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¿Qué habría ocurrido si Anastasio Somoza Debayle hubiera ordenado que los soldados de la Escuela de Entrenamiento Básico e Infantería (EEBI) entrarán en acción cuando un comando sandinista de 25 guerrilleros se tomó el Palacio Nacional con casi 1,500 personas dentro, incluyendo 29 diputados y dos ministros, aquel martes 22 de agosto de 1978?
El excapitán de la Guardia Nacional, Justiniano Pérez, está seguro de que una intervención de los paracaidistas de la EEBI, conocidos como los “Gansos Salvajes”, “pudo haber cambiado la historia”, pero Somoza “se dejó humillar” y “permaneció de rodillas” durante las 72 horas que duró el secuestro del Palacio, accedió a las demandas de los sandinistas y “rechazó enfáticamente la opción militar”.
Del otro lado, la comandante guerrillera Dora María Téllez, quien estaba al frente del operativo junto a otros tres guerrilleros, señala que permitir que su ejército entrara en acción hubiera sido una “debacle” para Somoza, pues se habría producido un fuego cruzado en el que hubieran muerto importantes líderes del somocismo, entre ellos un primo del dictador, Luis Pallais Debayle, y un sobrino, José Somoza Abrego.
Después de eso, añade Téllez, los demás líderes del somocismo no iban a tener la confianza de que Somoza los iba a defender. “La decisión de Somoza fue la de un político”, explica.
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Somoza, escribió en su libro Nicaragua Traicionada que pasó recordando muchas veces este hecho, antes de morir asesinado en septiembre de 1980, en Paraguay, y pensaba que pudo haber “cortado las alas a los sandinistas allí mismo”.
“El hado, el destino, o si prefieren, la suerte, decidieron otra cosa”, escribió Somoza.
El dictador reveló que miembros de su ejército le insistieron en que diera autorización para atacar el Palacio Nacional, pero él tenía otra opción, que era negociar.
“Procedí a ponderar las dos alternativas. Si se escogía el camino del ataque, ¿qué riesgos corrían los rehenes cautivos, además de los mismos hombres de uno? En otras palabras, ¿cuál de las dos partes tenía la posición estratégica de ventaja? Además, había que tener en cuenta la forma de pensar de los terroristas… Yo estaba convencido de que los terroristas matarían a todos los miembros del Congreso de Nicaragua a la primera señal de ataque”, plasmó Somoza en su libro.
Finalmente, los militares le dijeron a Somoza que el ataque al Palacio, para recuperarlo, demoraría 20 minutos como mínimo y el dictador supo que era tiempo suficiente para que murieran todos sus diputados y muchas de las demás personas que estaban dentro, como empleados y visitantes, y decidió no atacar, sino negociar.
“El resto de mi vida voy a llevar conmigo el recuerdo de haber seleccionado la solución correcta”, indicó.
La toma
Eran como las 12:15 del mediodía cuando el grupo guerrillero entró en el palacio, simulando ser miembros de la Guardia Nacional. El verde del uniforme no era igual al que usaba la Guardia, pero, en circunstancias así, “no te fijás en esos detalles”, explicó Dora María Téllez.
Los sandinistas se estuvieron preparando varios días en una casa en Tipitapa y el operativo era tan secreto que la propia Téllez se enteró de qué se trataba hasta dos días antes del mismo.
El primo de Somoza, Luis Pallais Debayle, estaba sentado dirigiendo la sesión del Congreso que había iniciado a las 11:45 de la mañana y después recordaría, según le contó al embajador norteamericano Lawrence Pezzullo, que estaba muy preocupado porque solo veía a cuatro o cinco soldados custodiando el Palacio, en un momento en que ya se rumoraba un posible ataque sandinista.
“¡Quietos, viene el jefe!”, escuchó decir Pallais de repente a alguien que luego supo era Edén Pastora, el Comandante Cero, el principal líder de los guerrilleros, y luego lo vio disparando al aire. “Somoza, la Guardia, todo el mundo al suelo”, gritó Pastora, y Pallais contó que él y todos los demás diputados obedecieron inmediatamente.
Pastora había sido el primero en entrar al Palacio y llevaba la misión de entrar donde los diputados sesionaban, según reló el escritor Gabriel García Márquez, quien entrevistó a los principales miembros del comando sandinista y luego relató el operativo.
En la entrada, Pastora dejó a uno de sus hombres montando guardia y luego subió al segundo piso. En el trayecto, iba dejando guerrilleros para que cuidaran la entrada.
Las personas que estaban dentro del Palacio trataron de escapar, pero solo unas pocas lo lograron.
Dora María Téllez recuerda que se concentraron en controlar el segundo piso y enllavaron las puertas de todo el Palacio con candados y cadenas, pues solo eran 25 guerrilleros en total y era difícil mantener quieta a la gente.
Los que pudieron cambiar la historia
La EEBI en realidad fue fundada por los marines norteamericano en 1927 bajo el nombre de Compañía de Reclutas, asegura Justiniano Pérez. En la década de 1960 fue instalada en la explanada de Tiscapa como Compañía de Reemplazos y, un año antes de la toma del palacio, el hijo de Somoza, Anastasio Somoza Portocarrero, asumió el mando de la misma cuando ya se llamaba EEBI.
A partir de junio de 1977, la EEBI se empezó a convertir en un cuerpo élite bajo un entrenamiento especial y divididos en grupos según sus tareas, que con el tiempo se fueron llamando Gansos Salvajes, Cascabeles, Corvos y Papas.
Los Gansos Salvajes eran los paracaidistas y se convirtieron en una unidad insignia de la EEBI y es a ellos a quienes Justiniano Pérez identifica como los soldados que pudieron cambiar la historia de Nicaragua el 22 de agosto de 1978.
