Laszlo Pataky era un hombre rechoncho, alto y con barba, que disfrutaba mucho de su radioperiódico El Clarín, al aire todos los mediodías. Junto con su esposa y su hija, el húngaro, radicado en Nicaragua y exmiembro de la Legión Extranjera de Francia, solía leer gustoso las invitaciones que le llegaban de la alta sociedad. Ese día, el viernes 27 de diciembre de 1974, Pataky pronunció con su acento del este europeo:
“Hemos recibido la cordial invitación de nuestro querido amigo, el ministro José María Castillo Quant, para que participemos como sus invitados en la recepción que hoy ofrecerá al embajador de los Estados Unidos, Turner B. Shelton. Por supuesto que ahí estaremos”.
A unos kilómetros de distancia, en una casa en Las Nubes, cerca de El Crucero, el guerrillero Germán Pomares, que escuchaba la radio con cuidado, dejó sus labores en el jardín y salió corriendo a decirle a sus compañeros sandinistas: “¡Es hoy!” Sin saberlo, Pataky acababa de abrir la puerta a la primera gran gesta del Frente Sandinista contra la dictadura de los Somoza: la toma de la casa de Chema Castillo. Y, por cómo se dieron los hechos, quizás venía también de esbozar en el destino de la nación la toma del Palacio Nacional, cuatro años más tarde.
El primer asalto con rehenes fue conducido por 13 guerrilleros y el segundo por 25. Y solo un hombre tomó las armas en las dos acciones: el comandante guerrillero y general del Ejército en retiro, Hugo Torres Jiménez. Cuatro décadas después de aquellos eventos, Torres nos acompaña a la fachada casi intacta de la vieja casa del ministro de Somoza, Chema Castillo, y también al retocado Palacio Nacional, que funge hoy como un edificio de cultura y no como la antigua sede del Senado y el Congreso que era en los setenta.
“Siempre, siempre me acuerdo”, dice el general Torres, hoy opositor al gobierno de su antiguo “compa” Daniel Ortega, mientras busca un parqueo a la orilla del Palacio Nacional. “Sí hombré, es imposible no acordarme. Es enorme, ¿no? Una manzana”, añade, señalando el edificio que se tomó en 1978. En ambos golpes al poder, rememora, los sandinistas pusieron “de rodillas a Somoza”, obligándolo a darles lo que pedían a cambio de no liquidar a los rehenes.
Control total en tres minutos
La casa del ministro de Agricultura José María Castillo Quant, llamado Chema por sus amistades, no era muy grande, pero estaba en uno de los repartos más importantes de Managua: Los Robles. Hoy es parte de las oficinas administrativas de un restaurante, pero aquella noche era el espacio para la recepción del embajador norteamericano Turner B. Shelton, que acababa de irse cuando los sandinistas se hicieron presentes en dos taxis que habían secuestrado, la noche del 27 de diciembre de 1974.
“Eso fue mejor para nosotros. Hubiera complicado más las cosas. Estados Unidos se hubiera involucrado de manera directa con su política de no negociar, hubiera prestado toda la asistencia a Somoza para eliminar al comando, aunque hubieran muerto todos los rehenes, incluyendo al embajador. Fue mejor que no haya estado, pero nosotros pensábamos que lo íbamos a encontrar en la fiesta”.
A los taxistas los dejaron en un predio en Las Colinas, no sin antes poner un dinero en el bolsillo de sus camisas, cuenta Hugo Torres. Parquearon los taxis al frente de la casa de Chema en forma de cuña invertida (forma de V) y aprovechando el efecto sorpresa salieron inmediatamente a matar a los guardias nacionales somocistas que resguardaban la fiesta vestidos de civil. Torres no puede precisar con exactitud el número de guardias que murieron. Dice que había poco más de una decena y que vio cómo Germán Pomares mató a uno, pero no puede dar una cifra exacta.
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Los sandinistas eran jóvenes. Hacía escasos meses unos estaban en aulas de clase y otros en sus labores, pero esa noche tenían su propósito fijo en la misión. “Era la primera acción de muchos. Solo Germán Pomares se había enfrentado en acciones militares, y de los que eran ya guerrilleros viejos estaba Róger Deshon y Olga López Avilés”, cuenta el general Torres.
Luego del intercambio de balas en el que mataron a guardias y no sufrieron pérdidas (Deshon fue herido en el hombro solamente), los jóvenes irrumpieron en el salón de la casa y se toparon con los rostros estupefactos de los invitados.
