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Computadoras tontas

Jorge Ramos Avalos

Miami, Florida. Lo veo y no lo creo. casi un mes después de las elecciones presidenciales del martes siete de noviembre, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos aún tiene que decidir cómo contar los votos en el Estado de la Florida. Increíble. Eso es algo que se debió haber discutido hace dos años o, incluso, hace dos décadas cuando las computadoras modificaron el panorama electoral de los Estados Unidos. Pero discutir cómo y qué votos contar casi un mes después de una elección es algo absurdo.

Esto es algo que uno esperaría en América Latina, no en Estados Unidos, la democracia más antigua y el país tecnológicamente más avanzado del mundo. Sin embargo, pasó aquí. ¿Por qué?

Bueno, para ponerlo en palabras muy sencillas, porque los norteamericanos se equivocaron en basar su sistema electoral en unas computadoras tontas. Así es. Las computadoras que se usan en la mayor parte de Estados Unidos para contar los votos son tontas, viejas e imprecisas. No saben medir la intención de los votantes. Sólo saben contar hoyitos, bien perforados en una boleta electoral, donde pueda pasar la luz. Si el voto no está perfectamente perforado por el punzón y no pasa la luz, las computadoras no lo leen. Son tontas. Muy tontas.

Y ésta es precisamente la razón por la que hubo tanta confusión en los conteos de votos en la Florida. Hubo miles de votos que las computadoras no pudieron leer. Por eso se solicitaron los recuentos manuales en los condados de Palm Beach, Broward, Miami-Dade y Volusia. Porque las computadoras decían que muchas personas no habían votado por ningún candidato a la Presidencia y luego, cuando se revisaban manualmente esos votos durante el recuento, resultaba que el votante sí había escogido a uno de los dos principales candidatos a la Presidencia: Al Gore o George W. Bush. El problema era que estos votantes no habían perforado perfectamente sus boletas electorales.

Esto generó todo un nuevo lenguaje: votos preñados, votos semiembarazados, votos con papelitos colgantes, votos abultados, votos con un hoyito, votos con dos hoyitos… La tragedia, entonces, es que el cuadragésimo tercer presidente de los Estados Unidos será escogido, no por ganar los cruciales 25 votos electorales de la Florida, sino por haber logrado a convencer a todo un batallón de jueces, abogados y asesores políticos sobre cuáles votos contar y cuáles rechazar.

Durante estos días la sospecha generalizada es que en la Florida nadie sabe contar. Irónicamente, los norteamericanos hubieran aprendido mucho del sistema electoral que permitió al opositor Vicente Fox llegar a la Presidencia en México el dos de julio del 2000. Es un sistema que fiscalizaba y supervisaba cada paso de la elección. Los votos fueron contados, recontados y corroborados por los representantes de los partidos políticos en cada casilla electoral de México. Y todo fue organizado a nivel nacional por un instituto autónomo e independiente (el IFE). Así era muy difícil equivocarse. Nadie quería que el PRI fuera a realizar otro de sus acostumbrados fraudes en México. Los norteamericanos, en cambio, se saltaron todos esos tediosos pero necesarios pasos y echaron sus votos ciegamente en una máquina tonta. Error. Grave error.

Estados Unidos –y es importante decirlo– no está en un caos. Su sistema electoral se fracturó, es cierto, por depender demasiado en computadoras con márgenes de error inaceptables en unas elecciones tan cerradas. Pero la democracia norteamericana aguanta esto y mucho más.

La vida en Estados Unidos no se ha paralizado ni hay tanques en las calles: los bancos y las escuelas y las oficinas y los aeropuertos funcionan normalmente. El ejército, la marina y la fuerza aérea estadounidense no fueron puestos en estado de alerta roja. En otros países estas irregularidades electorales podrían haber provocado disturbios violentos y hasta una revolución. Aquí no.

Un periódico italiano comparó estúpidamente a los Estados Unidos con una “república bananera” y el dictador Fidel Castro aseguró que “la democracia de Cuba era 10 veces mejor que la de Estados Unidos”. Esas son bobadas. Lo que ha ocurrido en los Estados Unidos no es un fraude y Cuba, donde no ha habido elecciones multipartidistas en más de cuatro décadas, no tiene nada que enseñarle a los norteamericano ni a nadie sobre cuestiones electorales.

Pero si de algo podemos acusar a los Estados Unidos es de arrogancia democrática. Esta nación –con instituciones tan sólidas, un balance de poder envidiable y recursos suficientes para tener el sistema de votación más moderno del planeta–, se olvidó de asegurarse por todos los medios posibles de que cada voto contara. Le dejó la tarea de la democracia a unas computadoras que no saben contar bien. Esa fue la equivocación.

Brasil, por ejemplo, utilizó en sus pasadas elecciones unas máquinas parecidas a los cajeros automáticos (o ATM). Cien millones de brasileños marcaron digitalmente sus votos en 186 mil máquinas electorales y nadie se quejó. Esas computadoras inteligentes, al igual que los cajeros automáticos, le preguntaron a los votantes al final del proceso si estaban seguros de sus decisiones.

Con un sistema así, miles de residentes de Palm Beach en la Florida se hubieran enterado, antes de salir de la urnas, que estaban votando por el racista Pat Buchanan en lugar de hacerlo, como deseaban, por Al Gore. Nadie podría quejarse de boletas de votación confusas. Nadie podría quejarse, como lo hicieron los residentes de Palm Beach, de boletas de votación confusas.

¿Qué más se puede pedir? ¿Por qué Estados Unidos no ha invertido más dinero en un sistema a nivel nacional, independiente de todos los partidos políticos, encargado de realizar elecciones transparentes y libres de errores? Los estadounidenses se durmieron en sus laureles.

De esta bronca en Estados Unidos nadie va a salir bien parado. El próximo presidente de los Estados Unidos será acusado por sus opositores de haber llegado a la Casa Blanca con trampas y mañas. O, en el peor de los casos, de haberse robado la elección. Su legitimidad será cuestionada durante cuatro años. La duda marcó estas votaciones.

Y todo por no haberse puesto de acuerdo, antes de las elecciones, sobre cómo contar bien los votos.

* El autor es periodista de Univisión.  

Editorial
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