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La abogada Martha Patricia Molina Montenegro se dedicaba a realizar estudios de actos de corrupción y de lavado de activos cometidos por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, pero su madre le pidió que abandonara esa tarea porque el régimen envió a un policía vestido de civil a amenazar a la familia.
Molina, hoy de 43 años, estudió dos carreras, Diplomacia y Relaciones Internacionales en la Universidad Americana (UAM) y Derecho en la Universidad Centroamericana (UCA). También cursó en España una maestría en Corrupción y estado de derecho.
Principalmente, fue educada en la fe católica y sus primeros aprendizajes los hizo en la escuela María Mazzarello, donde le “inculcaron el amor al prójimo, a la Virgen María y a Jesús Eucaristía”.
Cuando su mamá le pidió que dejara de investigar la corrupción de la dictadura Ortega Murillo, debido a que había amenazas, se sintió contrariada porque toda la vida le habían enseñado a ser valiente y a defender los derechos de los demás. Logró terminar el estudio, pero decidió buscar trabajo en otra cosa para olvidar sus investigaciones.
En ese momento ya habían ocurrido las protestas de 2018 y la Iglesia estaba siendo perseguida por la dictadura. Los Ortega Murillo habían iniciado un lenguaje ofensivo y amenazante contra los sacerdotes, quienes empezaron a exiliarse. Las turbas del régimen comenzaron a profanar iglesias. Y también había robos en los templos católicos.
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“Conseguí un empleo en un restaurante mexicano, en cocina. Pasé tres meses aprendiendo a cocinar. Limpiaba y hacía de todo. Realmente disfrutaba ese trabajo. En las noches me ponía a sistematizar los ataques a la Iglesia, pero nunca pensé en hacerlo público. Lo quería solo para mí y como distracción. En ese momento tenía una computadora antigua en la que no una sino varias veces se me borraba la información, pero volvía a escribirla”, recuerda Molina sobre ese momento.
La decisión de publicar la sistematización de las agresiones a la Iglesia se produjo cuando Molina se asombró al ver la enorme cantidad de ataques de la dictadura y el obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, era el más perseguido.
Molina compartió el trabajo con su editor, quien le dijo que estaba excelente, que le diera formato más académico y se animara a hacerlo público. Sin embargo, en la mente de Molina aún estaban las amenazas que habían recibido su mamá y sus hijos de parte de la Policía.
“Le pedí a Dios que me los cuidara. No tenía ni el nombre del estudio y en una ocasión me puse a rezar el rosario y de repente, cuando iba por el misterio 3, se me vino a la mente Nicaragua: una Iglesia perseguida. Lo anoté inmediatamente y después de rezar llamé al editor y le dije: ‘¿Qué te parece este título?’ Y me dijo: ‘Está excelente’. Le di el formato y decidí publicarlo”, cuenta Molina.
El estudio ya va por la cuarta entrega y Molina trabaja en este momento para una quinta, que será publicada muy pronto.
Aunque hay otras fuentes de información sobre los ataques de los Ortega Murillo a la libertad religiosa desde 2018, la investigación de Molina se ha convertido en un referente, utilizada hasta por el Departamento de Estado de los Estados Unidos y otros organismos internacionales importantes.
Hasta el momento, Molina ha documento 667 ataques contra la Iglesia católica de Nicaragua desde 2018, y 70 contra la Iglesia evangélica, pero esas estadísticas crecerán en la quinta entrega.
También ha documentado sobre las torturas y publicó un informe sobre los 38 mecanismos de tortura que la dictadura Ortega Murillo utiliza en las cárceles de Nicaragua, aunque también próximamente lo actualizará porque “ya no son 38, son más”, asevera Molina.
“Si Dios quiere, voy a seguirlo haciendo hasta la última agresión que cometa la dictadura (contra la libertad religiosa), voy a seguir denunciando”, enfatiza la abogada.
