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¿Somos estúpidos?

¿Es estúpido el ser humano? Si lo es quien comete estupideces, la repuesta tendría que ser afirmativa. Porque la historia humana está llena de estupideces. Wikcionario las define como “acciones de consecuencias graves que denotan la falta de inteligencia o atención propia de un estúpido”. ¿Y qué es, la historia, sino una colección interminable de consecuencias o desenlaces graves?

No hay que irse muy atrás para comprobarlo. El siglo veinte, liderado por el orgulloso hombre contemporáneo que, con su devoción a la ciencia y a la diosa razón, decía haber superado las atrocidades de épocas pretéritas “religiosas e inmaduras”, ha sido uno de los siglos más salvajes de nuestra historia. Su primer gran estertor de estupidez fue la primera guerra mundial. Guerra absurda que en el altar de los encendidos patriotismos inmoló a millones de jóvenes sin conseguir más que preparar las condiciones para la siguiente y aún más devastadora segunda guerra mundial. ¿Dónde quedó la inteligencia de los educados y cultos europeos? La pone más en entredicho la gran alegría con que los muchachos de las distintas nacionalidades marcharon al matadero entre los aplausos sonoros de sus mayores, razón por la que se le llamó “la más feliz de las guerras”.

Tras esta guerra vinieron otros estertores de horror que sería largo enumerar; bolchevismo, nazismo, etc. Lo más desconcertante del caso es que muchos de sus protagonistas han sido y siguen siendo hombres y mujeres estudiados. Son legión los intelectuales que, mareados por los cantos de sirena del socialismo marxista, se tragaron el mito de la utopía que resultaría de la abolición del hombre por el hombre e hicieron filas para defender tiranías indefendibles. Y todavía los hay y los seguirá habiendo hasta el fin de los tiempos.

Lo que demuestran las reiteradas tragedias y sin sentidos de la historia es que en el subterráneo del homo sapiens se esconden fuerzas oscuras que terminan opacando su razón. No es que carezca de ella, sino que con frecuencia no la sabe usar o la mal usa. La teología católica atribuye esta propensión al pecado original, el cual, al causar una ruptura con Dios que es verdad y bien, dejó a la razón y la voluntad debilitadas ante las pasiones.

Vale observar que la psiquiatría moderna corrobora esta visión desde una perspectiva secular. Freud ilustró como el inconsciente del hombre abriga sentimientos irracionales que la razón trata de legitimar. Dos ejemplos son las racionalizaciones y las proyecciones. Las primeras ocurren cuando disfrazamos de nobles sentimientos que no lo son; como cuando alguien dice que hay que quitar a los ricos para dar al pobre, pero su motivación no es la compasión sino la envidia —como suele ser el caso de muchos socialistas—. Las segundas son cuando proyectamos en otros defectos o vilezas propias; como cuando pienso que X me quiere agredir cuando soy yo quien quiere hacerlo. En ambas, entre más inteligente es la persona mejores argumentos encontrará para justificarse, es decir, para engañarse y engañar. Estos casos ilustran como las pasiones del hombre, cuando no son dominadas por la razón y la voluntad, terminan sometiendo o pervirtiendo a ambas. La razón, don precioso, cuya razón de ser es ayudarnos a ver la verdad, es decir, la realidad de las cosas, termina entonces sirviendo a la mentira, y con ella a la maldad, pues mentira y maldad van de la mano.

Mas no sólo las pasiones alimentan la irracionalidad sino también la ignorancia. Una de ellas ha sido, precisamente, ignorar la fragilidad o corruptibilidad de la naturaleza humana. Esto llevó al marxismo leninismo a concebir al mundo como escindido entre un proletariado bueno y una burguesía mala, legitimando así la famosa “dictadura del proletariado” de la que surgieron los peores tiranos contemporáneos, como Stalin y Mao. La ignorancia ha permitido también que pululen mitos —mentiras— destructivos, como el de la “puñalada por la espalda” (la creencia de que los judíos provocaron la derrota de Alemania en la gran guerra) el cual llevó a Hitler a querer exterminarlos. O como la del “Yanki enemigo de la humanidad”, que llevó al FSLN a una guerra desastrosa en los años ochenta.

Realizar lo fácil que es para el ser humano caer en la irracionalidad puede ser oportunidad para hacerse dos propósitos: uno, evitar la concentración del poder en una o pocas manos. Dos, cultivar la sabiduría; la capacidad de actuar racionalmente, con sensatez o acierto. Recordando que esta es, a la vez, hija del dominio propio, del estudio (el sabio ha de leer e investigar), y de la honestidad intelectual; la capacidad de ver lo que es y no lo que queremos ver.

El autor es sociólogo e historiador.

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