“Esta es una operación política, ¡manos a la cabeza y contra la pared! Somos del Frente Sandinista de Liberación Nacional ¡Viva Sandino!”
La puerta de madera maciza oscura de la casa es la misma que se aprecia hoy. A estas alturas el general Torres no puede precisar si la puerta se abrió por las embestidas de su corpulento compañero Hilario Sánchez o si alguien la abrió desde adentro pensando que venía ayuda tras los disparos.
Chema Castillo, el anfitrión, corrió a buscar armas a su despacho, pues ahí guardaba rifles de caza, pero cuando quiso salir armado uno de los compañeros sandinistas (el general Torres dice que no sabe ni quiere saber cuál, porque “se actuaba en comando y no individualmente”) disparó primero y lo abatió. Fue la única baja en la casa, pero fue también una muestra de la seriedad que traían los guerrilleros.
“En tres minutos tomamos control de la casa. Mi escuadra tomó la cocina y parte de la sala”, recuerda Hugo Torres.
Los invitados pasaron a ser rehenes y los atacantes pasaron a posición de defensa, pues la Guardia Nacional de Somoza rodeó la casa a los minutos. Un grupo de invitados, sin embargo, estaba escondido en el patio que colindaba con la casa vecina, tras unos arbustos. A ellos los vieron hasta la mañana siguiente.
El cuñado de Somoza
En 1974 se cumplían exactamente cuarenta años de somocismo mandando en Nicaragua. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) fue creado por jóvenes a comienzos de los años sesenta, pero era visto aún como una célula política pequeña, a pesar de que en las universidades —sobre todo en la UNAN— bullía un ferviente odio contra la dictadura y la sed de cambio enlistaba cada vez a más gente en organismos como el Frente. Ese fue el caso de Hugo Torres, apasionado por el periodismo pero estudiante de Derecho a falta de poder estudiar lo que más deseaba.
“Los universitarios eran una fuerza beligerante contra la dictadura de Somoza”, cuenta Torres, quien cree que hoy Daniel Ortega “acabó con la autonomía universitaria y con la libertad de cátedra”.
Así, el Frente Sandinista estaba compuesto en su mayoría por estudiantes que habían cambiado los pasillos de estudio por la clandestinidad de la revolución.
De vuelta a la casa, de Chema, en la madrugada del 28 de diciembre, la Guardia Nacional trató de colarse por una puertecilla trasera que había en el patio, y que daba con el patio vecino. Hubo un tiroteo que logró repeler las pretensiones de las autoridades, pero la puerta quedó abierta. En la mañana, uno de los compas envió a una empleada a que fuera a cerrarla, y se sorprendió cuando notó que ella, tanto cuando fue a empujar la puertita como cuando regresó a la casa, miró fijamente un punto en dirección a los arbustos. Fue así que descubrieron a los rehenes faltantes.
“Joaquín Cuadra vio la cabeza pelona del doctor Montiel Argüello, embajador ante la OEA, y dijo: ‘¡Yo esa calva la conozco, salgan!’, y fue cuando vimos al pez más gordo: Guillermo Sevilla Sacasa, decano de embajadores en Washington y cuñado de Anastasio Somoza Debayle (casado con Lillian Somoza Debayle, hermana del dictador). Ahora sí teníamos rehenes de calidad con los que Somoza estaba atrapado. No tenía salida”, explica el general Torres.
Y no la tuvo. Eduardo Contreras, quien lideraba la Operación Diciembre Victorioso (nombre oficial que le dieron los sandinistas), estableció un plazo de 36 horas a Somoza para cumplir con las exigencias de los guerrilleros, y si no cumplía comenzarían a eliminar a rehenes, entre los que también destacaban, según recuerda la guerrillera parte del operativo Leticia Herrera en Memorias de la Lucha Sandinista, de Mónica Baltodano: el representante de la Standard Fruit Company y el embajador de Chile en Nicaragua.
Lo que exigían los sandinistas, recuerda Torres, era:
—La liberación de presos políticos del Frente Sandinista de la cárcel La Modelo de Tipitapa, entre los que estaban Daniel Ortega, Carlos José Guadamuz y Lenín Cerna.
—La entrega de cinco millones de dólares necesarios para costear la lucha “y lo que se nos venía encima”.