Las lágrimas de su madre
Defender los derechos de las víctimas de la dictadura de los Ortega Murillo tiene un precio que Molina ha tenido que pagar. Su padre, que ha vivido muchos años en Estados Unidos, siempre le ha animado a seguir en su lucha de la defensa de derechos humanos, pero su mamá, que vivía en Nicaragua cuidando de los dos hijos de Molina, tenía miedo que le mataran y le imploraba “con lágrimas en los ojos” que dejara de denunciar a la dictadura.
La respuesta de Molina fue que ellos, como sus padres que eran, le “habían inculcado y formado para ser lo que era y que no era momento de quejas”.
Desde pequeña, Molina tenía carácter. “Era contestona y en varias ocasiones fui enviada a la Dirección. Mis maestros y mi mamá siempre me corrigieron con amor”, rememora.
La abuelita materna Rosita le hablaba siempre de Dios y la invitaba a misa y a otras actividades religiosas. “Cuando la visitaba le gustaba que le leyera de la vida y milagro del padre Pío, que es uno de mis santos predilectos”, afirma Molina.
La secundaria la estudió en una escuela evangélica, el Colegio Bautista, pero mantuvo intacta su fe y amor a la Iglesia católica.
El sueño de Molina era ser veterinaria, algo que no logró porque no resiste “ver sufrir a los animalitos”.
Su padre migró a Estados Unidos cuando ella tenía 17 años y fue un dolor grande en su vida. “Él quería darnos un mejor futuro y creo que mis padres viven orgullosos de mí”, asegura. En la actualidad, ella huyó del régimen Ortega Murillo y está pidiendo asilo político en ese país norteamericano.
Tiene dos hijos que, gracias al apoyo del Gobierno de Estados Unidos, también ya están seguros en ese país. A su hija Daniela le faltaban 10 materias para graduarse de abogada de la UCA y, cuando esta universidad fue confiscada y convertida en un centro de la dictadura, la joven decidió que “no quería ser adoctrinada” y se retiró.
“Actualmente buscamos un mecanismo para que ella continúe formándose. Esto también ha sido un dolor ver cómo se truncó momentáneamente su sueño de ser abogada”, explica Molina.
Su otro hijo, Samuel, se está reintegrando en clases, acostumbrándose al idioma inglés, pero extraña a sus compañeritos de clases, maestros, su grupo de monaguillos y su banda musical que fue cerrada por la Policía de la dictadura.
“Mis hijos y mamá fueron obligados a huir porque la Policía envió a un agente de civil a amenazar a mi mamá, no les importó que ella fuera una persona adulta y tampoco que mis hijos fueran menores de edad”, lamenta la abogada.
Una laica muy activa
Antes de 2018, Molina era laica de una parroquia, pertenecía al grupo de lectores y era parte de los agentes de comunicación parroquial, dedicada a transmitir las misas, las procesiones y todas las actividades parroquiales.
Además, trabajaba en una universidad privada como docente y luego ascendió a coordinadora, hasta llegar al puesto de directora de educación. También, comenzó a escribir artículos de opinión que eran publicado en el Diario La Prensa.
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Sin embargo, un funcionario de la universidad para la cual trabajaba le recomendó que no escribiera más artículos de opinión para que la institución no entrara en problemas. Eso coincidió con otros aspectos que no le gustaban y dejó de trabajar en esa casa de estudios. Se dedicó entonces a tiempo completo a un programa radial llamado Dialoguemos que se transmitía en radio Corporación los domingos. Ella conducía el programa junto al sociólogo Cirilo Otero, padre de su hijo Samuel y con quien convivió 12 años.
Hubo un tiempo también en que Molina se alejó de Dios y de la Iglesia. “Fue un verdadero tormento, pero luego volví con más fuerzas y a diario le pido a Dios perdón por todas las veces que lo ofendí y además que nunca me dejó ir de su lado. Es una batalla de todos los días, pero por eso rezo diario el rosario, a veces sola, otras en compañía de familiares o amigos de las redes sociales, que a varios no conozco, pero se animan y rezamos mediante llamada. Trato de ir todos los domingos a misa, asistir a actividades de piedad popular. Pero en Estados Unidos la vida laical es diferente a nuestras costumbres en Nicaragua”, comenta.
