Discurso pronunciado al recibir el Gran Premio a la Libertad de Expresión de la SIP al periodismo en el exilio.
Tengo que decir que me siento honrado, pero al mismo tiempo abrumado por la responsabilidad que tiene representar ahora a los periodistas exiliados de América Latina. Pienso en estos momentos en Julián Navarrete, un colega y amigo al que le descubrieron un cáncer que amenaza su vida y lo obliga a drásticos tratamientos médicos.
Este amigo, había decido mantenerse en Nicaragua y alejarse del periodismo para poder tratarse su enfermedad en su país, pero cuando en Nicaragua ya no quedaron periodistas que perseguir, porque el país prácticamente se ha vaciado, el régimen comenzó a buscar a periodistas jubilados o inactivos por diferentes razones, para someterlos a una virtual casa por cárcel, que es la imposibilidad de moverse de su vivienda sin autorización policial, y con la obligación de presentarse todos los días a una comisaría de Policía para firmar un registro, so pena de cárcel efectiva.
¿Cuál es el delito? Le ponen diferentes nombres vacíos que van desde “traición a la patria” hasta “terrorismo” para disfrazar el verdadero motivo: ser periodista.
El mundo está viviendo un alarmante éxodo de periodistas, que abandonan su país en unos casos, o son expulsados en otros para salvaguardar su vida o su libertad.
Siempre los periodistas han sido víctimas en los conflictos, porque a los abusadores no les interesan los testigos. Cubren sus tropelías con eufemismos como “guerra al imperialismo”, “soberanía nacional”, “autodeterminación de los pueblos”, y, en la construcción de esa narrativa, los periodistas nos volvemos uno voz incómoda, un obstáculo que contradice con hechos a su retórica.
Y eso está pasando en tantos países. Cuba. Venezuela. Ecuador. Guatemala. El Salvador. Nicaragua. En Nicaragua, desde 2018 casi 300 periodistas han salido al exilio porque el régimen no dejó otra alternativa. Era salir o la cárcel. Y ya no es solo cárcel como en los viejos tiempos. En Nicaragua les quitan propiedades, los expulsan del país, los despojan de la nacionalidad y, en algunos casos, hasta reprimen a familiares.
Yo soy uno de esos 300. Mi colega con cáncer es otro de esos 300.
Para ser precisos, en Nicaragua 278 periodistas se han exiliado según el conteo que lleva la Fundación por la Libertad de Expresión y Democracia (FLED). La cantidad es mucho mayor porque muchos abandonan el país en silencio. 25 en Guatemala, según la Asociación de Periodistas de Guatemala (APG) y 16 periodistas en Ecuador, de acuerdo con Fundamedios. En Venezuela no hay registro aun, pero son muchos más que todos estos.
Y aquí tengo que aclarar que el periodismo no es solo un asunto de periodistas. También son perseguidos los ciudadanos que se atreven a hablar, a dar entrevistas. También son perseguidas aquellas personas que trabajan en los medios para que la información llegue a las audiencias, desde conductores hasta administrativos. Ellos también han sido criminalizados y perseguidos
El exilio es duro. Toca reinventarse. Comenzar de cero en condiciones difíciles. Uno de cada tres periodistas nicaragüenses ha abandonado la profesión por la sobrevivencia misma. Y cuando un periodista calla o un medio cierra, algo de la democracia muere.
En Nicaragua, los periodistas somos tratados, en razón de nuestro trabajo, peor que un narcotraficante. El régimen de Daniel Ortega nos considera un peligro mayor. Y realmente el periodismo libre, si se analiza bien, significa una amenaza mayor para una dictadura que el narcotráfico, los asesinos seriales, los rateros o los funcionarios corruptos.
El periodismo es una de las arterias principales de la democracia. Y cuando se encarcela a periodistas, se les denigra o se les expulsa de un país, no es un asunto personal. Se trata de quitarle la voz a una sociedad. Transformarla. Hacerla muda.
Tenemos que reconocer que, sin proponérnoslo, somos parte de una batalla de vida o muerte entre democracia y dictadura. Y por ello mis respetos a todos estos periodistas que hoy represento, que siguen, en las condiciones a las que se han visto sometidos, levantando la bandera del periodismo libre, defendiendo esta última trinchera de la democracia.
Porque, cuando se apague la última voz en un país, sea adentro o desde afuera, habrá muerto la democracia y triunfado la dictadura. El autoritarismo. La negación de la dignidad humana.
Por eso les decía que me siento abrumado al recibir este reconocimiento hoy. Represento a una legión de hombres y mujeres tercos y tercas, valientes, que han escogido persistir en esta trinchera crucial por sobre su comodidad, su libertad o, incluso, su vida. Personas que, en las peores circunstancias, a costa de su propia sobrevivencia, a costa de la seguridad de sus propias familias, han decidido mantener encendida esa llama de esperanza. No puedo de dejar de sentirme pequeño, conociendo tantos ejemplos de coraje.
A Julián Navarrete, el colega del que les hablaba, lo visitó la Policía. Le exigió reportarse personalmente cada día a una estación policial. ¿Cómo lo voy a hacer si estoy enfermo? No nos importa, usted se presenta y el día que no llegue lo venimos a traer. Ya no pudo más. Se arrancó las mangueras de la quimioterapia, y con su familia cruzó la frontera con Costa Rica para vivir la vida incierta de un exiliado. La vida incierta de un periodista en el exilio.
Para todos los julianes es este reconocimiento.
El autor es periodista.