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Los “hijos de Goebbels”

En el discurso que pronunció el sábado pasado con motivo de la celebración del 28 aniversario del Ejército de Nicaragua, el presidente Daniel Ortega calificó como “hijos de Goebbels” a los periodistas democráticos e independientes que denuncian las arbitrariedades y los abusos del Gobierno.

Paul Joseph Goebbels fue el jefe de propaganda del Partido Nacional Socialista (Nazi) de Alemania y ministro de Propaganda del criminal régimen nazifascista de Adolfo Hitler. Y se hizo célebre, Goebbels, por los “principios” propagandísticos amorales que elaboró y aplicó en el ejercicio de los cargos políticos antes mencionados. El más conocido de esos “principios” es el de que “si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.

En realidad, fueron diez, por lo menos, los “principios” fundamentales de la propaganda política, revolucionaria, socialista y nacionalista que definió y aplicó Goebbels desde la jefatura del aparato propagandístico del partido y el Estado nazi:

1. El principio de simplificación y de la proclamación del enemigo único, que significa adoptar una sola idea y un único símbolo político —para machacar sobre ellos— e individualizar a todos los adversarios en un solo enemigo.

2. El principio de la transposición, o sea achacar a los adversarios los defectos y errores propios, y practicar la estrategia de que el ataque es la mejor defensa. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”, proclamó Goebbels.

3. El principio de la exageración y la desfiguración, o sea convertir cualquier hecho, noticia o anécdota, hasta los más insignificantes, en “conspiraciones” y amenazas contra el Estado.

4. El principio de la vulgarización, que significa adaptar la propaganda al nivel menos inteligente de las personas a las que va dirigida. La idea es que cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño debe ser el esfuerzo mental a realizar.

5. El principio de la orquestación, en el sentido de que “la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisura ni dudas”.

6. El principio de renovación, o sea difundir constantemente informaciones y argumentos nuevos, a un ritmo tal que cuando el adversario pueda responder ya el público esté interesado en otra cosa. De esa manera el adversario nunca puede contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

7. El principio de la verosimilitud, lo cual significa elaborar argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos o sondas de informaciones fragmentarias.

8. El principio de silenciar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las informaciones que pueden favorecer al adversario, aprovechando los medios propios o afines.

9. El principio de la transfusión, según el cual la propaganda siempre opera a partir de algo preexistente, ya sea un mito nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. El propósito es difundir argumentos que puedan arraigar en una cultura y actitudes primitivas.

Y 10, el principio de la unanimidad, que es el de convencer a cada persona de que ella piensa igual que todos los demás, para crear una falsa impresión de unanimidad alrededor de la doctrina del Estado, el planteamiento del partido y el discurso del líder.

Cabe señalar que Goebbels se asoció con Hitler y con el partido y el Estado nazi, no porque fuese antisemita —que no lo era, por lo menos en el comienzo de su carrera política—, sino porque era socialista, nacionalista y anticapitalista; y porque odiaba a la democracia liberal a la que consideraba algo así como enemiga de la humanidad.

La verdad es que no hace falta realizar un gran esfuerzo para advertir que los “principios” de Goebbels eran y son absolutamente ajenos y opuestos a los valores que sustentamos los periodistas libres, democráticos e independientes; ni es difícil advertir que los verdaderos hijos espirituales de Goebbels son en realidad personas como las que gobiernan ahora en Nicaragua, así como también son “hijos” de Stalin y de Hitler, de Musolini y de Fidel Castro.

Editorial
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