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¿Qué hacer con la corrupción?

José Rizo Castellón

La peste de nuestro tiempo es la corrupción; ataca en todos los países y ceba como toda epidemia principalmente, en las naciones pobres.

En la sociedad nicaragüense existe la percepción de que la corrupción es grande y generalizada tanto en el sector público como en el privado. Sea cierta o no, tenemos que decir como Pirandello “así es, si así os parece”.

En tiempos de Somoza, en silencio, a media voz o a gritos, todos resentíamos la corrupción. Cuando subió el Frente algunos esperaban que la corrupción terminaría. Al final de cuentas, la mayoría de los comandantes se enriquecieron sospechosamente y muchos cuadros medios y bajos participaron en el ilícito negocio que permitió el racionamiento y la ventaja desleal que entonces propiciaba el poder sin prensa libre. Todo culminó con la odiosa piñata.

Pareciera que la leche que alimentó a algunos corruptos somocistas fue la misma que nutrió a algunos sandinistas. Desde esta perspectiva toma mucho sentido lo que le oí a mi buen amigo el ministro Norman Caldera: “es imposible un gobierno honesto en una sociedad corrupta o un gobierno corrupto en una sociedad honesta”.

¿Qué hacer pues frente al flagelo de la corrupción? Se deben tomar medidas lógicas, racionales y posibles, partiendo de nuestra realidad nacional.

En primer lugar, debemos hacer propio el rechazo a la deshonestidad y traducirla en una decisión política sincera y engranada con todos los estamentos de la sociedad. Tenemos que convencernos que combatir la corrupción en todos sus niveles, es una lucha de vida o muerte.

Las acciones deben iniciarse como en círculos concéntricos comenzando con los traductores o intérpretes de los intereses del pueblo o sea con nosotros, los políticos. Toda persona que tenga vocación política deberá, por principio o por mandato legal, tener sus cuentas claras y transparentes, hacer pública la cuantía de sus bienes o negocios y como requisito imprescindible para acceder a un cargo de responsabilidad, congelar sus actividades económicas personales bajo el control de la institución pertinente.

El siguiente círculo de acciones debe enfilarse hacia donde el medio es también propicio para la corrupción y se nutre, según parece, con mayor facilidad: el Estado y el Gobierno.

Para ello es urgente la creación de una Ley de Servicio Civil que permita acceder a los puestos gubernamentales a ciudadanos capaces, por medio de concursos de mérito u oposiciones. La seguridad laboral en el Gobierno propicia las conductas rectilíneas y honestas del funcionario público, pues su sobrevivencia económica no está a merced de los vaivenes o intereses políticos coyunturales de sus jefes.

Para el Estado debe confeccionarse una plantilla laboral diferenciando los puestos de confianza con los puestos eminentemente técnicos, permitiendo a los últimos acceder a los primeros, sin perder al cesar sus funciones, la calidad de técnicos.

Deben reforzarse las leyes existentes que impiden la corrupción, pero además hay que avanzar con nuevas normas y modernos sistemas de control que hagan muy difícil realizar acciones deshonestas. Hay que prevenir la delincuencia pero también debemos ser implacables con las personas que hayan delinquido, amparados en las ventajas que da un puesto público o con aquellos que hagan mal uso de los bienes del Estado.

Mediante un último y no por ello menos importante círculo, debemos de emprender una verdadera campaña dirigida a toda nuestra sociedad exaltando los valores de honestidad, veracidad y cumplimiento del deber. Enfatizar como lo pedía Kennedy, qué es lo que podemos hacer por nuestra sociedad y no lo que el gobierno puede hacer por nosotros. Basta de pedir respuestas positivas y comencemos a proponer soluciones definitivas. Que provoque mayores elogios la honestidad y la probidad, que la misma prosperidad.

Se gasta mucho dinero para inducir a nuestros jóvenes a tener sexo seguro pero, ¿cuánto invertimos en promover una paternidad responsable?

Invertimos dinero para publicitar las muchas obras que hace el gobierno, pero ¿cuánto para que la sociedad civil cuide y controle esas inversiones?

Gastamos para que haya rentabilidad en nuestros negocios pero ¿cuánto invertimos para multiplicar nuestras ganancias convenciendo a inversionistas, que la honestidad es rentable y potencializa nuestras utilidades?

¿Cuánto invertimos en tiempo y dinero para exaltar al honesto y execrar al deshonesto? ¿Cuánto dedicamos a enseñar a nuestros niños y jóvenes que las conductas irresponsables son el primer paso a la deshonestidad de los adultos?

¿Cuánto invertimos en promover la autoestima de nuestros ciudadanos para que se sientan orgullosos de ser honestos?

¿Qué tanto y cómo exaltamos la tolerancia y confiabilidad como valores humanos deseables y necesarios? Necesitamos un plan de comunicación social, vasto, sostenido y técnicamente dirigido que haga deseable la honestidad y que sea aceptada por todos, como un valor esencial de primera necesidad.

Lo expuesto es una visión somera de un problema muy profundo que necesitamos enfrentar. ¡Nuestro objetivo debe ser muy claro! Lograr una sociedad honesta con la participación de todos.

* El autor es ministro director de INIFOM.  

Editorial
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