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De la abstención a la unidad

Mario Alfaro A.

En estos días y en los sucesivos, preocupa y preocupará encontrar una respuesta convincente a esta pregunta: ¿Por qué los electores dividieron sus votos entre liberales y sandinistas?

Hitler afirmó en su libro “Mi Lucha”: “La inteligencia de las masas es pequeña y grande su capacidad de olvido”. Si este dogma psicológico fuera cierto, al aplicarlo al pueblo nicaragüense, reputado de inteligente, sería así: “a mayor inteligencia, menor capacidad de olvido”. Desde luego que este razonamiento no resuelve nada ni ofrece una respuesta aceptable a la pregunta formulada al principio; porque el fenómeno electoral del 5 de noviembre no está determinado por la inteligencia y el olvido.

Quizás haya alguna pista en la aplicación de la ley física que a una acción determinada se opone una reacción de la misma intensidad. Ley que por extensión o en sentido figurado se aplica a los fenómenos psíquicos, anímicos y somáticos de los seres humanos.

En 1979 el pueblo de Nicaragua apoyó a los sandinistas para deshacerse de la dictadura somocista. En 1990 el pueblo votó por doña Violeta para deshacerse de la dictadura sandinista. En 1996 el pueblo votó por los liberales arnoldistas para que los sandinistas no volvieran al poder. En el 2000 el poder votante se dividió en tres grandes secciones: una votó por los liberales; otra por los sandinistas y la tercera se abstuvo de votar.

Aparentemente hubo una reversión en el comportamiento electoral del 5 de noviembre, con respecto al comportamiento electoral de 1990 y 1996. Existe una notoria diferencia entre las dos elecciones anteriores y la recién pasada. El sector no votante, llamado “los indecisos”, que aseguró la derrota de los sandinistas en 90 y 96, en las elecciones del 2000 se abstuvo de votar. Las dos fuerzas mayoritarias, PLC y FSLN, se atrincheraron en sus posiciones y los resultados quedaron más o menos equilibrados; el PLC con más municipios y el FSLN con los municipios con más peso político, incluido el de Managua. En cuanto al sector no votante, se abstuvo para no votar en el vacío, intuyó que no había una tercera opción frente a dos males conocidos y se guardó el voto.

El voto castigo funcionó negativamente al no haber en el escenario político algo nuevo y diferente, ya que el escenario electoral no ha cambiado desde 1990 hasta hoy. Resultado: la abstención sustituyó al voto castigo.

De esto debe tomar debida nota el Partido Conservador emergente, para no quedarse políticamente congelado. Deben partir sus dirigentes de que existe un problema nacional que ningún partido solo puede siquiera enfrentar con alguna fortuna; y menos puede hacerlo un partido sacado de los archivos de la historia. El Partido Conservador, que ha tenido una larga depuración política fuera del poder, debe desarrollar capacidad convocatoria para llamar a formar una gran unidad nacional, con un programa nacional como bandera-compromiso, para formar un gobierno nacional pluralista que represente a todas las fuerzas políticas no contaminadas de rojo ni de rojinegro y proceder a estructurar el Estado de Derecho que nunca ha existido y desde él brindarles oportunidades iguales a todos los nicaragüenses para que ellos trabajen libremente para su pleno desarrollo.

* El autor es periodista.  

Editorial
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