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El hermanísimo

Hay personas que resuelven su poca pericia literaria adornando sus discursos diarios con pomposas adjetivaciones, saturadas de arrobas y signos de admiración por todos lados: no hace falta poner nombres. A otros, algo menos presuntuosos y con ánimo de influir a pesar de todo en la población, les cuesta hilvanar dos frases seguidas sin incurrir en elementales vacíos de concordancia.

Entre este grupo está el general Humberto Ortega, que reaparece cada cierto tiempo y manda sus crípticos textos a este mismo Diario, LA PRENSA, que como no puede ser de otro modo, los publica ejemplarmente por su indudable interés periodístico. A veces la vida tiene estos prodigiosos ecos: un hermano manda a confiscar el Diario y a detener a su editor, y el otro le envía mensajes subliminales desde sus páginas de opinión, como si fuera una especie de código morse familiar. Que conste que soy de los pocos que consiguió leer y terminar La epopeya de la insurrección y salir indemne del empeño, así que alguna ventaja debo tener en este ejercicio interpretativo.

Vaya también por delante mi asombro ante la reacción de algunos lectores que critican que este periódico publique las columnas del hermanísimo. Dejando aparte la sana costumbre de LA PRENSA de confrontar ideas y propuestas ideológicamente adversas en sus páginas (ya comienza a ser una tradición el combate semanal entre los señores Belli y Pérez Baltodano), ¿quién se iría a negar a incluir un artículo de un general sandinista retirado, consanguíneo con el actual presidente, con cierta ascendencia en la cúpula militar y con un pasado que requeriría un estudio profundo para entender a cabalidad la transición democrática de los años 90? Basta ver las reacciones, furibundas o no, que rebalsan las redes sociales después de cada publicación para entender la capacidad que todavía tiene para hacerse escuchar. ¡Ya quisieran El País o el New York Times tenerlo en su nómina de colaboradores esporádicos!

El día 13 de mayo LA PRENSA publicó la última entrega de su serie de columnas de opinión, titulada ¿Qué hacer? Me dispuse a leerla como hacemos los filólogos de guardia: lapicero rojo en mano y con precaución. No sé qué guerra tendrá este hombre contra la sintaxis, que le hace escribir frases ininteligibles en cada párrafo, y además hay que abrirse paso con machete entre la selva de pinceladas contextuales de las que tanto abusa. Su ambición tiene poco freno: repasa el estado del mundo, anticipa cataclismos y lo mismo habla de Gaza que de China o de Donald Trump. Pero si logramos traspasar ese umbral la recompensa será grande, porque detrás de toda la paja y los tropiezos lingüísticos hay siempre dos o tres ideas que pueden poner nerviosa a toda su prole familiar y a su círculo cercano.

En ese artículo hay dos elementos clave que deja ir como quien susurra por lo bajo: advierte de una posible acción quirúrgica o relámpago por parte del gobierno norteamericano en Nicaragua, y describe de manera nítida al régimen actual como autocrático y absolutista, llamando a construir otra de sus constantes obsesiones: un nuevo país desde el centro democrático. No hay nada trivial aquí, pues llamar dictador al hermano y avisarle de un golpe patrocinado desde afuera son palabras mayores. En este caso ya no es una opinión basada en análisis grandilocuentes de contexto, sino un claro aviso de que podría tener más datos que solo está dispuesto a suministrarnos entre líneas. Tanto da que juegue o no de farol, porque una vez echadas las cartas sobre la mesa, solo cabe tragar saliva y calcular hasta dónde controla la información.

Por si esto fuera poco, en menos de una semana nos arroja el siguiente torpedo en forma de entrevista exclusiva en el medio Infobae. Esta fórmula periodística, no por ya sabida, sigue siendo menos imbatible: primero sueltas un artículo con más preguntas que respuestas, dejando al personal discutiendo sobre su contenido con la pasión que hoy solo pueden ofrecer las redes, y al poco tiempo brindas unas declaraciones altisonantes para puntualizar o abundar en lo ya dicho, ofreciendo más detalles y generando todavía más murmullo social. En este punto es necesario reconocer la labor de Fabián Medina, el mejor y más perspicaz entrevistador del país, siempre con el olfato atento y capaz de llegar allí donde se lo propone a pesar de las dificultades actuales. Tanto da quién llamara a quién en este caso: él siempre está ahí al acecho.

En este diálogo, además de confirmarse que el hermanísimo habla igual como escribe, y de que sus retruécanos no son solo retóricos, se destapa y articula algunas de las sentencias más hirientes surgidas desde los círculos íntimos del poder. De nuevo, si sabemos rebuscar entre la maleza, encontraremos algunas perlas. Primero, un cierto aire de melancolía al saberse al final de una vida, ya relegado del núcleo de los que deciden el devenir de la patria, sin que sus palabras hagan mella en ellos: “No pretendo que me escuchen, o que me llamen. No. Lo que pretendo es hacer un llamado de angustia”. Lo que cualquiera se pregunta es si ese llamado se dirige realmente a su hermano, a sus colegas militares o a los actores externos que esperan una señal para posicionarse ante futuros escenarios. Frente el desbarajuste de voces en que se ha convertido la oposición, una voz crítica desde adentro tiene mucho más valor y resonancia que un coro desafinado, y varios países están esperando encontrar esa rendija por la que asome un atisbo de negociación.

