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Masaya se volvió un sitio que le plantó cara al régimen orteguista, pero perdió a muchos de sus hijos. LA PRENSA/M. ESQUIVEL

Diez asesinados en dos noches de terror policial en Masaya

Las calles de Masaya lucen vacías; llenas de vidrios, piedras, y grandes barricadas. Esos son los vestigios de la resistencia ciudadana ante la represión de la Policía y los paramilitares lanzados por Daniel Ortega para imponer el terror día y noche

Diez muertos, 62 heridos —algunos de gravedad— producto de impactos de bala, además de diez desaparecidos, es el resultado del fin de semana de terror que vivió Masaya, según el informe preliminar de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH). Solo la noche del domingo y madrugada del lunes hubo cinco muertos. Fue un baño sangre.

El profesor Carlos Erick López, de 23 años, y quien impartía clases en la escuela Rubén Darío en Nandasmo, se convirtió en la primera víctima originaria del municipio de Niquinohomo, en el contexto de las protestas contra el régimen de Daniel Ortega.

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Asimismo, fallecieron Jason Alexander Putoy, del barrio Óscar Pérez y el oficial José Abraham Martínez durante los ataques que impusieron el terror en la ciudad de Masaya entre la noche del domingo y la madrugada del lunes. La ANPDH documenta los otros dos casos.

Policía y paramilitares arreciaron represión

Después de la represión iniciada el sábado por la mañana y que finalizó con la entrega de más de diez personas liberadas por gestión de la ANPDH, junto con el padre Edwin Román, de la iglesia San Miguel, en Masaya, la opresión volvió a sentirse con más fuerza después de las 9:00 p.m. del domingo hasta casi las 2:00 de la madrugada de este lunes.

Masaya parece una ciudad en guerra día y noche. La población indignada contra el gobierno de Daniel Ortega se protege tras enormes barricadas en distintas calles. LA PRENSA/M. ESQUIVEL

Según relatan jóvenes que estaban en las barricadas construidas por los mismos masayas para defenderse de los constantes ataques de fuerzas regulares y paramilitares, los oficiales de la Policía Nacional salieron para reprimir a la población que estaba en las trincheras, “disparaban a matar”, cuentan. Una vez replegados a sus cuarteles, hicieron un segundo intento para salir y llevar a oficiales, al parecer heridos, hacia el Hospital Humberto Alvarado.

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La ciudad no durmió por los constantes ataques de la Policía hacia los jóvenes. Se escuchaban ráfagas de bala por todos lados, la sirena de la ambulancia con su luz roja ponía en alerta a la población, que se asomaba con el temor de convertirse en víctimas mortales de la represión. El ambiente era más tenso cuando las campanas de la iglesia repicaban.

“Madre, si yo muero, muero por una causa”

Al saber que los enfrentamientos eran más fuertes, el profesor López viajó junto con otros manifestantes desde Niquinohomo hacia Monimbó para hacerle frente a la Policía. Según su madre, Justina López Pavón, el profesor salió de su casa a las 8:00 p.m. del domingo y se integró con el grupo de jóvenes de la ciudad del General Augusto C. Sandino.

Él me decía: “Madre, si yo muero, muero por una causa”. También le pedía que le echara la bendición. “‘Madre, deme un beso; la quiero, la amo y se lo digo ahora que estoy en vida’, me decía mi hijo, pero no pensé que esto le pasara a mi muchachito”, relató la señora llorando.

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Masaya está de luto. Cada día de represión son más las familias que entierran a sus muertos, en su mayoría como en todo el país: son jóvenes. LA PRENSA/M. ESQUIVEL

Además de impartir clases, el profesor López estudiaba Ciencias Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) en Jinotepe. “No me lo creo que a mi hijo me lo hayan matado”, dice su madre mientras recibe abrazos de otras dos conocidas que no pueden contener las lágrimas al ver a doña Justina desconsolada. Su familia se enteró de la muerte del profesor a las 6:00 a.m., de este lunes. Él recibió un impacto de AK en el pecho, relataron sus conocidos.

