Si de verdad queremos una Nicaragua donde acabe la pobreza y se camine hacia décadas de prosperidad y paz, es indispensable fortalecer la familia. Hasta la fecha, sin embargo, no se encuentran planes de gobierno que propongan formas concretas de hacerlo. Tal omisión sólo se explica por ignorancia sobre la importancia de dicha institución, o por creer que es imposible lograrlo a través de políticas públicas.
La ignorancia es inexcusable. Como traté de explicar la semana pasada (“Políticos, por favor incluyan la familia”, 22/07/2024) está hartamente comprobado que la inestabilidad familiar es una de las principales causas de pobreza y la que más daña la calidad y perspectivas de vida de los menores. También que tiene un gran costo social: inferior productividad en la población afectada, mayor tasa de enfermedades y delincuencia y, poca o nula formación moral, por cuanto la familia es la principal escuela de valores.
El hecho de que en Nicaragua el porcentaje de hogares rotos sea superior al 70 por ciento implica que tenemos un gravísimo déficit de familias funcionales. Una razón es el hecho de que la mayoría no se casa, sino se junta, en relaciones “libres” que han demostrado ser sumamente precarias. Creer que esto no puede cambiarse con la acción del Estado es un pesimismo sin fundamento. No será fácil. Lo más difícil de cambiar en una sociedad son las pautas culturales.
Pero dificultad no es imposibilidad. Hay una serie de políticas que bien pensadas podrían contribuir a incrementar la proporción de hogares más sólidos y estables, y de jóvenes con mejores oportunidades de vidas dignas y felices. El primer lugar está la educación. Los comportamientos son producto de las ideas o valores prevalentes. Si hay tanta fractura familiar y abandono paterno es porque no se estima suficientemente la importancia de formar hogares constituidos por parejas comprometidas formalmente a permanecer unidas. Debe enseñarse pues, desde muy temprano, el valor del matrimonio y la fidelidad. La educación para la familia debe constituir una asignatura fundamental del currículo, acompañada de la promoción de virtudes, sin las cuales no pueden construirse buenas familias ni sociedades.
El Estado puede crear incentivos tributarios y económicos a favor de las familias unidas en matrimonio. En Israel hay exenciones tributarias para las familias casadas. En Japón se da un bono de US$5,000 a quienes contraen matrimonio. En Hungría se exime de impuestos sobre la renta y vivienda a parejas casadas con hijos. Podría incluso pensarse en tasas de interés preferenciales para la adquisición de viviendas o aperturas de negocios.
Medidas como estas son, evidentemente contrarias, a la insistencia de grupos ideológicos que exigen dar a las parejas “libres” o unidas de hecho el mismo tratamiento que a las casadas. Tal pretensión es absurda e injusta; priva de incentivos a estas últimas, que son las que brindan mayores beneficios a la niñez, y prolongan la atracción que para muchos tienen las relaciones de bajo o ningún compromiso formal. Es también contraria al principio universal de dar protección especial al derecho de los niños, uno de los cuales es ser criados por padres y madres responsables.
En la misma línea, puede y debe derogarse la legislación anti-familia que es el divorcio unilateral, introducido por los sandinistas en la década de los ochenta. Cierto es que el divorcio de antes, que se concedía cuando uno de los cónyuges demostraba ante el juez causa justa, producía a veces litigios prolongados. Pero era al menos un freno imperfecto para el rompimiento fácil que incentiva significativamente el divorcio unilateral.
También debe penalizarse el abandono paterno. Como decía el padre Azarías H. Pallais, el abandonador es la especie más ruin de hombre; el que sin escrúpulo deja en la orfandad y sin recursos a su prole y mujer. A ellos habría que exigirles, son pena de prisión, aportar a su hogar lo mismo que antes. Estas y otras medidas similares habría que discutirlas y perfeccionarlas.
La familia monogámica, unida en matrimonio, es la célula fundamental de la sociedad; una institución sagrada cuya salud y bienestar debe ocupar un lugar cimero en las agendas políticas. Una Nicaragua mejor necesitará familias mejores.
El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.