“Los paracaidistas de boina roja, un grupo comando de 65 hombres, constituían el grupo élite, casi el orgullo de la EEBI”, comenta Pérez.
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Solo minutos después de que los sandinistas se tomaron el Palacio, los Gansos Salvajes pasaron por ese lugar cuando regresaban de una práctica de tiros y entraron a la primera planta del Palacio mientras los sandinistas ya estaban atrincherados en la segunda.
Según Pérez, en ese momento, el hijo del dictador, Somoza Portocarrero, sin saber la realidad de lo que ocurría, desautorizó la iniciativa de los jefes de los Gansos Salvajes porque, según él, la “situación era responsabilidad de la Policía”, y ordenó la retirada.
“India 9, salga de ahí inmediatamente que ese es trabajo de la Policía”, ordenó Somoza Portocarrero.
La impresión que le quedó a Justiniano Pérez fue que Somoza se dejó humillar nuevamente, como había ocurrido en diciembre de 1974, cuando otro comando sandinista se tomó la casa del exfuncionario somocista José María Castillo, con importantes personajes diplomáticos y de gobierno dentro, para también lograr la liberación de presos sandinistas, entre ellos el actual dictador Daniel Ortega.
Según Pérez, en ambos casos a Somoza Debayle le falló la llamada Oficina de Seguridad Nacional (OSN), los servicios de inteligencia encargados de realizar el espionaje dentro del país. Para el exjefe de la EEBI, ambos asaltos pudieron ser detectables, pero los de la OSN no eran eficientes.
En el caso de la toma del Palacio, Pérez afirma que los sandinistas pretendían emular a la EEBI, pero era muy evidente que los uniformes que utilizaron no eran iguales a los de ese grupo élite de la Guardia, pues vestían verde olivo en vez de camuflado; portaban fusiles Garand, en vez de Galil; con boinas negras, en vez de rojas vino y llegaron en camión comercial mal pintado, en vez de vehículo militar israelita.
La humillación
Tras el asalto, y como los rehenes eran demasiados, el comando sandinista comenzó a liberar paulatinamente a quienes no tenían importancia política, como mujeres, algunos empleados menores y personas que estaban de visita al momento de la toma.
Los sandinistas le estaban exigiendo a Somoza 10 millones de dólares, las liberaciones de 100 presos políticos y facilidades para viajar con ellos a Cuba, Venezuela, Panamá o Costa Rica.
Hoy, Dora María Téllez reflexiona y le da la razón a Somoza, quien en aquel momento dijo que no había 10 millones de dólares en las bóvedas del Banco Central.
Los obispos católicos sirvieron de mediadores. Téllez afirma que en ningún momentos los miembros del comando hablaron con Somoza, sino que quien estuvo pegado al teléfono con el dictador fue su primo Luis Pallais Debayle, quien le decía a Somoza que lo tenían apuntado con una pistola.
“La situación es sombría, las cosas están mal”, dijo en un momento Somoza a los jefes de la Guardia, luego de hablar con su primo.
En las afueras del Palacio, comandados por los coroneles Nicolás Valle Salinas y Alesio Gutiérrez, los guardias motorizados y los miembros de la brigada especial antiterrorista (Becat) esperaban la orden de ataque que nunca llegó.
Cuando ya el cansancio, de casi 72 horas sin dormir, amenazaba con doblegar a los sandinistas, el comando le indicó a Somoza a través de Pallais Debayle que comenzarían a ejecutar rehenes y a lanzarlos por las ventanas si no cedía en las exigencias que le habían planteado.
En la oficina de Somoza, contó en su libro, había 10 teléfonos sonando a cada momento, y gente corriendo de un lado a otro.
Dora María Téllez recuerda que, para no dormirse, los miembros del escuadrón cambiaban de posición cada cuatro o cinco horas. Así, llegaban a una nueva ubicación del segundo piso del Palacio, pero no era que llegaban frescos a relevar a los otros, sino que llegaban de otro sitio. Solo era moverse para mantenerse despiertos. Sin embargo, casi todos ya “cabeceaban”.
Otra de las exigencias de los sandinistas fue que Somoza no cortara el suministro de agua, y el dictador cumplió con eso.
Finalmente, Somoza tuvo que ceder, liberando a los presos políticos, aunque solo entregó medio millón de dólares y no 10 millones como habían pedido los sandinistas.
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El comando sandinista salió del Palacio escudado en los principales rehenes, en unos buses en dirección al Aeropuerto Las Mercedes, donde abordarían un avión con destino a Panamá.
En el trayecto, la población no tuvo miedo y reventó los cordones de seguridad de la Guardia para decir adiós a los guerrilleros.
11 meses de vida
Cuando la gente celebró el asalto al Palacio y todo terminó en éxito, Dora María Téllez afirma que el sandinismo supo que Somoza “era derrotable, derrocable y que la vía armada era una salida”.
A la dictadura somocista solo le quedaban 11 meses de vida, antes de ser derrocada en julio de 1979.
Lo que siguió después fue un intento de ofensiva final de los sandinistas en septiembre de 1978, lanzando ataques casi simultáneos en Masaya, León, Chinandega, Estelí y principalmente en Matagalpa.
Sin embargo, echando mano principalmente de la EEBI, Somoza logró resistir esos embates hasta mayo de 1979. Luego de ello, en junio de 1979, inició la que resultó ser la verdadera ofensiva final y Somoza huyó del país el 17 de julio de ese año.
Los sandinistas habían asaltado finalmente el poder, en parte, afirma Justiniano Pérez, porque el hijo de Somoza no permitió la intervención de los “Gansos Salvajes” durante la toma del Palacio, ni el dictador ordenó un ataque militar.