Cementerio se llena de jóvenes

Encima del ataúd color café fue colocada una bandera azul y blanco. Dentro yacía el cuerpo de Jason Putoy, de 22 años. Detrás de su féretro, centenares de personas lo acompañaron hasta su última morada, bajo el estruendo de los morteros.

María Putoy, progenitora de Jason, contó que a su hijo se lo llevaron a su casa cerca de las 10:00 de noche del domingo y que presentaba un impacto de bala en el costado derecho sin orificio de salida, que al parecer le perforó el pulmón.

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“Tengo siete hijos, pero él era mi chiquito (el menor), los muchachos que lo vinieron a dejar dijeron que lo mataron cerca de la Cruz Roja (de Masaya), él se confió porque dicen que vio a un muchacho de civil y nunca pensó que le iban a disparar, pero cuando mi hijo dio la media vuelta, entonces le disparó por detrás. Es posible que haya sido un policía de civil. Yo estaba preocupada por él. Y el sábado a mi sobrino lo balearon y está en el hospital. Yo le dije (a Jason) que no se metiera mucho, porque solo tienen morteros”, comentó la adolorida madre.

Relató que una vez muerto, los antimotines lo arrastraron para llevárselo, pero los jóvenes que andaban con él lo impidieron a punto de morterazos, quienes luego lo llevaron hasta su casa de habitación ya fallecido.

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“En Masaya estamos viviendo una situación muy dura, más que están terminando con los jóvenes. Yo sufro la pérdida de mi hijo, cómo me lo mataron, yo no esperaba esta noticia”, añadió.

La prepotencia de Avellán

Según Álvaro Leiva, de la ANPDH, ha mediado en la liberación de presos de Masaya y la entrega de oficiales de la Policía retenidos por manifestantes. El defensor de derechos humanos dice que esta gestión forma parte de una gestión humanitaria.

Aseguró que en Masaya hay dolor, luto y sangre derramada de muchos ciudadanos que fueron asesinados, ejecutados, simplemente por protestar cívica y pacíficamente, como un derecho humano y constitucional.

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En Masaya, así como en todo el país, “existe una profunda crisis de violación a los derechos humanos”, señaló Leiva. El padre Edwin Román, de la iglesia San Miguel, en Masaya, relató que la ciudad ha sido muy “golpeada”. Además de que se han ofrendado muchas vidas, también hubo muchos saqueos.

El representante de la ANPDH, Álvaro Leiva, y el sacerdote Edwin Román, de la iglesia San Miguel, en ardua labor por ayudar a la población, víctima de las balas del régimen orteguista. LA PRENSA/M. ESQUIVEL

El sacerdote, quien ha apoyado a la población, ha tenido la oportunidad de hablar con el comisionado general Ramón Avellán, a quien le cuestionó la posición que supuestamente los antimotines no salen de los cuarteles, pero se les ve atacando a la población, a lo que el oficial le respondió que “no se podía dialogar conmigo —el padre—, porque yo soy un político”, pero el sacerdote aclaró que él no pertenece a ningún partido político y que su “único líder es Jesucristo”.

Avellán dijo a otros medios de comunicación que los que están en las barricadas son vándalos; sin embargo, el padre Román explicó que Masaya se ha convertido en una ciudad en pie de lucha, y dejó claro: “Te hablo de familias enteras que están protestando, aquí no es un grupo vandálico, sino es toda la ciudadanía que está protestando y pidiendo justicia ante este Gobierno y su retiro”, dijo.

Murallas de adoquines

Las calles de Masaya lucen vacías; llenas de papeles, vidrios, piedras, y grandes barricadas. Esos son los vestigios de la resistencia ciudadana ante la represión de la Policía Nacional y los grupos paramilitares lanzados por el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo para imponer el terror día y noche.

La población condena esta barbarie y ha perdido la total confianza en la institución policial. Los masayas advierten que no bajarán sus trincheras, hasta que el régimen dictatorial se vaya del poder.

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