—La difusión de mensajes del Frente por radio, televisión y en periódico denunciando “la naturaleza criminal, tiránica de la dictadura de los Somoza”.
—Escape por avión a Cuba de los presos liberados y de los guerrilleros del Comando Juan José Quezada, a cargo del asalto de la casa de Chema Castillo.
“Dicen que Lillian amenazó a Somoza por su marido. Que cuidado le pasaba algo. El dinero Somoza lo regateó. Lo regateó las dos veces, en la casa de Chema y en el Palacio, entonces nos terminó dando un millón. Para cuando llegáramos al aeropuerto, en buses y con algunos rehenes, el avión tenía que estar listo con los presos liberados y con el dinero. Era un Convair 880 de 4 turbinas de la línea aérea Lanica, de Somoza”, cuenta el general.
El intermediario de las negaciones entre el grupo armado y Somoza fue monseñor Miguel Obando y Bravo, entonces arzobispo de Managua. En el viaje hacia el aeropuerto, el día 30 de diciembre, los buses de guerrilleros iban acompañados por civiles que los vitoreaban desde la calle, cuenta Torres, pero ellos iban con miedo a una posible traición, pese a que llevaban rehenes. Incluso cuando estuvieron sentados en la aeronave y todas las puertas estuvieron cerradas, pensaron en la posibilidad de que les metieran gas para dormir por los ductos de ventilación desde la cabina y los trajeran de regreso a Managua para procesarlos, así que Contreras envió a Javier Carrión a la cabina, donde uno de los pilotos, que era griego, le dijo:
“Nooo, no tenemos ningún interés en esto. Más bien nuestra vida aquí está en peligro también”.
Según narra Torres, en Cuba el griego les pidió una pistola de recuerdo.
Hugo Torres Jiménez
Hugo Torres nació en Somoto, Madriz, cerca de Honduras, en 1948.
Sus padres fueron Cipriano Torres, telegrafista, e Isabel Jiménez de Torres.
Cuando tenía 5 años lo llevaron a vivir a León, así que él se dice “leonés pero reivindico mis dos orígenes”.
En León vivió a cinco casas de Rigoberto López Pérez, el hombre que mató a Anastasio Somoza García en 1956. Torres tiene recuerdos de esas fechas porque tenía 8 años y sabía bien quién era su vecino.
Después del triunfo de la revolución sandinista fue comandante de brigada en el Ejército Popular Sandinista y posteriormente general de brigada en el Ejército Nacional, del cual se retiró en 1998. Ahora es un general en retiro y es opositor férreo a Daniel Ortega, su antiguo compañero de armas que está a punto de superar a Somoza García en años en el poder de Nicaragua.
También fue diputado opositor y cuando habla del Frente Sandinista al que él perteneció, tiene cuidado en decir: “Aquel Frente, porque no es el mismo”.
La toma del Congreso de la República
La toma del Palacio Nacional, un edificio muy concurrido en 1978, sede del Congreso o Asamblea de diputados y del extinto Senado, fue similar a la toma de la casa de Chema, pues se controló rápidamente, se contó con rehenes “de lujo”, se negoció con Somoza y se lograron los cometidos. Pero aquí todo fue en macro. Y el único con la experiencia del primer asalto fue Hugo Torres.
“Son cuestiones un tanto circunstanciales que me tocara a mí ser el único que participara en ambas acciones. Antes del Palacio yo venía de más de dos años en la guerrilla, en las condiciones más difíciles de la guerrilla. Tal vez por eso me escogieron. Y por la experiencia de la primera toma”, dice.
El Palacio Nacional lo tomaron el martes 22 de agosto de 1978, a mediodía. A diferencia de la casa de Chema Castillo, donde el comando tenía dos meses de estar entrenando en Las Nubes y esperando cualquier noticia de evento diplomático para ejecutar el operativo —supieron que asaltarían esa casa el mismo día—, la toma del Palacio fue más planeada.
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Dos comandos, uno liderado por Hugo Torres y Walter Ferreti, y otro por Edén Pastora y Dora María Téllez, llegarían en camionetas pintadas de verde olivo (según Hugo Torres quedaron más bien “verde chocoyo”) con 12 y 13 guerrilleros disfrazados con uniformes verdes, boina negra y rifles Garand, al estilo de la Escuela Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), la élite de la Guardia Nacional de Somoza; aparcarían en las entradas este y oeste, y entrarían actuando como si estuviesen preparando la venida del “jefe” (Anastasio Somoza Debayle) al congreso. El plan salió a la perfección.
