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“Quiero ser como mi amiga católica”

J. Dávila y Castellón

“Padre, yo soy protestante, pero tengo una amiga católica y quiero ser como ella”. Con estas palabras, una joven universitaria se presentó al párroco, manifestando su firme propósito de vivir el Evangelio hasta sus últimas consecuencias en la Iglesia Católica fundada por Cristo. Vivía profundamente impresionada por el testimonio de vida que, en forma tan natural y sencilla, le ofrecía su amiga católica. “En ella hay algo muy especial, en ella el Evangelio se hace creíble… Su amor a Cristo conmueve mi alma”. Estos y parecidos pensamientos ocupaban constantemente la mente de la muchacha protestante… hasta que, un día de tantos, pidió a su amiga que le instruyera en la fe de quienes reconocen al Obispo de Roma, el Papa, como Vicario de Cristo y Sucesor de San Pedro. Al tocar el tema de la Eucaristía, la joven universitaria dedujo: “Aquí está el secreto de la felicidad y la alegría sobrenatural de los auténticos cristianos católicos, el secreto de los santos de todos los tiempos”. Y al descubrir a la Santísima Virgen María a través de la Sagrada Escritura y de la fe de la Iglesia, concluyó: “Una razón más para vivir siempre alegres el gran don de ser cristianos”.

Este 22 de octubre celebramos el Domund. Sin duda, muchos lectores se preguntarán: “¿Y eso qué es?”. Se trata nada menos que del “Domingo Mundial de las Misiones”. Hoy la Iglesia quiere despertar en sus hijos la conciencia y la responsabilidad misionera. Todos estamos llamados a ser misioneros, a evangelizar con el ejemplo y la palabra. Como bien nos recuerda el Papa Juan Pablo II esto es algo urgente, pues llevar a Cristo a la gente “atañe a todos los cristianos, a todas las diócesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales” (Carta Enc. Redemptoris missio, 2).

“Yo quiero ser como mi amiga… Su amor a Cristo conmueve mi alma”: testimonio y palabra, palabra respaldada por el testimonio de vida. El misionero es un enviado, un heraldo del Evangelio que proclama lo que ha visto y oído: “Creí, luego hablé”, puede decir con el profeta. “Nosotros hemos creído en el amor”, puede clamar con el Apóstol a los Apóstoles del Señor. El misionero habla a Cristo de los demás, es el hombre o la mujer forjado en la oración y en la escucha y la práctica de la Palabra, se nutre espiritualmente de los Sacramentos y vive los Sacramentos, ama a la Iglesia, pues, como dice San Agustín: “Quien ama a la Iglesia tiene el Espíritu Santo”… El misionero es un poseído por la Verdad que atiende al envío de su proclamación.

Con diáfana claridad y en forma directa el Sumo Pontífice Juan Pablo II enfatiza: “En modo diverso, todos son invitados a continuar en la Iglesia la misión de Jesús. Esto es un título de gloria: el enviado es asociado de modo singular a la persona de Cristo para realizar, como afirma el Maestro Divino, sus mismas obras: ‘el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre’ ” (Jn. 14, 12). En este tiempo, tiempo de gracia y de misericordia, advierto de modo especial que es necesario empeñar todas las fuerzas eclesiales para la nueva evangelización y para la misión “ad-gentes”. Ningún creyente, ninguna institución de la Iglesia puede sustraerse al supremo deber de anunciar a Cristo a todos los pueblos (Cf., Carta Enc. Redemptoris missio, 3). Nadie puede sentirse dispensado de ofrecer su colaboración al desarrollo de la misión de Cristo que continúa en la Iglesia. Más aún, la invitación de Cristo es más actual que nunca: “Id también vosotros a la viña” (Mt. 20, 7).

No podemos ser indiferentes a las apremiantes palabras del Papa. Millones de hombres no han oído hablar de Cristo; muchísimos cristianos, por otra parte, viven prácticamente como paganos… Brindemos a la causa de la evangelización el aporte de nuestra oración y de nuestro sacrificio, portándonos también generosos al ayudar económicamente a los evangelizadores en los países y lugares de misión.  

Editorial
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