En segundo lugar, introduce una metáfora que, ahora sí, se le entiende perfectamente: quizá Estados Unidos se vea tentado a sacar la muela descompuesta y dejar intacta la dentadura. Y aunque admite la comparación con el caso Noriega, no se intuye ni especifica cómo se podría sacar a Daniel Ortega del poder “quirúrgicamente” mientras tenga el monopolio de la fuerza, a no ser que sea enviando un ejército de dentistas armados. Esta idea, que nacía del artículo previo, queda remarcada en la entrevista pero acaba colgando como una hipótesis poco plausible, más como una amenaza ingenua que como un factor relevante. Y ese es uno de los principales problemas que permean toda la charla y que son marca registrada del contertulio: importa mucho más lo que no se dice que lo poco que se cuenta. Y no es que no diga cosas significativas, sino que cada respuesta queda en un limbo inconcluso del que ni Fabián puede sacarlo, pues el hermanísimo regresa siempre a sus ambigüedades cosmogónicas y a veces pareciera más preocupado por el “cataclismo universal” que algún día llegará a la Tierra que por el desastre cotidiano del Carmen.

Pronostica también contra natura que la única salida posible es la negociación entre “el régimen y el presidente Daniel Ortega en particular” de un lado, y “las fuerzas de la sociedad, particularmente las políticas que están más llenas de odio y polarizadas” del otro. Es más que sorprendente, al menos en la lógica de la resolución de conflictos, pretender sentar en una misma mesa a los polos más extremistas. En la época de los acuerdos de paz no había manera de hacer coincidir en una habitación a sandinistas y contras, y había que hacerlo con la ayuda de mediadores de otros países, como ocurre ahora entre Hamás e Israel. Tampoco se comprende a qué fuerzas políticas “llenas de odio” hace referencia, como no sea a cierta oposición de nostálgicos somocistas que pulula por Miami.

Pues no: ni Daniel Ortega está capacitado personalmente para negociar (lo comprobamos en 2018) ni ciertos sectores radicales y minoritarios que se proclaman opositores tienen la legitimidad moral o social para asumir ese rol. De hecho, ni la Iglesia católica supo ejercer entonces una verdadera mediación profesional pese a sus 2,000 años de experiencia dialogando por el mundo, y es que una iniciativa de ese calibre va a necesitar algo más que la buena voluntad de las partes. Y hay gente preparada en ambos bandos para afrontar ese reto cuando las circunstancias lo determinen, y esos sectores deberán crear conexiones desde mucho antes si quieren abordar un verdadero diálogo que entierre esta ruina presente y ayude a construir una nueva república.

Y si en el ínterin sucede el inevitable hecho biológico, el entrevistado tiene claro que no hay relevo posible. Si nadie lo remedia antes, ese será el punto de quiebre: una recomposición interna del poder, una transición negociada y un período electoral abierto. Aunque reconozcamos las fragilidades del actual presidente autocrático no podemos olvidar su peso específico en la historia y sus lazos con las fuerzas que lo sostienen, y no hay herencia posible cuando lo que está en juego no es un hombre sino un símbolo. Cuando el símbolo desaparece, se va con él toda su encarnación, y hasta su hechizo. ¿Le hará alguien el favor de contárselo al insulso general Avilés, por lo que pueda venir?

La tentación fácil es tildar al hermanísimo de viejo loco o de general retirado que añora su antiguo protagonismo. Lo único cierto es que sus palabras, con todo y sus batiburrillos lingüísticos, tienen la capacidad de ser escuchadas y comentadas por todo el espectro social del país. Que hasta la policía tenga que ir a llamar a su puerta y cercarlo indefinidamente indica la zozobra que aún crea su voz. Y es indicativo de la fragilidad de un régimen que debe ir tapando agujeros día a día, rezando para que el estallido colectivo no reviente la presa de agravios acumulados que amenaza con desbocarse. También tiene la capacidad de obligar a todos los actores a un período de autorreflexión, pues plantea situaciones frente a las que hay que prepararse e intervenir, anticipándose a los posibles hechos y tomando ventaja.

Humberto Ortega puso a todo el país frente al espejo: creo que la imagen deformada que van a ver algunos no les va a gustar nada.

El autor es cooperante español en Centroamérica.

Opinión

COMENTARIOS

  1. Hace 3 semanas

    Humberto Ortega es un matrero de primera plana. Escribe sus opiniones en La Prensa de una forma que tengan o parezcan tener un significado oculto o ambiguo para engatusar a los ingenuos opuestos al Orteguismo. De esta forma engañó a los autollamados “Los Doce” en 1978 entre ellos Carlos Tunnerman que había sido rector de una universidad. Todo este episodio de la casa por carcel es simplemente una farsa.

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