Cuando se fue exiliada a Estados Unidos, debido a sus investigaciones por corrupción de la dictadura, entró en depresión porque no tenía a su madre, a sus hijos ni a sus gatos. Veía la misas en las redes sociales y una amiga católica le dijo que no estaba dispensada y que tenía que ir sí o sí presencialmente a la misa. “Eso me animó y comencé a visitar parroquias”, indica Molina.
También recibió apoyo de un matrimonio de nicaragüenses que se exilió en Estados Unidos en los años ochenta, durante el primer régimen sandinista. Se trata de los esposos Carlos y Miurel Sáenz. “Han sido ángeles en mi vida y en todo este proceso que he estado acá en Estados Unidos. Ella ya había vivido todo este trauma que posteriormente viví yo. Me ayudó mucho en mi proceso de recuperación y a integrarme a esta sociedad”, comentó la abogada.
En el exilio, continuaba atenta a lo que ocurría en el país, especialmente en contra de la Iglesia.
Durante su experiencia como laica en su parroquia, Molina pudo conocer a varias personas de la Iglesia nicaragüense, como sacerdotes, laicos y religiosas. También asistió a un curso para todos los agentes de comunicación parroquial de las diferentes diócesis.
“Fue un retiro muy lindo. Estuvo monseñor Rolando Álvarez y otros sacerdotes que compartieron la experiencia respecto a la comunicación. Debido a eso, participé en un programa radial que se llamaba Caminemos Juntos, y esto coincidía con el sínodo arquidiocesano que se estaba viviendo en ese momento en la Arquidiócesis de Managua y había otros proyectos de capacitación que se iban a realizar, pero todo con el beneplácito del cardenal Leopoldo Brenes. Todo se vio truncado por las protestas cívicas de abril de 2018”, recuerda.
Además, desde antes de 2014, asistía a todas las actividades que promovía monseñor Silvio Báez, de quien le gustaba mucho su prédica, su enseñanza, su forma de ser tan amable, tan cercano al pueblo. “Eran momentos muy lindos. De hecho, cuando se dieron las protestas, nosotros estábamos en un curso, que se impartía en el Seminario La Purísima por Báez. Eso se vio truncado por la inseguridad que vivió la Iglesia católica”, dice Molina.
Tiempo después, esas experiencias le ayudarían a elaborar las investigaciones sobre los atropellos que viene sufriendo la Iglesia católica desde 2018.
“Tengo muchos amigos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, laicos, religiosas, que han tenido la plena confianza de contarme acerca de la persecución que están viviendo. Yo siempre mantengo en anonimato la información que ellos me suministran. En algunas ocasiones me dan autorización para hacerlas públicas, en otras me piden total anonimato y que solo lo vaya conociendo, pero sí me autorizan a compartirlo con organismos de derechos internacionales humanos y así lo hago”, señala la abogada.
Sin embargo, también ha recibido consejos de otros sacerdotes, algunos no tan directamente, quienes le piden que deje de publicar sus estudios, que deje de estar denunciando ese dolor que están ellos sufriendo, porque, cuando hay una denuncia, ellos sienten que las agresiones y presiones hacia ellos incrementan.
“La verdad es que yo siempre he considerado que cuando uno hace silencio, se convierte en cómplice de todas estas injusticias y la formación que yo recibí en la Universidad Centroamericana me hizo conocedora del derecho, tal vez no tan a profundidad y a la perfección, pero sí sé que las personas que no tienen voz o que no son escuchadas sufren más. Yo, que puedo ser escuchada, aprovecho esos espacios para denunciar estas arbitrariedades”, analiza Molina.