“Yo entré marchando al Palacio, con mi grupo. Como la expresión decente de la Guardia Nacional. Los del otro lado entraron pegando gritos y patadas, lo típico de Edén Pastora. Entraron como la expresión real de la Guardia”, menciona el general con una sonrisa, y describe lo que sucedió segundos después:
“Una vez que entramos cerramos las puertas. Llevábamos cadenas gruesas con candados grandes. Controlamos el segundo piso, que es donde está la cámara de diputados. Había otras instituciones. Se movían más de dos mil personas en el Palacio. El día de la toma había unas 2,500 personas. Controlar a esa cantidad de gente era difícil. Si se desataba el pánico, era muy difícil controlarlos. El plan de EEBI funcionó muy bien. Muchos rehenes creyeron que era un autogolpe de Somoza contra el Congreso o un golpe de la Guardia contra Somoza. Como a mí me llamaban teniente, algunos rehenes le decían: “Teniente, nosotros somos de los mismos”.
Pero supieron la verdad pronto. Cuando la situación estuvo controlada, los guerrilleros sacaron pañuelos rojinegros y se cubrieron los rostros, Y Hugo Torres gritó: “¡Viva Monimbó!” Afuera, la Guardia rodeaba el edificio e incluso un helicóptero rafagueó de balas el techo.
Sin perder mucho tiempo, dijeron a un rehén diputado que se comunicara con el arzobispo de Managua Obando y Bravo, el mismo intermediario de la toma de la casa de Chema. A las 3:00 de la tarde de ese día llegó Obando y Bravo con el obispo de León Manuel Salazar Espinoza y el de Granada, Leovigildo López Fitoria. El comando Rigoberto López Pérez retuvo como rehenes a más de dos mil personas que fueron liberando poco a poco en el transcurso de las negociaciones. La crisis le duró 45 horas a Somoza, antes de ver partir nuevamente a los guerrilleros en dos aviones.
Al cabo de la “Operación Chanchera”, como se llama popularmente este asalto, se liberaron a casi sesenta prisioneros sandinistas, el Frente “recuperó” (así lo llaman ellos) medio millón de dólares, difundió
mensajes de denuncia al pueblo en contra de Somoza y garantizaron su salida por la vía aérea. Un año más tarde, se consumaría el triunfo de la Revolución Sandinista. Hugo Torres, por su amplia experiencia, integraría el Ejército Popular Sandinista y llegaría a ser general de brigada en el Ejército Nacional.
Mirando el Palacio, en 2017, el general dice, tras rememorar los asaltos:
“Luchar contra una dictadura es un gran mérito para un ciudadano. Pero ahora seguimos luchando por lo mismo”.
Curiosidades de los asaltos
Durante la toma de la casa de Chema Castillo, miembros de la Guardia Nacional subieron al techo de la vivienda, y en las noches se oían crujidos por donde pasaban. Dentro, un guerrillero lo seguía con una ametralladora apuntando hacia arriba.
En esta operación no se incluyó en la lista para ser liberados a Leopoldo Rivas Alfaro, aplicándole una sanción porque se tenía sospechas que colaboraba con la Guardia Nacional, y prolongando su ya largo cautiverio. En 1978, sin embargo, el comando que asaltó el Palacio Nacional lo incluyó en sus listas. Hugo Torres, al respecto, dice: “Sabés vos qué es que tus compañeros te dejen solo en manos de tus captores y lo primero que comenzaron a hacer fue burlarse. ‘Ni tus compañeros te quieren’, le dijeron”.
Da la casualidad que en la toma de la casa de Chema Castillo estuvo de rehén Filadelfo Chamorro Coronel (embajador de Nicaragua en España en los 90), y en la toma del Palacio, estuvo de rehén su hermano, Eduardo Chamorro Coronel (era diputado conservador).
Asimismo, estuvieron de rehenes los dos primos de Somoza, Noel Pallais y Luis Pallais, el primero en la casa de Chema Castillo y el segundo en el Palacio.
Cuando contaron los billetes del millón de dólares que Somoza les dio tras la toma de la casa de Chema Castillo, los sandinistas contaron que faltaban cinco mil dólares. Hugo Torres cree que un guardia nacional metió la mano en el saco y extrajo un fajo pensando que nadie lo notaría.