Lograr la prosperidad de naciones como Singapur, que de ser más pobres que Nicaragua pasaron en pocas décadas a ser de las más ricas del mundo, requiere de una serie de ingredientes clave. En mi artículo del lunes pasado (“Cómo salir de la pobreza”) enumeraba algunos directamente orientados a fomentar inversiones. Faltan, evidentemente, muchos otros, como algunos de los mencionados por el doctor Carlos Muñiz ese mismo día (“Sugerencias para la Nicaragua del día después”). Explorarlos es muy importante, ya que no debemos llegar al día después sin ideas claras que ayuden a dejar el pasado y lograr que los nicaragüenses disfruten de una vida digna y tranquila.
Un ingrediente clave, no solo para lograr la prosperidad sino para permanecer en ella, es la democracia. No todos lo creen. Suele oírse decir: “Con democracia no se come”. Su refutación más cercana es Costa Rica. Una de las razones de por qué su per cápita es cinco veces más alto y comen mejor, es su democracia estable.
La democracia es uno de los mejores antídotos para prevenir una de las mayores productoras de miseria: las guerras civiles. Los que se aferran al poder aplastando la voluntad popular y los derechos humanos, tarde o temprano llevan a la violencia. Con democracia hay paz.
Con democracia se come. Salvo excepciones, los países donde mejor comen y viven sus habitantes son países donde reina la libertad, el Estado de derecho y donde sus autoridades son reemplazadas periódicamente por el voto popular.
Pero la democracia, al igual que el sistema de libre empresa o capitalismo, no opera en un vacío. Ambos necesitan un entorno cultural y moral adecuado. Sin una ciudadanía mínimamente ética dichas instituciones serán siempre frágiles. La solidez no les viene solamente de su buen diseño sino del respeto que tenga el pueblo por sus principios e ideales. Sobradas experiencias tenemos de excelentes constituciones y leyes que luego son trampeadas, o sutilmente burladas, por políticos inescrupulosos. El capitalismo tampoco puede funcionar con un entorno corrupto donde los empresarios tienen que cortejar al Estado para sobrevivir.
¿Cómo mejorar ese entorno ético y cultural? Singapur, enfrentado a este reto, decidió hacer algo que es tabú para el laicismo: promover las clases de religión en las escuelas, aunque respetando la pluralidad de creencias, de forma que los padres pudiesen elegir el tipo de instrucción, religiosa o no, que recibirían sus hijos.
La idea incomoda a quienes solo aceptan un Estado laico, éticamente neutral, y rechazan favorecer cualquier religión. El problema es que no existe educación neutral. Lo que hoy enseñan muchas escuelas públicas —entre ellas las de países desarrollados— es el relativismo moral o visiones que prescinden, y que por tanto implícitamente descartan, la idea de Dios. El otro problema es que no tienen la misma eficacia en moralizar la conducta como las tiene la enseñanza religiosa. Vale recordar la famosa cita de Dostoievski: “Si no hay Dios, todo es permisible”. La historia testimonia como fue el cristianismo quien civilizó y sacó del barbarismo a la antigua Europa, y cómo fueron los credos ateos quienes hundieron en el barbarismo a muchas naciones en pleno siglo veinte.
¿Qué decir entonces, del caso de naciones o personas civilizadas pero que son predominantemente agnósticas o ateas? La repuesta es que viven de las rentas de su pasado cristiano. Valores considerados hoy universales, como el respeto debido a toda persona sin consideración de clase, raza o creencias, fueron profundamente inculcados en el DNA cultural de Occidente por los siglos en que prevaleció la ética cristiana. El mismo Nietzsche lamentó cómo el rechazo al cristianismo de muchos contemporáneos no iba acompañado de un rechazo a su ética.
Una conclusión práctica de estas reflexiones es que en la nueva educación habrá que acompañar los esfuerzos por mejorar la transmisión de conocimientos o habilidades intelectuales y técnicas, por un igual o mayor esfuerzo en formar personas más morales y virtuosas. Concomitante con esto deberá también castigarse con mucha severidad la corrupción y atacar los factores sociales que la fomentan.
Resumiendo: son indispensables para superar la pobreza —material y cultural— el fomento de las inversiones, la democracia, el Estado de derecho, la economía libre e instituciones eficaces, pero para que esto funcione necesita tener de sustento una ciudadanía proba, recia, sujeta a los principios morales que vienen de lo alto.
En una siguiente entrega abordaré, dentro del tema de instituciones eficaces, una que es de mayúscula importancia pero que pocos la reconocen.
El autor es sociólogo e historiador. Fue ministro de Educación de Nicaragua.