de los autoncovocados y los culeteaban ya en el suelo muertos. El primero que cayó fue un señor que llevaba una carga de leña, no estaba en trincheras, pero ellos no perdonaban a nadie que anduviera en la calle”, denunció Velásquez.
Pocos lograron huir. “Subimos paredones tan altos que bajamos de rodadas porque no había otra forma. bebimos agua de lluvia, comimos guineos cocidos y picados por mosquitos por 11 días”, recordó Velásquez.
Extranjero se quería llevar a su hija
La esposa de Memín, tuvo que bajar ese mismo día 8 de julio por la tarde a la ciudad, porque sus dos hijas estaban solas en casa. Desde el 9 de julio al 19, soportó tres allanamientos de paramilitares en su humilde casita que alquilaba.
“Registraban todo, botaban las cosas, las destruían y hasta se comían mi gallopinto y me obligaban a hacerles café, preguntando por mi marido y mi hijo”, dijo la señora.
La última vez que llegaron los paramilitares, un extranjero se quería llevar a su hija de 17 años. “Decía: -oe chico, la chica está buena llevémosla, para que esta perra hable- y yo grité pidiendo ayuda que a mi hija no se la llevaran y fue entonces que salieron los vecinos con cazuelas a ayudar”, denunció la madre.
Asedio no termina en Carazo
La persecución de los orteguistas contra las personas que participaron en las protestas cívicas y sus parientes no termina. Además, de las volantes ofreciendo recompensas por los que andan huyendo de la represión gubernamental, también realizaron pintas en las casas de los parientes de estas personas.
También distribuyen en redes sociales información delos que ellos llaman “golpistas” y dan ubicación de familia para que las turbas sandinistas mantengan el asedio. “Se buscan asesinos. Plomo, Viva Daniel”, se puede leer en las paredes de las viviendas.
Las camionetas de paramilitares aún se pueden observar recorriendo las calles de la ciudad y los caminos rurales en busca de los autoconvocados que andan huyendo en las montañas, denunciaron pobladores.
Las protestas sociales iniciaron en Nicaragua el 18 de abril contra las reformas a la Ley del Instituto de Seguridad Social (INSS), mismas que fueron revocadas, después de cobrar varias vidas de jóvenes, producto de la represión gubernamental.
Con medidas cautelares
El 20 de julio, la esposa de Memín se fue de Diriamba y se reunió con su marido e hijo que bajaron de la montaña en otro departamento. Mientras en Managua, organismos de derechos humanos gestionaron medidas cautelares para esta familia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
“Si Diriamba hubiera tenido arma como ellos decían, allí estuviéramos todavía porque los diriambinos tenemos güevos y bien puestos, pero ellos atacaron a un pueblo desarmado. A mi no me importa morir con tal de ver a mis hijos en un país libre”, dijo Memín.