El dolor de los religiosos
A medida que transcurre el tiempo, Molina va teniendo mayores contactos con religiosos y religiosas. “Me han contactado, hemos hablado, llorado, los he conectado con los organismos de derechos humanos internacionales. Me siento bien de ser esa voz que ellos buscan y que a través de mí pueden expresar el dolor que ellos sienten”, dice la investigadora.
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Molina indica que la situación actual de los religiosos en Nicaragua es peor que en 2018 y 2019, porque en este momento los sacerdotes y obispos están obligados a un silencio prolongado, la mayor parte por prudencia, y otros orientaciones del Vaticano, así se lo han expresado los sacerdotes.
“Están sufriendo más que los años anteriores”, indica Molina, quien agrega que hay un sinnúmero de proyectos clausurados y hay repercusión negativa en los laicos.
“El bloqueo de las cuentas (bancarias) ha sido fatal para las casas de formación, para las parroquias y los diferentes proyectos. Varios sacerdotes piden recaudar dinero para construcciones, reparaciones. Es un desafío porque no es lo mismo que el cura pida públicamente a través de un medio de comunicación una ayuda, que el pueblo se volcaría, a que lo haga por una tercera persona que posiblemente es una desconocida para muchos, pero sí me he atrevido a hacer estas recolectas a veces, pero después me encuentro con la dificultad de cómo hacer llegar ese dinero a la Iglesia. Esto es otra agresión, no pueden pedir apoyo financiero para sus proyectos grandes”, lamenta.
Para Molina es una gran decepción cuando algún religioso dice que ella está mintiendo o que la información que publica es falsa, cuando ella siempre trata de verificar la información hasta con más de tres fuentes. A veces, tiene la prueba y se la da a los periodistas, pero les pide que no revelen dicha prueba para no dañar a las fuentes que están dentro de Nicaragua.
“Se siente mal cuando te dicen mentirosa, pero la prueba habla por sí sola y también la Policía en muchas ocasiones dice sí, secuestré, enviamos al exilio, siempre la verdad sale a la luz”, expresa.
No cesará sus denuncias
Como cristiana, Molina siente compasión por los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo, pero dice que no cesará de denunciarlos, “a ellos y su núcleo de delincuentes que a diario cometen ilegalidades”.
“(Ortega y Murillo) han sido personas malas y nefastas que no se cansan de hacer el daño, pero rezo por ellos porque de nada me sirve amar a quienes nos aman”, indica Molina.
La abogada espera regresar a su vida en Nicaragua, integrarse a su parroquia, visitar en el cementerio a sus seres queridos, que era una de las actividades que realizaba con frecuencia. Sobre todo, reunirse con dos de sus gatos que quedaron bajo el cuido de un familiar. “Sé que nada será lo mismo. Y, aunque veo Estados Unidos como mi hogar, en Nicaragua tengo mis raíces y sueños. Salimos de ese país y lo perdimos todo, pero siempre le digo a mis familiares que lo material siempre se recupera y nada de lo material servirá cuando nos muramos”, manifiesta.
Actualmente trabaja para el organismo Nicaragüenses en el Mundo Texas, que promueve los derechos humanos, pero trabajó también para un prestigioso bufete de abogados de Migración. “Considero que mi vida profesional es plena porque me permite tener tiempo para dedicar a mi familia y a mi estudio Nicaragua: una Iglesia perseguida”, señala Molina.
Molina dice amar al papa Francisco. “Diario rezo por él. Creo que ha sido cercano al dolor que vive la Iglesia. El cardenal Leopoldo José (Brenes) tiene su forma peculiar de pastorear su rebaño, pero no siempre estoy de acuerdo con sus acciones, pero las comprendo porque ha sido perseguido, vigilado, asediado”.
Molina finaliza comentando sobre el obispo de León, monseñor René Sándigo. “Aunque es el titular de la Diócesis León-Chinandega, su clero no se siente representado por él. Oro por su ministerio, pero creo que sus acciones hablan por sí solas”.