Dice el diccionario de la Real Academia Española que la palabra ateo o atea viene del latín, pero su origen es griego y se aplica actualmente a la persona “que niega la existencia de Dios”.
Sin embargo, en el idioma griego antiguo ateo, o atea, tenía el significado de ruina, insensatez o engaño. Y como solían hacer los antiguos griegos en relación con todos los fenómenos de la naturaleza y de la conducta humana, crearon al respecto un mito y una divinidad.
El concepto o calificativo de ateo o atea se le dio originalmente a la persona que por alguna razón había sido abandonada o despreciada por los dioses, particularmente por Zeus. Y la divinidad que representaba esa condición era Ate, o Atea, quien era hija de Zeus y que vivía entre los dioses olímpicos, pero por una falta grave que cometió fue repudiada por su propio padre, arrojada del Olimpo de manera ignominiosa y convertida en una deidad malvada.
En el Canto XIX de La Ilíada, Homero cuenta por boca de Agamenón, el poderoso rey de Argos y Micenas que comandó los ejércitos griegos que fueron a hacer la guerra contra Troya y la destruyeron, que “hija veneranda de Zeus es la perniciosa Ate, a todos tan funesta: sus pies son delicados y no los acerca al suelo, sino que anda sobre las cabezas de los hombres, a quienes causa daño, y se apodera de uno, por lo menos, de los que contienden. En otro tiempo fue aciaga para el mismo Zeus, que es tenido por el más poderoso de los hombres y los dioses”.
Pero, ¿por qué Zeus repudió a su hija y la convirtió en una diosa de la maldad? Cuenta la leyenda que en una ocasión Zeus decidió que uno de sus hijos, que no había nacido pero ya estaba en camino y se llamaría Herakles o Hércules, además de ser un héroe también debía reinar en Micenas y Tirinto. Pero Zeus no lo dijo directamente, para no molestar a su esposa, Hera, que odiaba a Alcmena, la madre de Hércules. De manera que para disimular su decisión lo que declaró Zeus fue que el primero de sus descendientes que naciera a partir de ese momento, reinaría en las ciudades antes mencionadas y que el siguiente en nacer sería su servidor.
Según el proceso de gestación quien debía nacer primero era Hércules. Pero Hera, aconsejada por Atea, retrasó el nacimiento de Hércules y adelantó el de Euristeo —quien no era hijo de Zeus pero sí su descendiente— y de esta manera Hércules perdió la oportunidad de ser rey y quedó obligado a hacer lo que el otro le mandara. Según cuenta Homero en el texto antes citado, cuando Zeus se dio cuenta de aquel engaño, “irritado en su corazón, cogió a Atea por los nítidos cabellos y prestó solemne juramento de que Atea, tan funesta para todos, jamás volvería al Olimpo y al cielo estrellado. Y volteándola con la mano, la arrojó del cielo”. Desde entonces, dice el mitólogo francés Jean Francois Michel Noel, Atea fue una “diosa maligna y odiada no menos de los mortales que de los dioses, cuya única ocupación consistía en turbar el entendimiento de los mortales y hacerlos desgraciados… complaciéndose con las injusticias y calamidades de los mortales”.
Pero como todo en la vida tiene o debe tener un equilibrio, los dioses dispusieron sabiamente que detrás de la malvada Atea fueran siempre sus hermanas, las Lites, como se llamaban las oraciones o plegarias que los mortales elevaban al cielo para que las divinidades mitigaran los daños causados por la diosa malvada que fue repudiada por Zeus.