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En esta Navidad abramos la puerta a Jesús

Myrna Dávila Castellón

Hay personas que acostumbran dejar para mañana lo que pueden hacer hoy; si tienen un negocio que emprender, jamás ponen manos a la obra; no piensan que lo elemental de cualquier asunto es “comenzarlo”; otros necesitan realizar un viaje, pero lo repiensan y tampoco lo llevan a cabo; muchos desean ardientemente visitar a un familiar enfermo y reconciliarse también con un viejo amigo o hermano, pero como dan prioridad a otros asuntos, cuando al fin deciden visitarlos, se encuentran con la sorpresa de que han fallecido. En fin, otros planean escribir a un amigo que está pasando por una gran pena, pero el consuelo no llegó nunca porque jamás escribieron ni una letra.

Como vemos, nos pasamos la vida postergando nuestros buenos deseos, porque carecemos del valor para sacudir nuestra negligencia y poner manos a la obra en el momento preciso.

Y si de esta forma procedemos en cosas materiales y sencillas de la vida, no es de extrañar que también actuemos de la misma manera cuando los asuntos a resolver son de más envergadura, como son los relacionados con nuestra superación personal y espiritual y, más aún, cuando está en juego nuestra eterna salvación. Trozos del siguiente verso -como veremos- hablan claramente de nuestro letargo y poco interés que mostramos cuando sentimos la moción del mismo Dios en nosotros.

“¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierta de rocío pasas las noches de invierno a oscuras?

“¡Ah! cuán duras fueron mis entrañas, pues no te abrí.

“Alma, asómate a la ventana, Verás con cuanto amor llamar porfía. Mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana”.

¡Cuán plasmada ha dejado el autor la actitud nuestra ante la llamada del Señor brindándonos su amistad y gracia! ¡Cuán evidente se muestra nuestra despreocupada frialdad!

En ocasión de esta Navidad, abramos cuanto antes la puerta de nuestra alma a Jesús porque -al retrasarnos- ponemos en riesgo nuestra eterna felicidad, si no tomamos -como bien dice Santa Teresa- una “determinada determinación”.

Abrir la puerta del corazón a Dios significa sencillamente dejar nuestras malas costumbres y pecados que nos separan de El y de nuestros semejantes. Cuántas veces un hombre “de buena voluntad” jura y rejura a su esposa que dejará a su amante, pero ese día no llega jamás; y qué diremos de las promesas del ebrio que dice: “hoy es la última copa”, pero vendrán más; y de los jóvenes de ambos sexos que mantienen relaciones ilícitas y aseguran que mañana terminarán, y finalmente de las pequeñas y grandes injusticias que cometemos a diario en nuestro hogar y fuera de él, ejemplos todos de nuestra rotunda negativa ante la llamada de Dios.

Qué triste sería si después de esta invitación en estos días navideños, dejáramos pasar a Jesús otra fría noche mendigando nuestro amor detrás de la puerta cerrada de nuestro corazón. Para un cristiano no existe el mañana, sino el hoy, puesto que como dice Jesús “cada día trae su propio afán”; y aplicándolo al orden espiritual, el hoy es el tiempo que se nos da para aprovechar la oportunidad de cada momento, en el presente mismo.

Salgamos del letargo y vida muelle que arrastramos; abrámosle hoy mismo la puerta de nuestro amor con valentía, que Cristo hará el resto; El sabrá limpiar nuestra morada y llenarla de gracia, fortaleza y bendición.

La autora es Secretaria Comercial.  

Editorial
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